En
las dos partes anteriores en las que se ha introducido y explicado la
primera parte del título, no se ha hecho más que explicitar lo que
dice Nitzsche, en su libro Más
allá del bien y del mal: “La filosofía
siempre crea su propio mundo, a su imagen, la filosofía no es más
que esa tiránica voluntad de poder, de ser la primera causa.”
A
nivel inconsciente al menos, se ha repetido anteriormente, no
queremos ver. Por ello culpabilizamos a los “otros” de todo
aquello que en nosostros no nos gusta (la sombra). Esto nos hace fans
incondicionales de ideas políticas, religiosas, o de partidos, de
equipos deportivos... de nacionalismos (todos incluidos, también los
que se formaron en el pasado cercano o remoto) que nos dan como se ha
dicho esa seguridad “falsa” en la que nos sentimos a gusto y
defendidos por los otros. Pero esto no es al Amor. El Amor es
Libertad, sencillamente Libertad, Espíritu, Vida y aparentemente
Riesgo... Por lo mismo la firme decisión de querer ver es
fundamental para el Despertar.
El
Testigo
Se
ha de tener muy en cuenta que el Despertar conlleva el abandono total
del yo superficial (del ego) que se nos cuela en la vida por todos
los resquicios. Mas el individuo identificado con el ego no está
situado en el Centro, está enajenado de lo que “realmente es”
como dicen Krishnamurti y el Tao. El individuo identificado con su
ego, su falsa personalidad (nombre, profesión, estatus social,
familia, lugar donde vive...) se sitúa en lo que cree que es.
Sueña. Está dormido. No se trata de que estos aspectos hayan de ser
olvidados, sino de seamos siempre conscientes de que son relativos,
no son el centro y que por lo tanto no pueden ser le norte de
nuestras vidas. De ellos hay que mantener lo que hay de Amor, de
Unión, el resto es falsificación. ¡Cuánto poder tienen estas
falsificaciones egóicas en este mundo del tiempo y del espacio!¡Qué
miope es la humanidad!
La sabiduría vedanta nos propone una reflexión que nos aclara la
diferencia entre el YO universal y el yo individuo (ego). En pocas
palabras es ésta:
Una
cosa es aquello que puede ser conocido (objeto)
y otra cosa es el que conoce (sujeto). El conocedor no puede
ser conocido, pues dejaría por ello mismo de ser sujeto para
convertirse en objeto, dejaría de ser conocedor para ser conocido.
Lo que es verdaderamente “Yo” no puede ser conocido, pues sería
objeto. Dice Shamkara: “el conocedor es simplemente el conocedor
y nunca puede llegar a ser algo cognoscible”. El ojo nunca
puede verse a sí mismo. ¿En un espejo? Lo que ve en el espejo no es
el ojo, sino la imagen reflejada (que para algunas cosas puede ser
utilizada como válida, para el conocimiento sensible). Y lo mismo
nos sucede cuando reflexionamos sobre nosotros mismos, no vemos al
sujeto, sino a la imagen objetivada -proyectada hacia la mente- del
mismo. Mas en realidad el sujeto en cuanto tal no es el objeto. Lo
que es el Yo es el sujeto, el que conoce. Y su naturaleza es
Consciencia pura. Es el Testigo de todo cuanto
conocemos pero que nunca puede ser conocido. El Yo es la Consciencia
que atestigua. Podemos tener conocimiento de nuestro cuerpo, de
nuestras sensaciones, de nuestros proyectos, ideas... y por lo mismo
no son nuestro Yo. Aunque en la vida ordinaria los confudimos con
nosotros mismos.
Para
profundizar en este despertar a la “visión”, a la “Consciencia
pura” de lo que acontece el vedanta ofrece un instrumento: la
meditación del Testigo. Personalmente me ha servido mucho en mis
últimos años. Aparte, y a lo largo de toda mi vida me ha servido
como indicador extraordinario el IV Evangelio, el evangelio de la
proclamación del Amor (y del Agua, y de la Gracia, y del
Espíritu...). En cuanto al IV evangelio lo que precede en este
escrito es una invitación a meditarlo, reflexionarlo, asimilarlo, a
empaparse de él, a zambullirse en él para poder alimentarse en lo
más auténtico de nuestro YO de la Sabiduría.
En
cuanto a la meditacón del Testigo, se transcribe aquí literalmente
un artículo de mi blog, escrito hace unos años. Dice:
La
meditación del Testigo
Son
muchas, gracias a Dios, las cosas que me atraen, tanto las sensibles,
como las inteligibles y las contemplativas. Estas últimas, más que
atraerme, me fascinan. La Belleza, la Verdad, la Bondad, donde quiera
que las encuentre mi propia limitación temporal y sea capaz de
percibirlas, desde el sabor de un buen vino, de un plato bien
cocinado y la hermosura del cuerpo humano hasta la plenitud sencilla
del Amor pasando por la maravilla del pensamiento y el éxtasis del
cante flamenco o del cante gregoriano, son un solaz para mí. Sin
olvidar la belleza de colores que encuentro en los cuadros que pinta
mi esposa, Paqui.
Me
fascinan muchas de las frases que los evangelios ponen en boca de
Jesús, aquel hombre que pasó haciendo el bien, como dice
Pedro (Hech 10,38), me fascina la soledad en la que vivió (nadie
supo –ni pudo- entenderlo), me fascina su íntima comunión con
Yahveh a quien llama Abba, me fascina su desconcierto en la cruz
porque no encuentra a nadie, ni siquiera al Abba (Eloí, Eloí
lemá sabaktaní), según nos dice Marcos (15, 34), y pese a todo
expira poniendo su espíritu en manos del Padre, señala Lucas
citando el salmo 31 (Lc 23.46) (¿Elaboración posterior? Se escribió
muchos años -¿20? ¿30?- después del escrito de Marcos, entre
otras causas). Jesús de Nazaret vivió el Amor hasta la consumación
en la soledad más absoluta.
Acercarnos
a ese Amor es lo que pretenden todos los métodos de meditación como
la archiconocida meditación del Testigo, que igualmente me fascina y
gracias a la que he vivido verdaderos momentos de no-dualidad.
K.
Wilber expresa la aventura extraordinaria que es la misma con estas
palabras, que a su vez pueden servir de instrumento que ayude a
practicarla:
“¡Mira!
¡Mira! ¡Mira! ¿Qué es lo que ves? ¿Qué es lo que puedes ver?
¿Qué otras cosas puedes ver sino las texturas de tu ser, el gran
Único Sabor de tu Presencia primordial que aparece por doquier como
el mundo? ¿Sigues creyendo ahora acaso que el mundo “fuera de
aquí” es distinto a la sensación que tienes de ti ahora mismo?
Escúchame:
Todo
eres tú.
Tú
estás vacío.
La
vacuidad se manifiesta libremente.
Manifestarse
libremente es la autoliberación.
Acompáñame,
amigo mío, y repitamos juntos una vez más esta práctica:
Advierte tu
conciencia presente. Date cuenta de los objetos que aparecen en tu
conciencia, date cuenta de las imágenes y pensamientos que emergen
en tu mente, de los sentimientos y sensaciones que emergen en tu
cuerpo, de la miríada de objetos que te rodean y que aparecen en la
habitación o lugar en que te encuentres. Todos esos son los objetos
que emergen en tu conciencia.
Piensa ahora en
algo que, hace cinco minutos, se hallara también en tu conciencia.
La mayoría de los pensamientos han cambiado, la mayoría de las
sensaciones corporales han cambiado y probablemente haya cambiado
también el entorno que te rodea. Pero hay algo que, hace cinco
minutos, estaba también ahí y no ha cambiado. ¿Qué es lo que está
presente ahora que también estaba hace cinco minutos?
Yo soy. El
sentimiento y la conciencia de ese Yo todavía están presentes. Yo
soy ese Yo omnipresente que está tan presente ahora como lo estaba
hace un instante, hace un minuto y hace cinco minutos.
¿Qué es lo que
estaba presente hace cinco horas?
Yo soy. La
sensación de que yo soy es continua, autoconocedora,
autorreconocedora y autovaliente y está tan presente ahora como hace
cinco horas. Todos mis pensamientos han cambiado, todas mis
sensaciones corporales han cambiado y también ha cambiado el entorno
que me rodea, pero ese Yo sigue igual de omnipresente,
resplandeciente, abierto, vacío, claro, espacioso, transparente y
libre. Los objetos han cambiado, pero ese Yo sin forma sigue siendo
el mismo y es tan evidente y presente en este instante como lo era
hace cinco horas.
¿Qué es lo que
estaba también presente hace cinco años?
Yo soy. Son
muchos los objetos que, durante este tiempo, han aparecido y han
acabado desapareciendo, son muchos los sentimientos que, durante este
tiempo, han aparecido y han acabado desapareciendo y también son
muchos los dramas, los espantos, los amores y los odios que han
aparecido, han permanecido durante un tiempo y han acabado
desapareciendo. Pero, en este tiempo, ha habido una cosa que no ha
aparecido y tampoco ha acabado desapareciendo. ¿De qué se trata?
¿Qué es lo único que está tan presente ahora mismo en tu
conciencia como lo estaba hace cinco años? La sensación atemporal y
omnipresente de ese Yo se haya ahora tan presente como hace cinco
años.
¿Qué es lo que
estaba presente hace cinco siglos?
Yo soy lo único
omnipresente. Todo el mundo siente el mismo Yo soy, porque ese Yo no
es un cuerpo, un pensamiento, un objeto ni un entorno. Ese Yo no es
nada que pueda ser visto, sino el Vidente omnipresente, el Testigo
abierto y vacío de todo lo que emerge. Lo único que existe en toda
persona, en todo mundo, en todo lugar, en todo tiempo y en todos los
mundos hasta el final del tiempo es este Yo evidente e inmediato.
¿Qué otro podría conocer? ¿Qué otro podría nunca conocer? Lo
único que existe y que siempre ha existido es este Yo
resplandeciente, autoconocedor, autoconsciente y autotranscendente
que se halla ahora tan presente como lo estaba hace cinco minutos,
cinco horas o cinco siglos.
¿Qué es lo que
estaba presente hace cinco milenios?
Antes que
Abraham fuese, Yo soy (Jn 8.58). Antes de que el universo fuese, Yo
soy. Éste es mi rostro original, el rostro que tenía antes de que
mis padres naciesen, el rostro que tenía antes de que naciese el
universo, el rostro que he tenido durante toda la eternidad hasta que
emprendí este juego del escondite y decidí perderme entre los
objetos de mi propia creación.
Nunca más
pretenderé desconocer y no sentir que Yo soy.
Y, con esto,
acaba el juego. Millones de pensamientos han aparecido y han acabado
desapareciendo, millones de sentimientos han aparecido y han acabado
desapareciendo, pero una cosa no ha aparecido y tampoco ha acabado
desapareciendo, lo que nunca ha nacido y lo que nunca morirá, lo que
jamás se ha adentrado ni ha salido de la corriente del tiempo, una
Presencia pura que flota en la eternidad, por encima del tiempo. Yo
soy ese gran Yo evidente, autoconocedor, autovaliente y autoliberado.
Antes de que
Abraham fuese, Yo soy.
Yo soy no es más
que el Espíritu en primera persona, el Yo último, sublime y
resplandeciente, el creador de todo el Kosmos, presente en mí, en
ti, en él, en ella y en ellos como Yo que siente todas y cada una de
las criaturas.
Porque el número
de Yoes de todo el universo conocido no es más que uno.
Descansa siempre
como el Yo, como el Yo que sientes ahora mismo, como el Yo no nacido
que resplandece en y como tú. Asume también tu identidad personal,
como este o como cualquier otro objeto, como este o ese yo o como
esta o esa cosa. Descansa siempre en el Fundamento de Todo, en este
Yo grande y evidente y vive sumido en el universo que yo he creado.
Éste
es un nuevo día, éste es un nuevo amanecer y éste es un nuevo
hombre. El nuevo hombre integral como también lo es el nuevo mundo.”
Hasta
aquí el texto de Ken Wilber.
Cuando
esta conciencia del Yo soy se hace viva en ti, te sientes injertado
del todo en el Cristo, eres consciente de ser el mismo que es Él, el
Único Ser, el Todo, manifestado aquí y hoy en múltiples formas y
maneras, manifestado temporalmente en tu personalidad o ego
existencial, que no es sino la manifestación de tu Yo, del único
Yo: El Cristo.
Vivir esta Conscienica kósmica es estar despierto.
Quien vive en esta consciencia presta atención consciente
a cuanto le rodea, esto es:
No
se identifica con nada
de lo que percibe, observa, piensa, siente... Ser uno no es
identificarse con algo, ni rechazar nada. La identificación o el
rechazo suponen
siempre una exclusión, y por lo mismo una consciencia constringida,
no total.
No
hay, por lo tanto,
preferencias, ni
valoraciones. Estas
preferencias y valoraciones se dan en nuestra mente, pero la atención
consciente va más allá de nuestra mente. Es originaria, es
sencillamente Testigo.
Por
ende, es imparcial. Es
una mirada no selectiva, ni excluyente. Es mirada
de pura atención al
presente, de aceptación total del mismo, sin referencias al tiempo
(pasado y futuro). Es inmersión en lo eterno (sin pasado, ni
futuro).
Y pese a las apariencias
es activa, pues supone dejar de confundirnos con nuestras
vivencias.
Entiendo que Juan de
Yepes los expresa de forma muy hermosa:
Olvido de lo cri
(e)ado,
memoria del
Creador.
Atención al
interior
y estarse amando al
Amado
Viviendo
en esta Consciencia, vivimos despiertos, como Jesús, como Buda, como
todos los místicos de la historia de los hombres.
José
A. Carmona