En la primera parte de
este tema ya se advirtió que la filosofía que se ha venido haciendo
en occidente es una filosofía “ingenua”, puesto que ha
pretendido siempre conocer la esencia de la Realidad por medio de la
razón. De ahí que haya tal multitud de corrientes y pensamientos
filosóficos tan dispares, la razón divide pues cada individuo
(incluidos los que filosofan) tiene su propio mundo, o sea, tiene sus
propios sueños. La razón no es el instrumento para percibir la
Esencia. Se está saboreando un buen plato con los dedos de los pies,
no es el instrumento adecuado. La razón lógica no lo es. Lo cual no
conlleva que el enorme y variado monumento que ha construido la
filosofía clásica sea algo ni trivial, ni fútil.
Cuando la sabiduría (se
recuerda: conocimiento que transforma, sabor que alimenta) afirma que
soñamos, está diciendo que cada uno vive en su propio mundo
subjetivo, particular, indiviso. Afirma que normalmente confundimos
nuestras ideas y palabras con la realidad que está allende ellas,
confundimos el mapa con el territorio como se dice con mucha
frecuencia (y con verdadero atino). Pero se ha de recordar que el
lenguaje y el conocimiento que nos proporciona el pensamiento
conceptual es muy válido, totalmente válido, para funcionar en el
mundo que los orientales llaman de las apariencias, el mundo de lo
relativamente real. Gracias a este pensamiento y al lenguaje podemos
manejar el mundo en que nos desenvolvemos. Pero lo grave es que cada
uno sueña su propio sueño, ni siquiera hay un sueño común. Se
trata de una Babel de confusión (los límites, que adoramos y que
asumimos como identidad, cuando no llegan ni a identificación).
Estas creencias en las
que nos desenvolvemos desde niños van creando nuestro pequeño
universo, nuestro pequeño yo (al que otros llaman yo
superficial), que consiste en identificarse con lo que creemos
sobre nosotros mismos y sobre el mundo que nos rodea. Y esto depende
totalmente del pasado, de las experiencias habidas e integradas y no
proyectadas. Así el yo, el pequeño yo, es esclavo de sus
limitadísimas experiencias, y cuando cree ver la realidad ve lo que
él cree que es la realidad, pues lo ve a través del vidrio de sus
experiencias pasadas. La razón lógica no puede ir más lejos, es
sencillamente tiempo. El pequeño yo no es tanto una realidad cuanto
una auto-imagen mental elaboraba a partir de todo el pasado y que se
proyecta hacia un futuro en la misma línea del pasado.
De forma breve se podría
decir que el mundo es para cada hombre lo que éste piensa que es.
Es más, cada hombre descubrirá siempre las razones que
confirman su propia visión, y de ahí que cada uno piense que el
mundo real es lo que él piensa que es. No olvidemos que el que tiene
un martillo en la cabeza por todas partes ve clavos.
Por descontado que el
mundo no humano, el mundo “en bruto” por decirlo gráficamente,
es un mundo en el que coincidimos, de lo contrario sería imposible
el pensamiento y el lenguaje. Si vemos una casa todo el mundo (salvo
enajenación mental) coincidirá en que es una casa, o un ordenador,
o una silla, o un cuadro... pero no así el mundo “humano”. Éste
supone ya una interpretación, unos sentimientos, unas ideas,
creencias, odios, valores... y en este mundo cada uno tiene el suyo
propio (sueña).
LA VISIÓN
TRANSCONCEPTUAL (La contemplación)
Grandes pensadores han
hablado de esta realidad que llamamos visión transconceptual,
incluso en occidente. Podríamos tomar como ejemplos la intuición
de Bergson o la visión pura de Husserl, el tercer ojo
(en parte) de la escolástica, o el embelesamiento contemplativo
del que nos habla el Sermón de Monte: “mirad las aves del
cielo... contemplad los lirios del campo...” (6,26-28). Todas
estas citas nos hablan de esa visión-imagen y de la aprehensión no
conceptual sino perceptual (experiencial) inmediata. Lo hacemos
frecuentemente cuando nos quedamos embelesados ante la belleza sea
sensible, conceptual, moral...(Un cuerpo, un paisaje, la visión del
cosmos, una operación algebraica, trigonométrica..., una hermosa
metáfora, un bello poema, el Requiem de Mozart, el heroísmo de
algunos, momentos de meditación...)
¿Es posible tener una
experiencia nueva del mundo que no sea condicionada? La sabiduría
(conocimiento que llega al ser) nos lo afirma. El hombre,
generalmente, está encerrado dentro de su propio yo superficial, ese
que identificamos con un nombre propio, con una profesión, con un
estado (esposa, familia, hijos...) con unas características, pero el
hombre puede liberarse de esta prisión, de la prisión de la
subjetividad del pequeño yo, y ver más allá, transcender este
conocimiento condicionado y acceder a la experiencia inmediata de lo
que es. A esta experiencia la suele llamar la sabiduría la “visión”.
La “visión”
no pertenece al mundo del pensar, al estrecho mundo del pequeño
yo, sino que pertenece a la apertura del Ser. Pensar es interpretar,
lo experimentamos en cada momento. Ver es ir más allá de los
pensamientos, como se ha apuntado anteriormente, dejándolos en
suspenso. Es salir de la pequeña jaula del yo superficial.
Esta visión interior no
es algo ignoto o misterioso, sino que es algo que tenemos cada
momento. Si nos damos cuenta de que nuestro pensamiento está
condicionado, si tomamos conciencia de ello es porque tenemos algo
más en nuestro interior, porque tenemos en lo más profundo una
dimensión que nos hace ver lo limitado de nuestro propio pensar. Si
vemos que estamos condicionados al pensar es porque hay en nosotros
algo que es des-condicionado (M. Cavallé). Si simple y solamente
estuviéramos dentro de la burbuja del pensar, seríamos incapaces
de ver nuestros condicionamientos en el pensamiento. Aquello que (de
alguna manera, la que sea) no conocemos en absoluto en modo alguno
puede ser cuestionado.
La
visión es experiencia directa e inmediata, es discernimiento
instantáneo de lo que es. Percepción inmediata de la evidencia, en
la que todo razonar sobra. Si salimos al mediodía a la calle, no
necesitamos pensar que es de día, lo palpamos, no necesitamos el más
mínimo proceso discursivo. Pensar es interpretar y proyectar en el
futuro lo que recordamos del pasado. Ver es no pensar, sino ir más
allá del pensamiento para palpar la realidad. Y la interpretación
de los hechos nos impide ver, dice Krishnamurti. Dicha
experiencia directa es inaprensible para la razón, por ello hemos de
mantener en suspenso su acción (la de la razón) para que la visión
sea posible. Siguiendo su reflexión dice Krishnamurti: “Sólo
cuando la mente está libre de la idea puede haber una experiencia
directa. Las ideas no son la verdad; la verdad es algo que debe
ser experimentado directamente, de instante en instante...”.
La
filosofía perenne, la “sabiduría”, aquella que podemos llamar
filosofía esencial para distinguirla de la ingenua dice que el tan
elogiado sentido común es muy poco de fiar (ya hice
referencia a esto hace poco en un escrito). El hombre normalmente
está dormido a la Realidad y en ese estado brota el sentido común,
que nos habla siempre de mundos cerrados y particulares. Por mucho
que sirva para defendernos en este mundo de lo relativamente real, no
nos sirve para el absolutamente real. Los evangelios atacan muchas
veces este sentido común... si alguno quiere salvar su
vida, la perderá... (Lc 9,24...). La Fe no pertenece al estado
de dormido, sino al de muy despierto. Mientras dormimos nos agarramos
a las creencias.
Para
habitar el mundo de lo Real es preciso despertar. Para ello hemos de
darnos cuenta de que estamos dormidos casi siempre y que necesitamos
aprender a ver, necesitamos despertar.
Y
luego estar decididos a ver, querer ver, aunque nos dé miedo. Pues
el ver nos llevará a cuestionarnos nuestro propio yo (el pequeño),
nuestro estado de creencias y seguridades. Jesús nos dice que
tomemos la propia cruz si queremos seguirle. Y la cruz supone un
cuestionamiento radical, desde la base. Conlleva el cuestionarse uno
a sí mismo, y ese cuestionamiento no lo quiere el yo (ego)
superficial que tiene un fuerte instinto de supervivencia. Nos cuesta
cambiar incluso en cosas superficiales, cuánto más en las
profundas. Sentimos que peligra nuestra identidad. Identidad que
asimilamos a nuestro mundo pequeño, concreto, mundo de sueños y
fantasías...
Es,
pues, indispensable un compromiso muy fuerte con la Verdad, no con la
conceptual que no es más que el mapa que fabricamos, sino con la
Verdad misma, un compromiso de inmersión en la Realidad que somos y
en la que somos.
En
la tercera parte intentaremos indicar el camino del despertar.
José
A. Carmona