¿En
qué se fundamenta nuestra fe en Cristo? Es suficientemente claro, creo, que
todos los esfuerzos apologéticos de los siglos XIX y XX son incapaces de
fundamentarla. ¡Los milagros y las profecías! Pobre la fe (¿fe?) que se haya de
sustentar sobre los últimos descubrimientos de manuscritos (del Mar muerto o
los que puedan ser), restos arqueológicos… Toûto
froneîte ‘en ‘ymin ‘ó kaí ‘en Xristôô ‘Ieesoû (Fl, 2,5). Froneîte nos dice Pablo: “(disfrutad,
gozad), sentid en vosotros lo (mismo, no semejante) que sintió (kaî ‘en)
Jesús”. No otra cosa es la Fe: mantenerse unido a Jesucristo en la (misma) Vida.
Comunión de Vida que trasciende todo tiempo y espacio. La Fe no es distinta del
Amor y por eso mismo la Esperanza (teologal) es sólo de lo profundo, de la
Vida. Nunca del tiempo.
De
este froneîte, de este sentid nos habla Juan en los primeros
pasos, el prólogo, de su también primera carta.
“Lo que existía (o es) desde el principio,
Lo que oímos,
Lo que vieron nuestros ojos,
Lo que contemplamos y palparon nuestras
manos
-hablamos de la Palabra, que es la Vida-,
Porque la Vida se manifestó,(’efanerôôthee)
Nosotros la vimos, damos testimonio.
Y os anunciamos la Vida eterna
Que estaba en el Padre
Y ha sido manifestada.(’efanerôôthee)” (1Jn 1, 1-2)
Dos veces utiliza Juan el
verbo fanerôô= manifestar, aparecer
aplicándolo a la Vida (eterna) que no es sino esta misma vida injertada, como
está, en lo eterno. Juan tiene Fe porque sus ojos vieron, sus manos tocaron,
él contempló. Esa manifestación (cristofanía: Cristo hecho patente,
manifestado) una vez recibida nos convierte en hijos de Dios (Jn 1,12) y si
nos transforma en hijos, nos da a la vez el poder tocar, ver, contemplar la Palabra que es la Vida (1Jn 1, 1). Esta
es la Fe y su fundamento. Don, gracia. Ningún fundamento apologético,
simplemente Ser, abrirse al centro, a lo que es. Experiencia inmediata y directa de Cristo, del Misterio.
Creo
que la teología cristiana no ha profundizado apenas en el hecho de la
transfiguración en el Tabor, en esa luz tabórica que inunda también a Pedro,
Santiago y Juan (Mt 17, 1sss y par). Con el movimiento racionalista que lo ha
invadido dogmáticamente todo, y también toda la teología desde la escolástica,
al Tabor lo hemos reducido a una proyección intelectual cuando menos o, en la
mayoría de los casos, a una alucinación: mas ¿no será –la luz del Tabor- más que otra visión de lo
real, que responde a un nivel de conciencia que no tenemos normalmente en
nuestro nivel de evolución? Sencillamente una visión sutil que escapa a nuestra
racionalidad. Esta luz tabórica, que no solo transforma a Jesús, sino también a
los que lo contemplan (Pedro, Santiago, Juan) es el don que nos hace ver,
palpar, contemplar, es sencillamente tener Fe (insisto: no simplemente creer) y
Amar (descubrir viviéndola la Unidad subyacente –en la multiplicidad- de todo lo Real). En otras palabras, tener Fe
es vivir la misma experiencia mística de Jesús de Nazaret.
Voy
a intentar una aproximación amparado en la tutela del propio Cristo y de los
maestros en la Fe, sobre todo los místicos.
Estamos
acostumbrados a que el lenguaje utilizado por los escolásticos y sus epígonos
sea una especie de “álgebra conceptual”, “cálculo mental” en el que la palabra
expresa más o menos la cosa de forma unívoca (formalissime semper loquitur divus Thomas). En cambio no estamos
acostumbrados al lenguaje místico, que no es sino un sistema de símbolos, y el
símbolo, ya sabemos, sólo es símbolo para quien está abierto y en sintonía con él
y con el que simboliza, aunque medie siglos entre ambos y pertenezcan a muy
diversas culturas. Por supuesto, es necesaria una empatía, un estar en una
misma “onda” para poder percibir lo
simbolizado, mas para ello no son obstáculos ni el tiempo, ni el espacio. Las palabras
son mucho más símbolos que conceptos en el lenguaje de la profundidad (a los
que las ha reducido nuestra cultura cientista –incluyo en esto la teología-),
las palabras son las ideas platónicas, (‘eîdos,
aspecto) con toda su consistencia ontológica. Se habla mucho hoy de que la
palabra es “poder”, y así se utiliza con frecuencia entre nosotros sobre todo entre la
clase política, ¡y la palabra se ha convertido en un arma y la mentira en moneda de cambio! Los cristianos hemos
de recordar siempre que “se nos pedirá
cuenta de toda palabra inútil, descuidada (‘argón)” (Mt 12, 26). Los místicos fueron y son (por ejemplo el
papa Francisco) ejemplos vivos del lenguaje cargado de Ser, de Salvación. No
digamos Jesús que tiene palabras en las que hay vida eterna (Jn 6, 68).
La
mística, pues, utiliza este lenguaje simbólico que es directo e inmediato. Sin
duda que acudir a sus escritos nos puede iluminar mucho en este camino en el
que andamos buscando las experiencias mismas de Jesús. Teresa de Ávila –santa
Teresa- tiene un poema que nos ilustra muy bien lo que se viene diciendo aquí. Alma, buscarte has en Mí. Estas fueron unas
palabras que la santa oyó estando en oración y cuyo significado sometió al criterio
de su hermano, Lorenzo de Cepeda quien por su parte reunió en un debate sobre
el tema a varios expertos espirituales, entre ellos s. Juan de la Cruz. Cada
partícipe del debate entregó por escrito a Teresa su propia opinión sobre la
experiencia de la santa. Ella a su vez contestó
en una página llamada: Vejamen. Y un
tiempo después escribió una poesía maravillosa de las que extraigo algunas
estrofas.
Alma,
buscarte has en Mí
y a
Mí buscarme has en ti.
De tal suerte pudo amor,
alma, en ti retratar,
que ningún sabio pintor
supiera con tal primor
tal imagen estampar.
Fuiste por amor criada
hermosa, bella, y así
en mis entrañas pintada,
si te perdieres, mi amada,
Alma,
buscarte has en Mí.
…
Y si acaso no supieres
dónde me hallarás a Mí.
No andes de aquí para allí,
sino, si hallarme quisieres,
A Mí
buscarme has en ti.
…
(Poesías,
8, Obras completas)
Es
ésta, la aquí relatada, esa experiencia mística, a la que muchos llamamos hoy cristofánica.
No es una mera reflexión calculadora,
matemática, lógica, sino experiencia inmediata y directa en la que lo que se
busca (y se siente - páthos), nunca es uno mismo (el ego), aunque se busque en
sí mismo (en el yo). No es una introspección, por muy buena y aconsejable que
ésta pueda ser, tampoco es la búsqueda
de un Otro que está en otro mundo (el sobrenatural), en la mera transcendencia,
no es un salir de nosotros mismos, una alienación. Cristo es el Misterio,
infinitamente superior a nosotros, pero también es un hombre (no sólo) como
nosotros, por eso buscando a Cristo en nosotros, no buscamos nuestros egos,
sino que buscamos a Cristo buscándonos a nosotros (nuestros Yoes). No nos
alienamos, pero tampoco somos solipsistas.
Seremos cristofánicos, místicos. Cristo (el Misterio, el Espíritu, lo
Inmanifiesto…) es nuestro más verdadero Yo.
Estamos
hablando del verdadero conocimiento por identificación, que es la Fe.
Fe
que se hace real cuando las mismas experiencias de Jesús, el Cristo, son las
que nosotros experimentamos. Se hace real cuando somos en verdad sarmientos de
la única cepa. Es lo que hacen todos los que Aman por encima de toda multiplicidad.
Y que hacemos cuando así Amamos.
Son
muchas las cosas que hemos de intentar iluminar con nuestras pobres palabras,
pero ricas a la vez porque no son meros signos indicativos, sino símbolos (don)
que comunican vida, la Vida… Seguiremos experimentando en común…