lunes, 30 de mayo de 2011

Un regalo inesperado

UN PRECIOSO REGALO

Cada lunes por la mañana nos reunimos una serie de amigas y amigos -más amigas que amigos- para compartir durante un par de horas nuestro conocer sobre la vida, nuestros recuerdos del pasado que llamamos experiencias...y también algún conocimiento sobre lengua española. Así algo que comenzó con un cariz magisterial se ha convertido en un rato de conversaciones interesantes que versan sobre los más diversos puntos de vista.

Hoy, 30 de mayo, me han sorprendido. Sin esperarme yo nada en absoluto, me han regalado una serie de cosas muy sustanciosas -jamón de Jabugo y vinos de Ribera del Duero-, y luego se han unido para obsequiarme con un pequeño poema. Lo ha escrito una de ellas _Pepi López Ruiz, mujer sensata, de mirada profunda, con unos ojos de un color que copiaron las aguamarinas- en un momento en que viajaba en un autobús, según propia confesión. El poema dice:

El lunes se me hace ameno
cuando estamos en la clase,
porque me gusta escuchar
cómo sabes explicarte
con gracia y sabiduría.
Eres un hombre ejemplar
al que admiro cada día.

Aprendemos sin agobios,
todos estamos unidos,
¡una bonita manera
de hacernos grandes amigos!


Y debajo del mismo imprimen sus nombres cada una/o.
Ha sido muy emotivo. Un gesto que les honra y que me conmueve.

José Antonio

sábado, 14 de mayo de 2011

NUESTRA IDENTIDAD 2ª Parte

¿QUIEN SOY YO?

LA FALSA CONCIENCIA DE IDENTIDAD SEPARADA

SEGUNDA PARTE

En la primera parte he hablado de los límites que ponemos a la hora de identificar el “yo”, de las fronteras con que lo delimitamos. A su vez, apunté a la posibilidad y al hecho de que grandes iluminados -no ilusos ilusorios, todo lo contrario-, los místicos habidos en la historia, llegaron a deshacer esos límites ampliando la conciencia de su “yo” hasta identificarlo con la Realidad, o el Misterio.

Demos un paso adelante y tratemos de ver un poco más en qué consiste ese “yo” tan palpable, tan evidente, tan obvio... que de su existencia y naturaleza no nos es posible dudar.

Al hablar de este tema he de recordar de nuevo, y de recordarme a mí mismo como José Antonio que es como me identifico, aquella regla budista de los Sutras Mahayana: “el Buda nunca predicó la verdad, pues comprendía que cada uno tiene que descubrirla dentro de sí mismo”. O las primeras palabras que el evangelio de Juan pone en boca de Jesús: “ ¿Qué buscáis? Maestro ¿dónde vives? Venid y lo veréis”. Cada uno tiene que ver por sí mismo. No predico nada. Quiero apuntar en la dirección de lo interior. “Nacer de nuevo”. Caer en la cuenta. Por supuesto que las indicaciones son útiles para dirigir la mirada, si se quiere mirar, o hacerlo en esa dirección indicada. Es una sencilla invitación, sin olvidarme de que una comida, por sencilla que sea, es inmensamente mejor que todo un recetario de guisos. La "experiencia" inmediata y directa (¿transexperiencia?) de la profundidad.

La palabra símbolo es polisémica, es utilizada con muy distintos significados y de muy variadas formas en ciencia, religión, lingüística, matemáticas, física... pero hay algo en ella, una diferencia esencial, quizás no asumida en todos los usos que se hacen de la palabra, que la distingue del signo. El símbolo (del verbo griego syn-ballo: reunir, o sea, volver a unir, unir de nuevo, o de los sustantivos griegos: symbolê= encuentro, sýmbolon= símbolo) sólo simboliza para el que está abierto a él, para el que se deja penetrar por él, como sucede con el amor. Tiene un significado muy amplio y variopinto pero siempre unido a la intencionalidad, a la comunión interior, por tanto exige un nivel determinado de conciencia, no es ni meramente objetivo, ni solamente subjetivo, no es obra de la mente. Lo percibimos en la experiencia cuando la dualidad sujeto-objeto se borra. El símbolo auténtico siempre tiene una relación con lo real. Sólo es abrazado quien quiere serlo y un abrazo auténtico (que es símbolo) no lo da más que el amor, el gesto físico solo no es símbolo. El signo no simboliza, solo indica y prácticamente tiene una validez universal, única, en cambio el símbolo como he dicho tiene un significado solamente para quien está abierto a dicho símbolo. En muchos momentos y materias se emplean ambos nombres como sinónimos.

El hombre para relacionarse con el mundo de los hechos utiliza una gran cantidad de sistemas simbólicos. El hombre es, según Erns Cassirer, filósofo alemán de la cultura, “un animal simbólico”, por ello crea su mundo simbólico al que luego utiliza para relacionarse directa o indirectamente con el mundo de los hechos. Pensar y actuar basándonos en determinados símbolos nos ha permitido avanzar en el proceso evolutivo, en cambio haciéndolo basados en otros hemos convertido las fuerzas de la naturaleza en medios de destrucción. En concreto la adoración de ciertos símbolos (Dios, Patria, Dinero, Poder...) y la fanatización consiguiente de los adoradores, en la que se antepone el símbolo a los hechos, en la que se da valor nada más que a los símbolos, palabras, ideas, en lugar de a los hechos o realidades que están tras ellas, ha llevado al hombre a las mayores atrocidades (guerras, injusticias sociales, esclavitud, muertes por violencia, inquisiciones religiosas...). Pero la utilización correcta de los mismos, cuando estos símbolos han servido como vínculo entre las ideas y los hechos, o sea, cuando se han vivido como verdaderos símbolos, ha originado una vida de caridad y amor entre los humanos y de comunión vital con el mundo, como es el caso de tantos y tantos hombres entregados al servicio de los demás y de las causas justas. Esta reflexión hecha grosso modo, me da a entender que la solución a los problemas sociales no podrá venir con verdadera eficacia, si en nuestro interior no enfocamos debidamente la relación simbólica. La relación de lo que hay en nuestro interior con los hechos, eligiendo bien los símbolos adecuados. Cualquier otro tipo de revolución nunca será una verdadera solución definitiva. La conversión, metánoya, concienciación... es el camino real de toda transformación humana, tanto individual como social. ¡Llevamos tanto tiempo -milenios- de políticas perversas, aunque algunas hayan sido y sean bienintencionadas! Es cierto que desde la perspectiva histórica se va progresando. Lentamente pero progresando... con dientes de sierra -altos y bajos en el camino-.

Algunos hombres (he de recordar que la palabra hombre no es sinónima de varón por mucho que insista en ello nuestra “cultura”. Por desgracia la costumbre, unida a la ignorancia, también puede destrozar muchas cosas y muchas palabras), pocos, muy pocos han tomado conciencia de que somos adiestrados dentro de unos códigos simbólicos, algo que nos hace esclavos, que elimina nuestra la posibilidad de encontrar la claridad interna. “El pensamiento que se organiza colectivamente es una simple repetición, la claridad no es el resultado de una afirmación verbal constante...” (Krishnamurti). Yo, yo, yo, creo, creo, creo... y así hemos creado el tabú. ¡Intocable! ¡Dogma!

El gran tabú de nuestra cultura, y no solamente de ella, según Alan Watts, es la respuesta que damos a la pregunta que encabeza este artículo: Yo soy el sujeto frente al que se expande el Universo, incluidos otros sujetos. Esa sensación de entidad separada de la Realidad es falsa, pero es el gran tabú. Es admitida como evidente por la práctica totalidad de los humanos. Quien se atreve a negarla es tildado de loco, o alucinado. Mas, si la raíz más profunda de nuestro mundo simbólico -la sensación de identidad separada- es falsa, mal podremos arreglar los problemas que nos atosigan desde el inicio de los tiempos, porque nosotros mismos estamos desordenados. Dice textualmente Watts: “...

(Habla de la forma en que la humanidad ha evolucionado)... Pero en realidad el problema es aún más profundo. La raíz de esta cuestión es nuestro modo de sentirnos y concebirnos como seres humanos, nuestra percepción de estar vivos, con existencia e identidad individuales. Sufrimos una alucinación, una sensación falsa y distorsionada de nuestra propia existencia como organismos vivientes... Algunas frases de uso diario reflejan esta ilusión: << Viene a este mundo...>> <> <>”

Sin embargo, parece que la misma ciencia señala también hacia otros caminos. Nosotros no venimos a este mundo, sino que crecemos en él, cada individuo es una expresión única de toda la naturaleza, surgimos de la Naturaleza como las hojas surgen del árbol. Nadie ha experimentado esto ciertamente, y de hecho actuamos “conquistando” la Naturaleza (sean árboles, bacterias, espacios o animales) en lugar de, algo que ya van postulando muchos grupos ecologistas, “colaborando” con (y en) ella. ¿Tiene algo que ver con “este conquistar la tierra y los espacios” la idea que se difunde en el Génesis, y que inunda toda la cultura abrahámica y sus derivadas, “Hagamos a un hombre... que domine los peces del mar... Llenad la tierra y sometedla...”(Gen 1,26-28)?

He de advertir que cuando el Vedanta Advaita o los grandes místicos como Eckhart, Silesius, Tauler, Juan de la Cruz,... y los contemporáneos Maharsi, Nisargadatta, Guenon, Krishnamurti, Watts, Klein, Wilber, Panikkar, Huxley, Wei Wu Wei, Bucke, Whitman, Dürckheim... hablan del “YO”(utilicen o no esta palabra), de la Realidad oculta tras la máscara de la personalidad, del “yo” o “ego” no se refieren en modo alguno al Inconsciente de Freud, a su famoso entre nosotros “Id”: “Ello”. Freud adolece, como la mayoría de los científicos y pensadores del diecinueve, de una visión más amplia del mapa de la conciencia. Es reduccionista, como gran parte de la psicología oficial aún. Reduce la inteligencia humana a dos escalones -Marx la redujo a uno, la materia-, negando ¡dogmáticamente! la existencia de cualquier tipo de conocimiento que no fuera producto de la materia o de la experiencia sensitiva -a la que el cientifismo llama “empírica” ¡Como si no existiera una experiencia más allá de los sentidos!-. Fue la moda del XIX. “No existe más experiencia que la sensible! ¡El resto, lo que vaya más allá de la misma, son paranoias o subproductos de fuerzas irracionales, primitivas!” De ahí que a todo místico lo coloque al mismo nivel que a los locos.

Lo que hemos suprimido en nuestra experiencia inmediata, en ese tabú universal, es algo tremendamente obvio: como tener pies. La inmensa mayoría del tiempo no somos conscientes de que los tenemos. Sencillamente es obvio. Pero de igual manera, así como no podemos desear tener pies porque ya los tenemos, tampoco podemos desear ser lo que ya somos. ¿Por qué nos experimentamos como entidades separadas? ¿Dónde está el problema? Está en que el pensamiento racional no puede apresar dicha realidad -lo que somos-, se le escapa como el agua entre las manos, y supuestamente pensamos que lo obvio ha de ser manifiesto para el pensamiento racional. No podemos con la razón vernos a nosotros mismos como sujetos, para vernos racionalmente nos hemos de convertir en objetos, hemos de crear dualidad -sujeto/objeto- pero en el momento en que soy objeto ya no soy el que mira, sino el mirado, ya no soy YO, si acaso un remedo. Yo no soy algo que veo, sino el que ve. Ahora mismo estoy escuchando polifonía por medio de mi equipo de música, pero mi oído es mucho más que esa música que oigo, de igual manera Yo-sujeto que ve- soy mucho más (y por supuesto nunca lo mismo) que yo-objeto que veo-. Pese a todo, para poder comunicarnos con los demás sobre esta experiencia transracional hemos de hablar de ella. Esta es la finalidad del “mito”. Para llegar con el sdímbolo o mito a dónde el signo no llega.

Las referencias al mito han sido frecuentes en este blog, a su sentido exotérico, lineal, superficial, sentido en que en gran medida es tomado popularmente. Y las religiones oficiales consideran la letra del mismo como verdad de fe, cuando no es más que fábula, superstición.La fe está en la semilla de la almendra, no en la cáscara de la misma, en la cáscara están las creencias. Y a su sentido esotérico, místico, profundo, interior, sentido que es una imagen fecunda, una metáfora que nos sirve para indicar de algún modo aquello a lo que la razón no puede llegar sencillamente porque es “racional”, limitada, parcial. Repito de nuevo, en las narraciones míticas no confundamos las palabras con los hechos, la señal con el camino. No olvidemos que el mito en sí es símbolo, no apariencia. Así el mito nos sirve para llegar allá donde no puede llegar la razón. ¡Claro! Que si damos por sentado el dogma de que la razón es la que nos da la última posibilidad de llegar a la Realidad, sobra el mito, pero sobra, gracias a otro mito-dogma impuesto -en este caso racionalista-: La razón es lo último como medio para acercarnos a la Realidad. El mito viene a ser un teatro en el que se representa la Realidad, pero el teatro es teatro y la Realidad no lo es. Y si desconectamos al teatro de lo que representa, se convierte en una mofa, en esperpento. El mito o es encuentro o no es.

Todas las formas “religiosas” (sean o no teístas) tiene mitos para explicar, nunca científicamente, la Realidad, la existencia del mundo, el origen de la multiplicidad, nuestra existencia. En el cristianismo tenemos para contarnos el comienzo del mundo los mitos bíblicos del Génesis, en la mitología sumeria se cuenta con el poema de Gilgamesh, Babilonia con el Enuma Elis, en el mundo hinduista se cuenta con las Upanisads. El Vedanta dice lo que las Upanisads, cuentan el mito de que el Universo es Dios que juega a descubrirse a sí mismo disfrazado de multitud de formas...

La iglesia católica institucional, no los evangelios, ni Jesucristo, ha pretendido, a base de dogmas, imponernos una fe basada, en buena medida, en la literalidad de los mitos bíblicos, afirmando que se fundamenta para definirlos en la autoridad que Dios le ha dado al fundarla(¿?) ¡Y resulta que uno de esos dogmas es aceptar que Cristo la fundó! Pero quienes piensan por sí mismos no pueden aceptar imposiciones de este tipo de autoridad, mucho menos asumir el disparate de Tertuliano: “Credo quia absurdum (creo porque es absurdo)”. Esta postura -de Tertuliano y la institucional- exige dejar de lado la invitación de Jesús de Nazaret: “Venid y lo veréis”: experimentad por vosotros mismos.

El mito bíblico afirma que Dios (¡Icono de una Realidad que puede no ser lo que pensamos que es! Porque lo pensamos con categorías humanas o referidas a ellas) creó al hombre a su imagen (Gn 1,27). Por ello en nuestra cultura aquel hombre que se hace a sí mismo Dios es digno de muerte, ha de ser crucificado (Mt 26, 57...Mc 14, 54... Lc 22, 55... Jn 18,14... y durante todo el juicio). Hacernos a nosotros mismos Dios es una megalomanía llevada hasta el absurdo sin duda alguna según la visión abrahámica y cristiana, sería una blasfemia horrible. Sólo un idiota podría creerse Creador de todo cuanto existe. Pero, esto nos sucede porque tenemos elaborado un concepto de Dios como Rey y Creador del Universo, un Dios personal Uno y Trino, reinterpretado todo ello desde el concepto que tenemos de “persona” en occidente. Incluso hemos reinterpretado con las categorías de la filosofía griega las experiencias de Jesús y sus expresiones como “el Padre y yo somos uno” o cuando nos habla del Consolador según narran los evangelios. Pero todas esas experiencias pueden ser expresadas con otro lenguaje. No son experiencias del yo, menos del "Yo".

El Vedanta no tiene esta visión de Dios, como una persona suprema, creadora, separada del mundo, ens a se, como un monarca o juez universal... En la filosofía Vedanta solamente existe Dios -esa Realidad, ese Misterio-. Todo lo demás “parece existir” (¿visión infantil?) como formas distintas de Él, pero nada más que porque Dios las está soñando, las está utilizando como disfraces para su juego: Encontrarse a sí mismo como multitud. Mientras Dios está soñando, jugando, la multitud de cosas existe, pero solamente por un tiempo, mejor, por el tiempo. Sencillamente duran, no son, o si queremos son temporales, no eternas. La separación entre el yo y las cosas es real, mejor, relativamente real, mientras Dios juega, mientras dura, mientras transcurre el tiempo. Pero el tiempo y sus cosas no existen más que en la imaginación de Dios (utilizando las expresiones del mito).

Esta visión del mundo y de lo Divino, nos puede parecer atractiva o infantil, ridícula o profunda, pero no se trata simplemente de una idea, sino de una experiencia, o mejor dicho, algo que transciende la misma experiencia del "yo". Es una vivencia-experiencia, que es conocimiento inmediato y directo de todo esto. Jesús de Nazaret tuvo siempre en sí la misma vivencia-experiencia. Así lo entiendo yo, no solamente por lo que apuntan los evangelios canónicos (selección institucional con sus razones y criterios), sino por lo que descubro en los apócrifos y en el evangelio de Juan.
Sirva de ejemplo un texto del apócrifo de Tomás:

“Jesús ha dicho: Yo soy la luz que está sobre todos ellos. Yo soy el Todo. El Todo ha salido de mí y el Todo ha vuelto a mí. Romped la madera: yo estoy allá. Levantad una piedra: allí me encontraréis” (77).

El Todo ha salido de mí y ha vuelto a mí... Son palabras que van mucho más allá de cualquier interpretación cuantitativa. Ese Todo es indisoluble. Es la luz, es la madera y la piedra, es Jesús... somos nosotros “Es Todo”. No cantidad. Esta visión está muy cercana a la de las Upanisads y el Vedanta.

A esta experiencia de ser Realidad, de ser una misma cosa con Dios, de no ser entidades separadas unas de otras (no en el juego, o mundo manifiesto, no relativamente sino absolutamente) ha sido abundante a lo largo de las vidas de los místicos y no sólo de los místicos Vedantas como Sankhara, Maharsi, Nisargadatta, sino de todos, sin apellidos ni adscripción alguna. Desde el “Tao que puede conocerse no es el Tao” hasta la experiencia de conciencia cósmica de Bucke con que he empezado estos dos artículos, pasando por Jesús de Nazaret (sobre todo en los apócrifos), Eckhart, Krishnamurti, Wilber... nos confirman que se trata de una experiencia transpersonal. Que las fronteras que ponemos a nuestro “yo” son artificiales, por muy innatas que nos puedan parecer, que nuestra Realidad, nuestro auténtico “Yo” es el Misterio.

Entonces ¿qué? ¿somos Dios? No olvidemos que estoy hablando de aquello que subyace a mi pequeño yo, a José Antonio (que es temporal, caduco, parte del juego que acabará su función), de lo que es “Yo”, no José Antonio. Lo triste es que llevo toda la vida identificando a ese “Yo” con este otro pequeño conocido como José Antonio, con lo cual mi conciencia, la conciencia que aparece en José Antonio, no se ha expandido, al menos de forma permanente, aún no me he descubierto del todo como Misterio. José Antonio no es el Creador, ni siquiera un santo o un místico, pero sí que sé que es el Misterio, es el agua del océano, aunque ahora y por ahora tenga forma de ola. Toda el agua del océano, no una parte, porque en el océano de la Realidad, del Sacramento no hay partes, no hay cantidad, no hay separación, tampoco hay todo como número, sino como posibilidad de ser, Lichtung como dice Heidegger.

Acabo estas palabras con un texto de Krishnamurti:

“Cuando vemos... las astutas y extraordinarias intervenciones del “yo”, su inteligencia, cómo se protege a sí mismo mediante la identificación, la virtud, la experiencia, la creencia, el conocimiento, cuando vemos que la mente se mueve en ese círculo, en esa jaula que ella misma ha fabricado. ¿qué sucede? Si nos damos cuenta de que toda la actividad de la mente sólo fortalece al “yo”, … si somos plenamente conscientes de ello cuando actuamos,... cuando estamos realmente en ese estado, en ese momento la mente está en completo silencio, deja de crear, deja de inventar, ... pero cuando la mente deja de crear, entonces hay creación, …
La realidad, la verdad, no se puede reconocer. Para que aflore, la creencia, el conocimiento, la experiencia, la búsqueda de la virtud, todo eso debe terminar. Una persona virtuosa que busca la virtud a conciencia nunca la (verdad) encontrará... Un hombre virtuoso aunque sea un hombre justo, nunca encontrará la verdad porque la virtud para él consiste en encubrir el “yo”, fortalecer el “”yo”... Por eso es tan importante ser pobre no sólo en las cosas de este mundo, sino también en creencias y en conocimientos.
Un hombre rico en bienes, conocimientos y creencias jamás conocerá otra cosa que la obscuridad... Mas si como individuos podemos ver todo el proceso del “yo”, entonces descubriremos qué es el amor … que transformará el mundo. El amor no pertenece al “yo”, el “yo” no puede reconocer al amor... porque donde está el amor no puede estar el “yo”
(¿Qué es el “yo”? La libertad primera y última)”.











martes, 3 de mayo de 2011

NUESTRA IDENTIDAD 1ª Parte

¿QUIÉN SOY YO? ¿DÓNDE COLOCAMOS NUESTRA IDENTIDAD?

PRIMERA PARTE

Esta cuestión de la identidad del sí-mismo (“yo” en castellano, “jo” en catalán -pronunciado yo-, “ego” en latín, “'egô” en griego, “je, moi” en francés, “I, myself” en Inglés, “ich, das ich” en alemán, “eu” en gallego o portugués …) es muy probablemente el núcleo primordial, la pregunta más radical, la última ontológicamente, valga la expresión, que se hace el hombre. Por tanto, tomando como referencia la propuesta de Paul Tillich de que lo Divino es el “Fundamento Último del Ser”, esta pregunta es la más religiosa -la que va más a lo Último- de la humanidad. El Vedanta Advaita, escuela religiosa, no teísta, que brota de los Vedas en las Upanisad, ha mantenido hasta nuestros días una atención especial a la respuesta a la pregunta sobre la identidad de uno-mismo -en la segunda parte de este escrito lo intentaremos ver-. En el cristianismo, bajo la influencia de las culturas hebrea y griega la hemos abandonado después de los primeros años. Dichas culturas ponen definiciones a la Realidad, con lo que la están dividiendo constantemente (definir es poner límites), sin embargo, yo percibo en las parábolas de Jesús de Nazaret -principalmente en la del Buen Samaritano y en la del Hijo Pródigo- que la experiencia de Jesús no era de separación, era de Unidad con la Realidad, de expansión total de la conciencia: “¿Ama al prójimo como a ti mismo” (lo que consta en nuestra cultura nacida de Abraham y Platón), o “Ama al prójimo porque es tú mismo?” ¿Cómo actúa Jesús? Expandiéndose, dándose, estando siempre a favor de todos, siendo todos. Cierto que las expresiones verbales del Nuevo Testamento caen de lleno en la dualidad, pero algo se puede otear sobre las propias experiencias del Nazareno: “Cuando sea subido en alto atraeré hacia mí todas las cosas”. No podemos olvidar nunca que Jesús de Nazaret era judío, Cristo es el Misterio universal que se manifiesta de modo importantísimo, no exclusivo, en Jesús. ¡Seamos humildes en la FE! ¡No seamos etnocéntricos!

De todos modos, he de decir que nunca me planteé una respuesta profunda e inquisitiva de mi realidad personal a partir de esta pregunta -¿Quién soy?- hasta que empecé a leer algo del Vedanta Advaita.

Richard Maurice Bucke, psiquiatra canadiense de finales del XIX, gran amigo de Walt Whitman -dice Bucke que él mismo había sido colocado en un nivel superior de conciencia gracias a Whitman-, es el autor de un libro que ha sido fundamental en el nacimiento de la Psicología Transpersonal: Conciencia Cósmica (Cosmic Consciousness: A Study in the Evolution of the Human Mind). En dicho libro narra una experiencia mística que tuvo él mismo, y otras de algunos contemporáneos, entre ellos de Whitman, junto a las de Buda, Jesús, Pablo, Mahoma, Plotino, Dante y otros. Éstas desde una perspectiva histórica, no de inmediatez. La conciencia propia de este estado iluminado la llama: Conciencia cósmica. La misma está más elevada evolutivamente que la conciencia racional que tenemos la mayoría de los humanos. Al describir su propia experiencia dice:

“... me inundó un sentimiento de júbilo, un inmenso regocijo..., una iluminación intelectual imposible de describir... Vi -no creí- que el Universo es una Presencia viva. Tomé conciencia de la vida eterna que hay en mí... no que la tendría, sino que la poseía ya. ...Que el principio fundamental de todos los mundos es lo que llamamos amor...”


¿Podemos decir, como diría Freud y dicen sus seguidores, que esto no es más que una alucinación paranoide? Evidentemente que en un reduccionismo que no acepte ir más allá de la racionalidad así se afirma. ¿Pero dónde en esta experiencia narrada está la angustia, la tortura que acompaña a las aberraciones mentales? Aquí, donde el paranoide encuentra angustia, no hay sino paz, serenidad, madurez...

Los individuos que tienen, y han tenido, de una manera u otra experiencias similares -todos los místicos- sienten que son uno con todo el Universo. Su sentimiento de unidad se extiende mucho más allá de su mente y de su cuerpo. Y no solamente estas experiencias “cumbres” sino las nuestras individuales, cuando intentamos profundizar hasta donde no llega la mente, nos legitiman totalmente para preguntarnos en lo más íntimo de nuestra conciencia personal: En verdad ¿quién soy yo? ¿qué es ser yo? ¿cuál es mi identidad más radical?

Cuentan de Schopenhauer que paseando por una calle (de Frankfurt supongo) se detuvo a contemplar una exposición, no sé por qué motivo se le acercó un guardia a pedirle la identificación y le dijo: “Por favor, me puede decir ¿quién es usted? A lo que el filósofo del pesimismo le respondió: si usted pudiera contestarme a esto, le haría un monumento. El pensador nunca encontró la respuesta. ¿Quizás se puso muchos límites? Es esta la respuesta más deseada. La respuesta sobre nuestra propia identidad es fundamental en nuestra vida.

Cuando alguien nos pregunta: ¿Quién eres? Intentamos darle una respuesta razonable y le ofrecemos una descripción de los hechos que consideramos importantes en nuestra ¡identidad! (Soy fulano, casado con, soltero, padre de tantos hijos, mi profesión es, mis aficiones son...) -todo ello son circunstancias, nunca la verdadera esencia, y siempre excluyentes: si soy varón, excluyo a las mujeres...- Pero en en el fondo de esta descripción subyace un proceso anterior, más básico: trazamos un límite. Incluso cuando interiormente tratamos de dar una respuesta a esta pregunta fundamental: ¿Quién soy?, lo que en realidad hacemos es trazar ese límite, aunque sea de forma totalmente inconsciente. ¿Dónde situamos el límite? ¿Dónde ponemos lo exterior y dónde lo interior a lo que llamamos “yo”?

El límite más común es el de la piel. Este límite es universalmente aceptado, y de tal manera lo es que consideramos insensato decir que la piel no sea el límite hasta donde alcanza nuestro yo. Lo que hay de la piel para adentro (organismo, sentimientos, emociones, mente...) soy yo, lo de fuera no lo es (dualidad “dentro-fuera”), es no-yo. Así hacemos una clara diferencia entre lo que “yo soy” y lo que “yo tengo”, soy este cuerpo, esta razón, estos sentimientos..., tengo una casa, un ordenador, unos muebles, un coche..., incluso la familia es mía, no yo. Negar esta sensatez evidente sería propio de un psicótico, ¡es tan universalmente aceptado!, o el hecho de negarla quizás no sea más que la expresión de algún alto nivel místico que llegue a la “conciencia cósmica”, como acabo de decir de Bucke.

Pese a lo dicho y a esta sensatez que parece tan evidente, muchísimos de nosotros, pienso que todos, ponemos otro límite entre lo exterior y lo interior, entre el yo y el no-yo. Leía hace muchos años a Dürckheim que plantea en sus escritos la pregunta siguiente: “¿Somos un cuerpo o tenemos un cuerpo?”. Me llamó poderosamente la atención. La ascética cristiana ha tratado y ¿trata? al cuerpo como a un “pobre asno” que es un peso para el espíritu -¡Qué duros estos destierros/esta cárcel, estos hierros/en que el alma está metida!... de Teresa, excepcional mística-. Hay que liberar al espíritu de ese peso con la mortificación (cilicios, disciplinas, ayunos...). Fué la visión de unos muy largos tiempos, y en nuestra cultura occidental dicha visión ha calado muy hondo. ¡Hemos llegado a identificar la pureza con la ausencia de sexo!¡La institución canoniza a curas, monjes y monjas, casi ningún casado/a y a nadie no católico!¿No hay santos fuera?

Nosotros mayoritariamente sentimos que tenemos un cuerpo, como tenemos una familia, o unos muebles..., pero no lo somos. Cuando el niño empieza a tomar conciencia de sí y de su derredor, ve cómo el cuerpo es fuente de placeres pero a la vez de enfermedades y dolores, ve que el cuerpo no para de fabricar “deshechos” que molestan mucho a los mayores, él no los entiende muy bien, nunca ha disociado al cuerpo de sí mismo, pero... Así cuando llega a la edad adulta ha terminado disociándose de su cuerpo. El cuerpo ha dejado de aparecer como “yo”, aparece como “mío” y por lo mismo está allende el límite a partir del cual percibo lo que soy “yo”. Sin embargo, la masa humana no tiene una clara idea al respecto, creo: Cuando se entierra a una “persona”, se dice han enterrado a “fulano”, nunca se dice (o no se suele decir) han enterrado el cadáver -cuerpo muerto- de “fulano”, aunque oficialmente se diga: “los restos de...serán incinerados, enterrados...”. Mas el hecho es que también la masa, al menos en buena parte, dice que tiene un cuerpo, “mi cuerpo es mío y hago con él lo que quiero”, aunque este límite no aparezca tan diáfano como el de la piel. Sólo el bebé se siente cuerpo. Ponemos, pues, un nuevo límite que excluye lo anatómico del “yo”, el cuerpo. Aunque mi organismo físico sea mi interior, no lo es tanto como mi psique. Aparece el “ego”. Un nuevo límite, una nueva exclusión, sobre todo en la civilización occidental.

Aún ponemos un otro límite más, en este caso mucho más sutil. El hombre (ser humano) en su desarrollo también desde pequeño comienza a tener sentimientos que le agradan y otros que le desagradan, emociones que le gustan y otras que no le gustan y poco a poco va introduciendo una nueva separación en su yo. Aliena o reprime aquellos aspectos de su yo que no le gustan, quizás porque no gusten a sus papás, a los mayores... y lo hace en función del superego, de la educación recibida. Los aliena y proyecta. Se crea la persona (hipóstasis = máscara, apariencia que a la vez vela y muestra).

El hombre en su desarrollo va siempre seleccionando. Va dejando aparte las cosas para quedarse en su piel, luego deja a un lado su cuerpo que le causa muchos disgustos (dolor, enfermedades físicas, tener que ir al lavabo...) y se queda con su ego. Pero a su “ego” lo construye con los sentimientos y emociones internas que le resultan agradables, al resto (agresividad, violencia, afán de poder, soberbia...) las aparca también. Se construye la “sombra”, el yo se identifica sólo con una parte de su psique, la "persona", y por lo tanto todo aquello que no le agrada, la “sombra”, es proyectado hacia fuera de la persona, hacia fuera del “ego”, hacia fuera del límite, a lo que entendemos por “los otros o lo otro”. Encontramos ejemplos maravillosos de esto en los medios de comunicación, en los debates de las televisiones, en los discursos de los políticos, de la jerarquía, en nuestros pensamientos... En definitiva, el individuo se identifica con una imagen mental de sí, con la imagen mental de sí mismo que se ha autocreado: el ego. Y aún dentro del ego se identifica solamente con la persona, alienando a la sombra. “Yo” soy una parte de una parte de una parte de la Realidad, la parte que me gusta.

He transcrito en los comienzos de este texto unas palabras de Bucke que hablan de su experiencia extrasensorial y transpersonal. Experiencia que han tenido muchos místicos en la historia y cuya imagen plena es para mí Jesús Transfigurado (transfigurar=transcender, ir más allá de, la figura o persona) en el Tabor. En todas ellas hay un elemento común: una expansión del límite del “yo”, del límite entre lo que uno es y lo que no es. Cuando esta expansión llega hasta la identidad plena entre el “yo” y la “Realidad” se da lo que los psicólogos transpersonales llaman “conciencia de unidad”. Hay datos comprobados más que abundantes de la existencia de estas experiencias de expansión de los límites del “yo”.

¿Qué podemos concluir de lo dicho hasta aquí? Que son múltiples los niveles de identidad y por lo mismo que no podemos hablar de una sola identidad. Y como donde quiera que se dé una frontera, hay un posible conflicto, son muchos y variados los frentes de batalla que se pueden abrir para el “yo”. El extranjero-enemigo (Freud) podrá ser la sombra, o el cuerpo, o el medio ambiente... cuando un individuo pone un límite tras el cual no está su yo, se está parapetando frente a..., está perfilando las batallas de su vida. No olvidemos que cuanto más cerradas sean las fronteras más fácilmente veremos a cualquier extraño como enemigo.

La evolución de la conciencia, su desarrollo, es un ensanchamiento, es una apertura, una ampliación de los límites que el “yo” se ha impuesto, tanto de los externos -aumentando la perspectiva-, como de los internos -ahondando en ellos, dándoles profundidad-. Cuanto más alto sube el nivel de conciencia, más amplia es la visión que se tiene, cuánto más se profundiza en lo interior, mayor es la ampliación de los límites, más lejos quedan, hasta que desaparecen. Y en este ascenso, poco a poco nuestro abrazo se hace más grande, nuestro amor más profundo, y nos vamos identificando con nuestra familia..., con nuestro pueblo..., con la humanidad..., con todos los seres sensibles..., con todo el mundo conocido..., con la Realidad de la que en nuestro “yo” somos manifestación temporal y con la que nuestro “YO” se identifica.

Siento las cadenas de un lenguaje dual, que no puede decir lo que ES, sino sólo señalar hacia lo que ES.

En la segunda parte de este tema quiero reflexionar sobre la (falsa) sensación de identidad separada que tenemos, sensación a la que Alan Watts llama el gran tabú de la humanidad.

José A. Carmona