martes, 18 de mayo de 2010

Acerca del pecado como culpa. Segunda parte.

¿Se puede seguir hablando de PECADO o CULPA (transgresión de la ley de Dios o de leyes de instituciones religiosas) en el lenguaje cristiano después de la Postmodernidad?
Segunda parte

Voy a empezar esta segunda parte haciendo una somera alusión al budismo y al hinduismo, siguiendo unas reflexiones de un maestro en el tema, Raimon Panikkar.

Los que somos deudores de la tradición abrahámica, a través del cristianismo, no podemos concebir a Dios, si no es a partir del Ser, algo que no ocurre en todas las religiones, ni tampoco en el ateísmo moderno. Ya Heidegger distingue, como veremos más adelante, entre la comprensión metafísica del Ser (la que hemos tenido hasta ahora en la filosofía occidental) y la comprensión no metafísica (postmetafísica) a la que apunta todo pensamiento futuro y que supondrá la superación de toda ontología. En esta línea de desentologización de Dios podemos entender mejor el budismo que nos habla constantemente de la Nada, el Vacío...
Con esta visión del No-Ser en el budismo no puede existir una concepción del pecado como transgresión de una Ley divina, ni tan siquiera una concepción del pecado. En cambio, en el hinduismo sí que se da algo similar a cierto concepto de pecado, no el más usual: el hinduismo asume la concepción védica de la existencia como deuda, de la creaturabilidad como algo que debe ser superado, del ego que ha de ser transformado en yo=amor, de aquí pasó al vedanta, una de las visiones místicas más interesantes habidas en la historia pasada y en la historia que se está haciendo. De ahí deduce el vedanta el deber primordial del ser humano: cancelar sus deudas con el pasado y transcender su propia creaturidad, ser uno con (el) Todo. En su propio ser criatura, en no ser Dios, no ser lo Total, en la misma sensación de separatividad, de que somos un yo separado del Espíritu, del Todo está el pecado, el pecado es la misma consciencia de separatividad, como nos explica Alan Watts en su “Libro del tabú”. El pecado se da, cuando la propia existencia se estanca, cuando el ser que necesariamente es ser-siendo, es acción, se hace una substancia, se cree no solo ex-sistente (sistere ex), sino con-sistente (sistere in se); el pecado, dice Panikkar, es la sistencia que no acepta su ek-sistencia, el ser que olvida su evolución, la existencia que se para y no se hace esencia. La acción, que transcurre, que se piensa, permaneciendo, permanente.

Realmente es ésta una reflexión nada banal, muy profunda, y nos puede ayudar a reflexionar con una perspectiva cristiana sobre la parábola del Hijo pródigo. Somos pecadores, esto es, somos seres en evolución, in fieri, por el mero hecho de existir (sea este hecho creación, manifestación, participación...), por tanto el reconocimiento de nuestra condición necesitada del perdón (per-donare = dar en abundancia, dar la existencia), de que somos manifestación, sólo manifestación, de lo inmanifiesto es la actitud justa. De ahí que el justo (en la Biblia: el que no tiene pecado) se confiese pecador =recibidor del per-don (donación del ser) de aquel que no es el ser, sino el Origen del ser, que es No-ser.
Por descontado que esta visión fundamentada en los Vedas está enfrentada con la noción de pecado como culpa legal, como transgresión de la norma. Simplemente está hablando de un fieri que no ha llegado a su culminación (Atman), culminación que no ha de realizarse necesariamente con el tiempo, aunque sí en el tiempo. Es temporal, mas no depende del tiempo, en modo alguno los Vedas se plantean el aspecto jurídico y el de mancha del alma de la ex-istencia, es algo impensable para el pensamiento hindú.

Pero, lo que quiero tratar con detenimiento en este escrito es la posibilidad, o no, de que el concepto mítico del pecado manifestado en las épocas mágica y mítica de la conciencia humana (hasta el Renacimiento) concepto que aún mantiene la institución católica (al hablar de institución católica no estoy hablando de la iglesia católica que tanto de bueno está aportando a la humanidad, sino a la institución propiamente dicha: Vaticano, Jerarquía, “jerarquismo” patológico, doctrina ortodoxa,...), pueda seguir siendo sostenido tras el enorme avance de dicha conciencia conseguido al subir ésta del nivel mítico al racional, avance que queda abierto hacia otros niveles superiores (psíquico, sutil, causal... por nombrarlos de alguna manera, niveles que adquirieron los místicos, no digamos el hombre Jesús de Nazaret) a los que la humanidad en su conjunto irá ascendiendo a lo largo de los tiempos, algo que podemos percibir hoy en las manifestaciones de los grandes sabios (de sabiduría, no de erudición) y santos. ¿Qué nivel de conciencia pudo llegar a tener Jesús de Nazaret al celebrar con sus seguidores la última cena y comunicarles todo lo que en el evangelio de Juan se ha dado en llamar la Oración de Jesús (Jn 17)? “Que ellos sean uno, como tú y yo somos uno...”

Esta elevación del nivel de conciencia, este salto cualitativo no se ha hecho de un día por otro, se ha ido elaborando a través de los siglos, pero comienza a apuntar su madurez con el Renacimiento, y hoy está en plena vigencia entre un 30% de la población humana. La mayoría sigue, es cierto según las estadísticas, en el nivel mítico: Mi dios, mi nación, mi grupo, mi equipo de fútbol, mi familia, mi música, mis ideas, mis escritos..., casi todos tenemos mucho aún del nivel mítico.

Por descontado que la cultura en la que Jesús se mueve es heterónoma y no autónoma-teónoma por usar el término de Lenaers . “En todo semejante a nosotros, menos en el pecado” dice Pablo y la ortodoxia.

Dice Lenaers en su libro:

A lo largo de los siglos el grupo cultural cristiano occidental ha desarrollado su propia estética para expresar lo que pensaba y sentía colectivamente. Esto quiere decir que se ha construido su propio lenguaje, en el sentido tanto estricto como amplio, ha formulado leyes y confesiones, ha creado rituales y los ha hecho obligatorios, ha edificado y equipado monasterios e iglesias. Por medio de figuras y colores le ha dado forma a sus esperanzas, expectativas, imaginaciones, miedos, alegrías, dudas conscientes o inconscientes. Pero luego ha sucedido algo asombroso. Aquel lenguaje que cada cual comprendió durante 1000 años en Occidente, se volvió poco a poco un idioma extranjero, una lengua muerta, comprensible sólo por aquellos que anteriormente habían sido educados en ella.

Este texto nos puede ilustrar y, a la vez, servirnos de introducción a lo que sigue.

El principio fundamental en el que la Teología apoya la separación radical entre Creador: Summum Bonum y Criatura: Pecator (in peccato concepit me mater mea: en pecado me concibió mi madre. Salmo 50. Miserere) es el de la aseidad divina y la y la no aseidad de la creación. En este sentido escribe Kant, hombre profundamente cristiano y heterónomo, pero enorme pensador sensibilizado con el pensamiento de su época y con todo pensamiento en general: “Existentiae suae rationem aliquid habere in seipso, absonum est. (Es absurdo que algo pueda tener en sí mismo la razón de su propia existencia)”. Este planteamiento que desarrolla a través de su ingente obra filosófica, sobre todo con las tres grandes críticas-reflexiones-juicios (de la razón pura, razón práctica, estética) lo podemos indicar como el comienzo de la crisis del pensamiento mítico en teología, como el comienzo de la Modernidad en la filosofía (que yo no distingo de la teología, de ningún tipo de teología, como ya he dicho en este blog).

La Modernidad no se limita al campo de la “Filosofía” (no puedo olvidar que Pio X condenó el Modernismo en su famosa, entre los teólogos católicos, encíclica Pascendi el 8/9/1907), sino que abarca todos los campos de la vida humana:

El “Arte” -Goya, Manet, Monet, Van Gogh, Kandinsky...-,

La “Ciencia” -Kepler, Galileo, Newton, Faraday...-,

La Psicología: La “Cognición”: una forma totalmente nueva de conocer, la racional, nueva con respecto a la modalidad cognitiva de la mítico-pertenencia, una nueva forma ética que pasa de la moral convencional (lo bueno, lo verdadero, es lo de mi grupo, religión, país...) a lo postconvencional (los derechos humanos universales, el amor universal de Cristo y los místicos, no así de los cristianos cuando afirman: mi fe es la -única- verdadera).

La Política: aparición de las democracias liberales frente a los absolutismos y totalitarismos... Esto no quiere decir que todos de los políticos hayan alcanzado el nivel naranja de conciencia, muchos, para nuestra desgracia, quedan aún en el azul. Lo que ha alcanzado el nivel de racionalidad es la verdadera conciencia democrática.

La Identidad: la autonomía personal, frente a la identidad marcada por el cargo social, por el rango... Es muy curioso observar los vaivenes que las normas sociales dan sobre la percepción de la identidad. Al DNI se la llama documento de identidad, cuando en todo caso habría que llamarlo de identificación externa, la identidad es, como mínimo, algo más serio. Sólo los grandes hombres de la historia llegaron a vivirla.

Y la Conciencia sigue avanzando hacia nuevos horizontes:
Postmodernidad, Postmetafísica, Kosmocentrismo...

Nuestra sociedad, en su mayoría, navega entre varios niveles de conciencia, en ella se da una gran mezcla de corrientes que suponen distintos niveles de pensamientos, éticas, artes... Se mezcla en una misma sociedad lo premoderno, desde lo mágico del Vudú y muchos de los elementos de la Nueva Era y lo mítico de muchas instituciones, en concreto del Vaticano, de muchos partidos políticos con lo moderno en muchas corrientes artísticas (cine, por ejemplo) en muchas formas de pensamiento, en la visión de algunos partidos políticos (no en todos sus aspectos) y lo postmoderno en pintura, literatura, filosofía (teología), Internet... Nuestro “mundo” es un conglomerado complejo en el que destaca, pienso, la visión de los místicos, los grandes sabios-santos.

Y en este mundo cabe hablar de dioses y religiones míticos/as y de pecado como culpa que comenten los que desobedecen a esos dioses, culpa que va desde saltarse las normas litúrgicas en los sortilegios del Vudú hasta el no acatar los mandamientos (de dios y de la iglesia), culpa que ha de ser castigada o redimida. Esta culpa no tiene necesariamente relación con el perdón. Hay perdón (per-donare) sin culpa, “retomar el camino”, “reintegrarse en la vida” “transcender la conciencia de ser separado”.
La visión del perdón en el cristianismo (no exclusiva de él) es sensacional, pero ha de ser pensada con las nuevas categorías alcanzadas por la conciencia (que no es sino el Espíritu manifestado en la forma).
Por ello, no quiero ofender a ninguna persona. Todos estamos en el abrazo del Amor. Pero, tampoco quiero que me ofendan a mí, también yo, en cuanto José Antonio, soy manifestación del Espíritu en este momento en el que mi pensamiento, y mi experiencia, trata de superar las limitaciones impuestas por siglos de visión mítica de lo religioso cuando Cristo es y así lo expresa Pablo “liberación”.

La Modernidad ha sido descrita como la edad de la “Razón y de la Revolución”. No surge en un momento concreto de la historia de Occidente, ya lo hemos afirmado, sino que va apareciendo a lo largo de siglos: Kepler, Galileo, Erasmo, Descartes, Kant,... podemos escoger de nuevo por sus enorme valentía de pensamiento, el párrafo, ya citado, de éste último en el que expresa que la visión del dios mítico (el ens a se que nos han enseñado hasta hace muy poco y se ¿sigue enseñando? en el catolicismo) es “absonum” (contradictorio), expongo más ampliamente el texto de un hombre cristiano ferviente, Kant: “Existentiae suae rationem aliquid habere in se ipso, absonum est” “Quidquid enim, rationem existentiae alicuius rei in se continet, huius causa est. Pone igitur aliquid esse, quod existentiae suae rationem habere in se ipso, tum sui ipsius causa esset. Quoniam vero causae notio natura sit prior notione causati, et haec illa posterior: idem seipso prius simulque posterius esset, quod est absurdum.” (Obras Completas, Vol. I, pag 480). Afirmaciones similares hace Schopenhauer, otra persona de honda espiritualidad, al criticar el dios defendido por Spinoza. Esta afirmación de Kant, hecha a finales del siglo XVIII, suponía una ruptura muy valiente con el pensamiento dominante en toda la cristiandad sobre la aseidad de dios y de su ontologización como el totalmente otro.

Uno de los grandes aciertos, tuvo también muchos fallos y enormes sin duda, fue la separación de los que la Filosofía Perenne con Huston Smith llama el Gran Tres: La Bondad, la Verdad y la Belleza. En la época mítica, cuando la razón humana no había superado el nivel de pertenencia a un grupo (al grupo cristiano en nuestro caso), época a la que pertenece todo el medievo, el llamado Gran Tres no estaba separado, Verdad, Bondad y Belleza estaban sometidos a la autoridad-poder sacro (jerarquía) de la iglesia, la razón no se había independizado, la ciencia como tal no existía, todo estaba iluminado sólo por una fe mítica según la cual se interpretaba el mundo, la expresión de la Belleza estaba totalmente inundada de esa fe (pecado, infierno...,) y la Bondad, la Moral, emanada de esa fe, era la que determinaba la iglesia, portavoz de dios. El hombre no se había independizado, seguía siendo niño y por lo tanto sometido a los miedos del niño (el dios justiciero, el pecado-no hacer caso a los mayores en autoridad - el castigo-infierno...). Ya anteriormente en este blog he hablado de este tema, sobre todo en el artículo: Sabiduría perenne, y por lo mismo no quiero insistir en lo mismo otra vez. Tan sólo destacar que el lenguaje de la Modernidad es totalmente distinto al de la teología del medievo (y al de la oficial actual). La Verdad se independizó de la tiranía ajena a ella misma que era la imposición jerárquica que afirmaba, entre otras cosas, que la tierra no se movía, que se movía el sol, e ignoraba totalmente adquisiciones de la ciencia como: que la vida se puede ¿crear? fabricar en un laboratorio, que la sexualidad no está solamente para tener hijos, que la evolución no ha terminado ni mucho menos, que el infierno no puede existir, que es posible clonar, que la misma ciencia no es el límite del conocimiento humano... con la independencia, con la autonomía, de la Verdad apareció la ciencia. La Belleza se independizó y se expresó de las más diversas formas y maneras plásticas, verbales, arquitectónicas, musicales, fotográficas, dramáticas, cinematográficas..., y se ha ido haciendo adulta, alimentando el espíritu de los hombres en ese campo inmenso de la subjetividad (que no es capricho ni arbitrariedad), ese campo interior del yo, que necesita reafirmarse continuamente para ser adulto, para no ser ego infantil, etnocéntrico, temeroso de un poder exterior, con miedo al pecado, sino abierto a la libertad de la vida que supone un compromiso de responsabilidad, no de miedo, y de asunción del Misterio mismo que somos en lo más profundo de nosotros, Amor=unión abierto a toda pluralidad de formas que ayudan a construir, que son la creatio in fieri, la evolución en todas las dimensiones humanas. La Bondad se independizó y se hizo múltiple, pretendiendo abarcar todo lo que abarca el Amor, no excluyendo nada, amando también nuestra propia oscuridad para que el amor la transforme en Luz, transformación que supone un gran y constante trabajo de metanoia, de conversión. La Bondad se hizo Moral universal que atiende a las necesidades humanas de cualquier cultura, lo que no excluye las formas particulares de cada una y por lo tanto de cada forma moral, pero se liberó de la visión de imposición universal y permanente para todos los hombres de todos los tiempos, se hizo una línea más de la personalidad humana, como la cognitiva o la artística, en evolución hasta la plenitud.

En este contexto cultural es imposible encajar el pecado como ofensa. ¿Qué ofensa y a quién? Y la palabra misma está tan contaminada en nuestra mente que quizás sea hora de utilizar otra más apropiada a nuestra cultura. Por descontado que se desarrolló una línea moral que abarca las relaciones del hombre en la sociedad y en el universo, y en esta moral cabe una ruptura en la relación, en el amor, pero nunca una mancha legal.

Antes de terminar quiero hablar un poco del lenguaje de la Modernidad.
Cada elemento del Universo, cada holón: totalidad que es parte de una totalidad superior (todo es holón), tiene una serie de dimensiones que la Filosofía Perenne describió en el Gran Nido del Ser, esto es, en lo que acabo de mencionar: Verdad, Bondad y Belleza. Y la Verdad tiene su propio lenguaje, se expresa en una dimensión del ser, del holón, se expresa en tercera persona. O lo que los filósofos transpersonalistas llaman lenguaje del “ello”, el lenguaje objetivo. Es el lenguaje que versa sobre objetos, sobre realidades que son percibidas por los sentidos o por sus extensiones (un telescopio...). Este lenguaje es monológuico, o sea, no hay diálogo propiamente dicho entre esas realidades y el sujeto que las percibe y describe, es el lenguaje con que nos habla la ciencia, siempre habla el sujeto de las propiedades, efectos, modos... de las realidades que son los objetos de las ciencias. La doctrina sobre el pecado está descrita con este lenguaje, cuando su expresión, como el de toda realidad espiritual sea positiva o negativa, habría de ser dialóguica, la expresión del amor y del encuentro, del perdón y la autenticidad, de la intencionalidad y convivencia. La Bondad tiene el suyo propio, la Bondad o Ética habla el lenguaje de la intersubjetividad, del “nosotros”. La Bondad se refiere al dominio humano de la conciencia social, de la interacción de los miembros de un colectivo, o del Colectivo-Universo, de la justicia, de la comprensión mutua, de la solidaridad, de la comunión en la cultura... Un auténtico lenguaje dialóguico que exige el encuentro constante con el tú. Y por último la Belleza también tiene su lenguaje, el lenguaje del “yo”, del dominio subjetivo. El juicio estético está en el yo, lo que no quiere decir que sea arbitrario o caprichoso, como el placer que se experimenta al comer un alimento bien elaborado que no es caprichoso, aunque sí es relativo. No es un lenguaje monológuico, sino que brota del diálogo entre el artista expresado en su obra y el que la contempla. El “yo” se supo sujeto de, responsable, libre, ... La Modernidad puso fin a la confusión entre estos lenguajes que existía en la conciencia mítica, conciencia que cronológicamente en Occidente llega hasta el Renacimiento y más tarde aún.

La Modernidad separó el lenguaje del “nosotros” (La Moral) del lenguaje del “ello” (la Ciencia), con lo que puso fin a las imposición religiosa y política. Hasta entonces era Verdad lo que decía la iglesia, o el rey (o lo que la iglesia decía que decía la Biblia) y si no se aceptaba esta “verdad” eras condenado a la hoguera. En este ambiente medieval, por no hablar de otros ambientes que cultivaron la visión del pecado que hemos tenido hasta hoy, se desarrolló la doctrina sobre el pecado (y otros mitos), así que es lógico que el concepto estuviera cargado de tintes de obediencia, de castigo, de culpa, de condena, de sumisión... en este ambiente se desarrolla la doctrina sobre las herejías... todo el que difiera de mí es pecador y sea anatema. Es interesante anotar en este momento, creo, que la doctrina de la expulsión del seno de la iglesia se basa, entre otros elementos, en la frase del evangelio de Mateo (12,30) que dice: “Todo el que no está conmigo está contra mí, y el que no recoge conmigo, pierde.” (Frase que me inculcaron en el seminario), cuando hay dos textos en Lucas (9,50) y Marcos (9,40...) que dicen: “No impidáis a nadie echar demonios, pues el que no está contra vosotros, está a favor”.
El texto de Mateo es excluyente, los otros dos incluyentes. La perspectiva es totalmente diversa y lo que se dice también, sin embargo, la doctrina sobre el pecado se basó en la exclusión. La institución se ha apoyado constantemente para autofundamentarse en la visión del evangelio más institucional (Mateo: iglesia de Jerusalén), lógico, muy humano ¿pero...?

El hecho de que la Modernidad diferenciara el lenguaje del “nosotros” (institucional) del del “yo”(individual) acabó con el dominio de lo colectivo sobre el yo individual. No olvidemos la frase de la época medieval: “Cuius regio, eius religio”. En la conciencia mítica, también llamada de pertenencia por Gebser y otros estudiosos del tema, lo único importante era pertenecer al grupo (social, religioso, bélico...), el yo ni siquiera existía, los no nobles eran simples siervos de la gleba y los nobles, números para engrosar los ejércitos. En cambio, la separación de los tres lenguajes impidió que el capricho de una persona, o de un grupo se impusiera como verdad, lo objetivo no estaba sometido a ningún capricho, sino a la experiencia empírica. Con este lenguaje se abrió el camino a la nueva medicina (las enfermedades no son posesiones diabólicas, ni penas por lo “pecados” cometidos...), a las democracias (el yo es sujeto de igualdad y de derechos...), a las comunicaciones (no tenemos ángeles que sean mensajeros...), a una profunda revisión, a mi entender, de la oración de petición que no es tratar de imponer nuestro deseo, sino que es manifestar la actitud de integración en el Kosmos (el que llueva no depende de la intercesión de los santos, sino de las borrascas...), a una seria revisión de la idea de pecado (no se trata de que manchemos la gloria de dios, o de que cometamos una culpa... sino más bien, de coherencia con el Ser), así como a una muy seria revisión del mismo concepto: Dios mantenido hasta ese momento (¿cambiar la heteronomía por la teonomía? Yo pienso que es insuficiente...). Para que el mundo cambie debo hacer algo, “A Dios rogando y con el mazo dando”, no meramente desearlo, no pedirlo a un dios que considero allá en las ¿alturas?, aunque Jesús nos dijera que era Padre. Sin duda alguna que la Modernidad aportó a la humanidad una gran cantidad de beneficios y acabó con muchas de las miserias y atrocidades sufridas en la época mítica (enfermedades, plagas, guerras, persecuciones, inquisición, tormentos, hogueras, caza de brujas, pobreza, indigencia, sufrimiento y dolor... y ¡todo debía ser aceptado porque era voluntad de dios!) a las que se refería Voltaire constantemente.

Pero, no todo fueron beneficios, pues la Modernidad, como ya he desarrollado en otros artículos, acabó cayendo en el mismo “pecado” que condenaba, cometió el mismo error del que quería librar a la racionalidad. Impuso el dominio del “ello” sobre el “nosotros” y el “yo”, hasta el punto de que instauró la ciencia como único conocimiento válido, descartando por decreto la existencia de cualquier otra dimensión en el Universo. Así, lo despojó de toda interioridad, subjetividad, espiritualidad... acabó castrando al hombre, como lo había castrado la conciencia mítica anterior. Antes sólo “nosotros”, ahora sólo “ello”, en ambos casos un imperialismo que Wilber llama de cuadrante, un imperialismo que impone una parte del Gran Tres: la Verdad o Ciencia, y elimina las otras.

La conciencia que aparece en la Modernidad no puede reconocer el lenguaje doctrinal que ha quedado varado en los fangales superados de unos niveles de gran confusión entre Verdad, Bondad y Belleza. La mente se ha abierto y los mitos externos (pecado, dios, concepción y nacimiento virginal, resurrección, ascensión...) han sido desenmascarados literalmente (quitar la máscara), son simplemente visiones basadas en la no separación de los distintos elementos o cuadrantes (en la visión de Wilber) de la realidad, una vez separados desaparece la construcción mítica (el pecado como culpa, por ejemplo). Mas su error fue el no ser capaz de descubrir el esoterismo de dichos mitos, su fecundidad interior, la presencia del Espíritu en ellos. Y su máximo error, el negar al mismo Espíritu, al mismo Dios.

Ante estos derroteros de imperialismo absolutista y colonizador de la ciencia que tomó la Modernidad se revela la Postmodernidad.

Anteriormente he hecho referencia a Heidegger, uno de los pilares sobre los que se construyó la Postmodernidad junto con Nietzsche, el gran defensor y promotor de la inversión del “pensamiento metafísico”. Nietzsche afirma que el pensar sólo empieza cuando caemos en la cuenta de que “la razón es la más porfiada enemiga del pensamiento”. No es objeto de este escrito entrar en el pensamiento heideggeriano, pero, sí que voy a hacer referencia a su clara distinción entre “ente” y “Ser”. Él afirma que toda la filosofía posterior a Platón es heredera de un error fundamental: se acerca al Ser como si fuera un objeto, según la manera de la conciencia objetivante. En la Grecia anterior a Platón, la presocrática, esta actitud no existía, lo que existía era la actitud de encarnar el cómo del Ser, no designar el qué del Ser, que es lo que se ha hecho en toda la filosofía occidental. Aquella experiencia originaria del cómo desapareció, aunque quedaran las expresiones o palabras que la describían. Lo verdaderamente importante es ir a esa experiencia y a ello ha de invitar lo transmitido. La filosofía se olvida de que lo transmitido, lo reiterado ya no es alétheia, ya no es “la verdad”, pues ya no surge del mismo Ser. Lo dado, lo transmitido es lo ya sabido, ya no es la fuente originaria siempre abierta, sino al contrario, es lo cerrado, lo repetido. La tradición entendida, y vivida, como comunicación de lo dado (que es como la entiende la iglesia), sólo comunica realidades cerradas, clausuradas verdades que no cabe más que perpetuar horizontalmente en el tiempo y en el recuerdo, pero que carecen de posibilidades de alumbrar al Ser, de ser la alétheia, el descubrimiento, la verdad. Esta tradición que sólo comunicada lo cerrado es mera historiografía, nunca filosofía, nunca pensar, nunca desentrañar la realidad. La filosofía camina hacia el Ser del ente, no hacia el ente, no hacia lo ya dicho y dado. La filosofía busca el diálogo con aquello hacia lo que apunta el ente, no el diálogo con el ente. Por tanto hay que desconstruir todo lo dado, toda la metafísica para ir más allá de la misma, hacia su mismo fundamento, hacia el pensamiento, hacia el fundamento olvidado del ente.
Sin duda que esta somerísima exposición (no llega ni a eso) ha de resultar muy opaca para nuestra mentes que, como mucho, están acostumbradas a la ontología, a una filosofía del ser, del ente, no a su principio, al Silencio Originario. Están acostumbradas a recordar lo dado, no a pensar lo originario (que no quiere decir original).

Los mitos cristianos (entre ellos el pecado) nos han sido dados, son sencillamente mitos dados y no desentrañados, no hemos oído sus gritos que nos apuntaban hacia lo originario (esotérico, profundo, interior) de los mismos, sino que nos hemos limitado a trasmitirlos como se trasmite un mueble o una casa de una generación a otra.
Permítaseme un pequeño recuerdo personal. En mi juventud en el seminario de Cádiz, estuve muy encantado con la filosofía escolástica llamada tomista, un día compré un libro de metafísica tomista que no estaba editado en España, me lo trajeron de Roma, se trataba del libro escrito por Dezza sobre metafísica, me hizo una ilusión enorme (¡en modo alguno comparable a la ilusión que me brota al contemplar a mis nietos!), pero en el fondo de mi alma me dije a mí mismo: ¡Pero si dice lo mismo que decía Zeferino en el siglo XIX o Cayetano en el XVI! Era, hoy lo entiendo, la demostración más palpable de la trasmisión del mito de lo dado, se copiaban unos a otros con todo descaro y ¡eso era la tradición!

Si los avances de las ciencias, de la antropología, de la psicología, de la filosofía, del pensar, si la apertura a todas las culturas que existen en el mundo no nos hacen modificar, al menos, nuestra visión de la realidad, es que estamos con la misma actitud que un erizo, nos enroscamos en nosotros mismos y nos parapetamos con las púas hacia afuera. Nada entrará. ¿Somos erizos?

A Heidegger y Nietzsche le siguieron otros muchos: Bataille, Derrida, Foucault, Lacan... y el intento heideggeriano de ir más allá del ente y de desconstrucción de la metafísica (desontologización) siguió el afán, muy sano en principio, de acabar con el absolutismo científico, algo que ha derivado en un Postmodernismo radical que propugna un nihilismo sin sentido alguno. Pero, no es a este radicalismo al que me refiero en este escrito, sino al Postmodernismo moderado, a aquel que nos habla de la importancia que tiene la interpretación en la comprensión del hombre (no tengo que volver a recordar que hombre significa: nacido/a del humus, no sólo varón) y del Universo. Sin interpretación es imposible conocer al sujeto (el yo), es imposible conocer la intersubjetividad (el nosotros). Los elementos, los holones internos, como el amor, la simpatía, los valores, las pasiones, la moral..., no pueden ser conocidos empíricamente con los sentidos, sino con la mente (o con la contemplación) y ello por medio de la interpretación. Para que alguien pueda comprender el significado de mis actos, mi intencionalidad, tendrá que hablar conmigo e interpretar lo que yo le diga. Es el lenguaje dialóguico. El que se da entre sujetos que tratan de comprenderse como tales, y no como objetos. Hay que advertir que todos los seres sensibles (animales -la empatía-, plantas en su nivel) tienen interioridad, no solamente los humanos y el único modo posible de acceder a un interior es la interpretación en una comunicación dialóguica (el lenguaje es un instrumento primordial en esta comunicación, aunque no exclusivo).

El gran error de la Modernidad fue la creación del mundo chato, fue reducir todo conocimiento a exterioridades empíricas y el Postmodernismo, como hemos dicho, se levantó contra ello replanteando el valor de la interpretación y del significado de las interioridades. Es cierto que ha habido y aún hay un Postmodernismo que pretende reducir todo conocimiento a la interpretación, eliminando toda objetividad en el mismo. Este es un error tan radical como el de la misma Modernidad, y nos conduce a un nihilismo en el que lo que cada yo quiera se constituye por sí mismo en verdad. El “yo” se impone y destruye el “nosotros” y el “ello”.

Salvando el extremismo del Postmodernismo radical, que sigue teniendo en nuestros días una gran influencia en el pensamiento académico, lo cierto es que esta línea de pensamiento ha aportado una nueva visión de lo que es la realidad: No una simple percepción de lo objetivo, de lo dado, sino también una interpretación de la mente y por tanto una construcción, una elaboración basada en lo dado. Ambas cosas. Tengamos en cuenta que al decir interpretación estamos hablando de alguna manera de crear, por ejemplo: cuando se interpreta una obra musical se vuelve a crear la obra del autor, se recrea y cada interpretación es distinta a las demás, lo mismo sucede con un baile, una obra de teatro, una escenificación poética, incluso la lectura de un libro nunca es igual a otra lectura del mismo libro. Una interpretación nunca es una percepción de algo dado que permanece inmutable ahí afuera, sino una remodelación desde la interioridad del intérprete (el que interpreta, el que traduce), sobre todo es una apertura hacia, un ser siendo...

Otro dos elementos aportados por el Postmodernismo son el llamado “contextualismo” (todo significado depende de un contexto) y el “aperspectivismo integral” (existen muchos puntos de vista de la realidad y todos han de ser tenidos en cuenta, lo que no quiere decir que todos sean igualmente válidos).

“El mito de lo dado” es el nombre con el que en el Postmodernismo se llama a la visión de que cuanto conocemos es simplemente una percepción de un objeto dado, como pretende la Modernidad. Es cierto que existe en todo holón un componente interpretativo, que elabora la mente o el tercer ojo, componente válido y real, pero ello no quita que también en el mismo holón haya a su vez otro componente objetivo, dado y percibido por la cognición. El elemento objetivo preexiste a la interpretación, pero la realidad que nosotros conocemos es el resultado de ambos componentes. Un ejemplo: nuestros sentidos perciben (en un árbol) un conjunto de colores y de formas, un tacto duro o suave, un sabor específico, pero en modo alguno nuestros sentidos perciben el árbol como tal, es nuestra mente la que elabora una interpretación de los datos sensoriales y nos hace afirmar: esto es un árbol. Y este concepto se puede aplicar a todos los objetos que causen las mismas sensaciones a nuestros sentidos.

Esta aportación del aspecto interpretativo de la realidad acaba con toda la metafísica, con toda la ontología que hemos recibido en Occidente desde Platón y Aristóteles, como afirma Heidegger. Si la realidad tiene mucho de elaboración mental, difícilmente podemos hablar de ontología. Hasta ahora hemos hablado siempre de ente, de Dios, de ser, de alma..., pero ¿Cuánto tiene estos conceptos de fundamento objetivo? ¿Cuánto hay de elaboración mental en todo esto? ¿Cuánto hay de interpretación de unas experiencias primordiales? Nuestras experiencias primordiales (y las de los primeros pensadores) están pero ¿cuánto tienen de objetivas? La interpretación de la Realidad como ente ¿no es una forma más de interpretarla, no una mera percepción, que sirvió a los filósofos griegos? Nuestra concepción de la Realidad ha de ser revisada sin duda, pero no por ello la de aquellos grandes pensadores deja de ser una interpretación extraordinaria que ha mantenido su validez a través de muchos siglos y la sigue teniendo hoy día para la mayoría de occidente. Mas, el mito de lo dado ha de ponernos en guardia y ha de exigirnos lo que acabo de decir: revisar en profundidad la Realidad con el fin de dar una nueva interpretación (no olvidemos que interpretación es también re-creación=nueva creación) a las experiencias, interpretación que sean el mapa que nos sirva para caminar con mayor seguridad cada vez por la realidad de las experiencias. El Mundo hoy no es el de Aristóteles ni en lo social, ni en lo técnico, ni en lo objetivo, ni siquiera en las estructuras antropológicas, pese a que cronológicamente nos estemos dando la mano, la “creatio in fieri” o evolución continua.


El contextualismo y el aperspectivismo integral van en este mismo sentido. El contexto cultural, histórico, social, estructural, político, geográfico... determinan en gran medida la visión del mundo que se tiene en cada momento, y por esta razón las múltiples perspectivas son simples consecuencias. Cada perspectiva ha de ser respetada, lo que no quiere decir que todas sean igualmente válidas a la hora de la verificación de la realidad, como se ha dicho. Si yo afirmo en estos momentos que estoy escribiendo en chino, es una perspectiva y también una estupidez.

Después de todo el bagaje que el Postmodernismo ha aportado al conocimiento humano, seguir manteniendo el mito de lo dado con respecto al pecado como “culpa que ofende a Dios” es un absurdo, es una construcción mental de unos tiempos en los que el lenguaje teocrático y la ontología del ser dominaban las mentes humanas. Entonces el mundo era otro (parcialmente).
Con las nuevas perspectivas se impone una profundización en la experiencia de autenticidad de lo humano, de la autenticidad del Ser como origen del ente, de la plenitud del Espíritu, de la presencia del Silencio originario en las formas... y una nueva interpretación de la misma que nos sirva para seguir desarrollándonos.

Ciertamente, hay un pecado mágico, quizás el no cumplir las reglas de los sortilegios. Un pecado mítico, transgresión de la ley de dios y de su iglesia que , por supuesto, es aquella a la que ¡yo pertenezco! Un pecado racional, una patología en la evolución, un parón en el fieri, una autoafirmación de mi separatividad. Un pecado sutil... Pero lo que no puede ser considerado (ni es en sentido ontológico, atendiendo a la línea evolutiva) pecado en el nivel racional es la visión mítica de una transgresión de una ley que ya no existe en la conciencia, porque la propia experiencia se ha liberado de una expresión caduca, como una pierna sana se libera de la escayola que en un pasado le sirvió para curarse una fractura.

Siento que es muy poco y pobre lo que he escrito aquí sobre el pensamiento postmetafísico actual, pero no voy a insistir en ello. Ya tengo escrito en este blog algo sobre la Postmetafísica.

Antes de acabar este escrito, no quiero renunciar a exponer unas brevísimas ideas sobre la intuición no-dual, que creo, abunda en las misma dimensión de la eliminación de la “externalidad” de los mitos cristianos y por lo mismo de la noción de pecado que conocemos y en la que se ha hecho tanto hincapié en las últimas decenas desde la llamada ortodoxia católica. En modo alguno reniego de un sincero seguimiento de Cristo, como ya he expresado, pero pienso que este seguimiento ha de ser con una conciencia tan limpia y lúcida como la de Juan de la Cruz, por ejemplo, que en sus canciones de la Noche Oscura nos propone esta meta: Amada en el Amado transformada. El seguimiento es transformación, no es seguir las huellas del Maestro, sino vivir sus mismas experiencias. Y para ello lo adecuado es ir al meollo del mito cristiano, del mito del Hombre. Al Amor que no tiene fronteras, ni confesión religiosa excluyente, ni partidismo, ni dualidad...

En el pensamiento místico, y sobre todo en los niveles añil y violeta que describen los estudiosos del tema, en los que se supera la conciencia del ego, la visión dual de la Realidad que tenemos en nuestra mente racional desaparece, las fronteras desaparecen, los enemigos desaparecen y por ello mismo las guerras y toda confrontación desaparecen..., y todo porque desaparece el otro, desaparece la dualidad. En este nivel de conciencia, al que llaman los transpersonalistas de segundo grado, caemos en la cuenta de que la Realidad no es dual, sino no-dual (que no es una en el sentido matemático, pero tampoco dos) o dicho de otra manera: es una sin segundo, una sin otro, sin dos, no existe alteridad. Por supuesto, este nivel no puede ser adquirido por el raciocinio, ni por la reflexión, ni por ningún acto mental, es nuestra mente la dual y la creadora de dualidad, nuestra mente es dilemática. La afirmación Todo es Uno (no como opuesto al dos, al otro, sino como uno sin oposición, como uno sin segundo) no es, pues, una afirmación que proceda de la lógica, ni de la lingüística (que presupone una filosofía o lógica subyacente) sino que es una constatación experiencial a la que llega la conciencia en su más alto nivel, es la experiencia de Jesús de Nazaret, también de los grandes místicos de la historia humana. Jesús vivió los niveles más altos de la mística y experimentó la no-dualidad de cuanto es. Meditemos con un corazón limpio, con una visión liberada de cualquier condicionante (algo casi imposible para nosotros los humanos), las palabras que el evangelio de Juan pone en su boca la noche en que se despide se sus amigos (Jn, capítulos 13, 14, 15, 16, 17). Podremos palpar con la punta de nuestra pobre conciencia dual los niveles divinos de la conciencia de Jesús, el nivel de su Amor, que es él mismo y que no tiene exclusión. Jesús no puede ser en la visión de este evangelio un juez que juzga el pecado, sino un Amor que transforma abrasando.

Volvamos a la pobre explicación de la no-dualidad. Un ejemplo: en una moneda nosotros con nuestra mente racional que no llega más que a la mitad de su evolución, vemos una cara y una cruz, pero entre ellas no hay separación, ni frontera, hay una sola realidad: la moneda. Lo mismo podemos decir del varón y la mujer, del tú y yo en el nosotros... En estos niveles de mente global, el místico no encuentra ningún yo, sino un Yo-yo, como dice Ramana Maharsi, o un Espíritu intimior íntimo meo que dice Agustín de Hipona, un Yo expandido que vive Jesús .
Y al llegar a este nivel, nosotros caemos en la cuenta de que estamos fabricando un mundo incompleto, fragmentado y dividido con nuestra percepción racional de dualidad, de bueno y malo, bello y feo, varón y mujer, luz y obscuridad... Caemos en la cuenta de que no hay fronteras que separen, sino que unen y donde vemos bueno y malo lo que hay es Ser-Nada (que está allende lo bueno y lo malo), donde cara y cruz, moneda, donde luz y obscuridad, desarrollo, donde varón y mujer, hombre en el más pleno sentido de la palabra, donde ser y nada, vemos Todo, Totalidad . El agua y la arena no se separan en la playa, sino que se besan, es nuestra mente la que las separa, empezando por dividirlas en una y otra, y tras nuestra mente, nuestras palabras que hablan no de Totalidad, sino de agua y arena.

En esta experiencia de la no-dualidad o de lo Uno sin segundo, sin otro, en esta conciencia abarcante y no excluyente, la visión del pecado como algo que excluye, como negación de una ley, no puede encajar; encaja sin duda el pecado en tanto que obstáculo que entorpece el desarrollo, encaja el sentido de responsabilidad, pero en modo alguno la exclusión y por lo mismo el concepto de culpa, que es una creación de nuestra mente dual, de nuestra visión que crea dilema, exclusión, culpa y condena.

¿Quiere esto decir que no existe una línea moral en la evolución de la conciencia humana? No. Lo que quiere decir es que cuanto más alto sube la conciencia más clara ve la Realidad. Quiere decir que la experiencia de la no-dualidad se sitúa más allá de nuestra Moral, no negándola, sino transformándola en un Amor que todo lo hace Amor, experiencia en la que es imposible el no-Amor.


José A. Carmona

miércoles, 5 de mayo de 2010

Acerca de la palabra "pecado" como culpa

¿Se puede seguir hablando de PECADO o CULPA (transgresión de la ley de Dios) en el lenguaje cristiano después de la Postmodernidad?

Sin dudas, es cierto que una de las mayores rémoras que tiene el cristianismo, sobre todo el catolicismo, ante el mundo actual, ante todo el mundo más avanzado en sus niveles de conciencia, es su inadaptación en la utilización de las palabras y en el uso de los valores, su doctrina, vestido para presentar la Fe, ha quedado anclada en el pasado, fundamentada en unas visiones del hombre y del mundo totalmente superadas, y ha dejado de servir, no atrae en absoluto al hombre postmoderno, no así la Fe. Por esta razón, posiblemente, la mayor parte de los fieles católicos procedan de países que en su cultura tienen una visión de la realidad más cerrada y atrasada, totalmente dualista y medieval.

En estas líneas, quizás largas y pesadas para muchos, no puedo referirme a ninguna otra confesión religiosa que no sea la católica-cristiana. Sencillamente no tengo los conocimientos suficientes como para poderlo hacer. Me limito, pues, al lenguaje cristiano. Y hemos de tener en cuenta que el lenguaje no es gratuito sino que es expresión de una visión determinada del mundo, tras una lengua está la interpretación mental de una realidad, una concepción determinada del cosmos (Dios, Hombre, Mundo), una cultura determinada. El lenguaje es parte constitutiva de lo humano.

Yo ya tengo 69 años. Todas las personas de mi edad, mayores y unos años menores, han recibido una cultura en la que la religión católica, impuesta y predicada por el Vaticano, en la que la idea de pecado como culpa a redimir (sobre todo el original) esta en la raíz misma de la constitución del hombre como criatura, ya nacemos con una culpa que ha de ser perdonada por el bautismo. De ahí se dedujo a lo largo de los siglos la doctrina de los “llamados Novísimos” en la teología de mediados del siglo pasado: muerte, juicio, cielo, infierno, sin excluir la crueldad que suponía la doctrina sobre el purgatorio y el limbo. Últimamente la doctrina oficial de la iglesia católica está cambiando en estos temas, hasta casi desaparecer.

No se puede negar en modo alguno el fundamento bíblico que tiene el pecado (otra cosa es la doctrina elaborada a partir de este fundamento y de otros, como el conocimiento, la cultura, la interpretación del mundo, la influencia de las culturas hebrea, griega y latina, de la preponderancia de la visión jurídica que se impuso en la iglesia cristiana con la incorporación al Imperio Romano al que de hecho llegó a sustituir como refugio de las masas...).

En el AT existen numerosos términos que describen esa realidad que Isaías (59,2)(en realidad el tercer bloque de libros proféticos escritos bajo el nombre de Isaías) describe como culpa que nos separa a los hombres de Dios, dichos términos son: pecado, delito, rebelión, transgresión, culpa... A veces el pecado es considerado en el AT como una mancha que impide al hombre acercarse al culto, o como el marrar o errar en el tiro, el olvido inconsciente (visiones en las que no aparece el sentido de culpa y a su vez muy distintas de la doctrina posterior sobre el pecado) y la transgresión o abominación, en la que están inmersos todos aquellos pueblos que no creen en Yahveh. La visión del pecado fue dando origen a toda una elaboración doctrinal sobre el mismo y a una casuística impresionante de la que nos habla exuberantemente el libro del Levítico sobre todo. El sometimiento a la Torah o Ley de Yahveh era la clave para discernir al buen judío, como al buen católico lo es el sometimiento a los mandamientos de la iglesia.
El hombre peca contra Dios, así reza el salmo muy conocido del Miserere, que es pieza primordial de los Laudes de los domingo desde Septuagésima hasta II de Pasión: “Contra ti solo pequé (tibi soli peccavi...). Dios se enfada por el pecado del hombre: Jeremías 7,20 “Mi ira y mi cólera se derraman sobre este lugar, sobre hombres y ganados...” porque se han ofrecido sacrificios a la diosa. Pese a ello, a veces se afirma que el pecado no hace daño a Dios, tampoco la virtud le sirve de nada, Job 35,6 “...si pecas ¿qué mal haces a Dios? … Si eres justo ¿qué le das a él?” (En los textos bíblicos si nos fijamos en los versículos aislados unos de otros, podemos encontrar muchas contradicciones entre ellos).

El AT reconoce pecados individuales y colectivos, reconoce una solidaridad de grupo tanto para lo malo (salmo 106 ¦105: celebrate dominum¦, aunque la traducción hecha bajo el mandato de Pío XII disimule la expresión, salmo que forma parte de la liturgia de las horas) como para lo bueno. Daniel hace una confesión pública del pecado colectivo de Israel (Dan 9,4...).

El origen del pecado está, para el AT, en una desobediencia inicial de los primeros hombres (Adán y Eva). Antes de la aparición de la alianza con Abrahán el pecado se extiende por toda la tierra hasta el punto de que Dios se arrepintió de haber creado al hombre (Gen 6,6-7) y decidió exterminarlo con el diluvio, mas un hombre, Noé, como después otro Abram-Abrahán, y finalmente otro, Jesús, salvará la humanidad. Se trata de la solidaridad para el bien, algo que ya aparece en el AT.

También en el AT se sitúa a la monarquía sobre la base del pecado (Ez,16). Cuando los israelitas pidieron a Samuel que les nombrara un rey que les gobernara, esto le disgustó, y cuando fue a hablar con Yahveh sobre la petición de los israelitas, Yahveh le contestó: “Haz caso al pueblo en todo lo que te pidan. No te rechazan a ti, si no a mí; no me quieren por rey... Desde el día en que los saqué de Egipto me abandonan para servir a otros dioses (1 Sam 8,6-7)”. En su origen la monarquía es interpretada como un abandono de Yahveh

Dios perdona los pecados para que manifestarse justo en su sentencia, recto en su juicio (Sal 51 o 50, 6), pero exige del hombre arrepentimiento y cambio de conducta (Sal 99, 8). Si no hay cambio de conducta el Señor es vengador de las maldades del hombre. Quiero recalcar aquí la tremenda diferencia entre este texto del salmo y la parábola del Hijo pródigo. Jesús ni viene a vengar, ni a culpar, ni a ¿redimir?. Simplemente ama.

En el NT aparecen ante todo los recomendaciones de Jesús para el cambio de vida (metanoia) para preparar el Reino de Dios que ya está “entre y dentro (inter et intra)” de nosotros, de ello ya habla el Bautista pidiendo que se preparen los caminos del Señor, que oriente el cambio hacia el amor, hacia el compartir lo que se tiene (Lc 3, 4-14). Para Jesús pecado no es transgredir una norma, sino la maldad que sale del corazón del hombre (Mc 7,14-23) y sobre todo lo es el escandalizar a los humildes (Lc 17,1-4 y par.). El perdón del pecado por parte de Dios es total y sin límites (Mt 18,21-22 y par.), pero el Padre no perdona si el hombre no perdona a sus semejantes (Mt 6,14-15). El perdón se muestra, sobre todo, en el amor a los enemigos (Lc 23,24 y par.).

La palabra “pecador” aparece en el NT con frecuencia como sinónimo de gente marginada y de baja estofa con los que Jesús se relaciona, así hablan constantemente los fariseos (Mt 9,10-13 y par.), quienes le llamaron “comilón y borracho” (Lc 7,34). Jesús explica su actitud con parábolas (La oveja perdida, el hijo pródigo, el dracma perdido). Es de notar que en estos textos neotestamentarios no aparece el concepto de pecado como una infracción de una Ley, sino como una ruptura del amor.

Pero en Juan es aún más clara esta visión.
En Juan, fuera quien fuera el autor (o quienes fueran los autores) del cuarto evangelio y de las cartas de Juan y del Apocalipsis, el pecado es la opción contra la Luz que ilumina a todo hombre (Jn 1,5; 1,9; 3,19; 9,40...) y la Luz es la Vida a la que se oponen las tinieblas y la muerte (Jn 1,4; 3,19; 1Jn 5,16). Toda injusticia es pecado, pero “no siempre acarrea la muerte” dice Juan en su primera carta. Y la injusticia se opone a la vida y al amor, es el máximo fruto del egoísmo (del ego frente al yo), y el yo es simplemente amor sin exclusiones. Amar a sus hermanos es vivir en la luz (Jn 2,10). En la primera carta de Juan se afirma también que Jesús es el que expía los pecados del mundo (2,1-2), además de afirmar en diversas partes de la misma que lo que distingue al cristiano es el amor sin exclusiones (2,3; 4,8; 1,7; 5,2...) el amor es el único mandamiento de Dios (2,3... y passim). Cuando se ama al prójimo con las obras se cuenta con la benevolencia de Dios (Jn 3, 16-21). El amor entierra los pecados nos dice la primera carta de Pedro (4,8).

Para Pablo el pecado es ante todo una potencia maléfica, el mal, que entra en el mundo con el pecado de Adán y causa la muerte de los hombres (Rom 5,12; 6,23; Ef 2,1...). La Ley sirvió para que todos tomaran conciencia de que estaban bajo el dominio del pecado (Rom 3,20; Gal 3,19). La fuerza del pecado está en la Ley, por ello hay que morir a la Ley para morir al pecado (Rom 7,4) y esta muerte sólo es posible por la acción del espíritu, por la Fe (Rom 8,2).

Nos baste para este escrito esta sucinta síntesis de las visiones que en la Biblia aparecen del pecado. En el NT no aparece el pecado como culpa, al menos en su núcleo más denso de narraciones de experiencias espirituales. Pero no podemos olvidar las tendencias tan diversas que se dan entre los primeros seguidores de Jesús.

Y a la hora de hablar de la Biblia y del NT, como de cualquier otro texto en el que se funde una institución religiosa, se han de tener en cuenta muchos elementos: El asunto de la inspiración de la Biblia, la aportación del hagiógrafo, la influencia de su cultura y de su contexto social... la lengua usada, las traducciones... la elaboración de la estructura de los textos... la misma interpretación de lo que es inspiración a la luz de la evolución de la misma conciencia humana... los textos conservados, que no son los originales...

También hemos de tener en cuenta que la mayoría de las verdades de fe de la iglesia son sencillamente antiguos mitos cristianos, expresados ¡hoy! tal como se hizo hace muchos siglos (nihil innovetur, “coger el rábano por las hojas”), entre ellos: el pecado original ¡¡¡cometido!!! en el Edén, el nacimiento virginal de Jesús, su Ascensión a los cielos y también su Encarnación y Resurrección, pilares de nuestra fe. Los mitos tienen una doble dimensión, la externa o exotérica y la interna o esotérica. La interna es de una validez imperecedera, no así la externa, o manifestación del mito que se “con-forma” (toma forma de...) con la cultura, sobre todo la lengua, y sociedad vigente en un tiempo determinado, en este sentido son relatos que han de ir cambiando con las diferentes formas culturales para que el núcleo permanezca (algo similar a lo que sucede con el cuerpo humano que a los 40 años no puede ser el mismo en cuanto a su constitución de células, glóbulos, materia ósea, neuronas, tamaño, desarrollo,... que el que era a los 2 meses de edad, para que la persona siga siendo la misma. De no ser así tendríamos a un monstruo, no a un ser humano). En su sentido interno los mitos son la Realidad profunda que nos conecta a todos con Todo, en su sentido externo puras representaciones figuradas de esa Realidad que se experimenta, la mayoría de las veces vagamente. El cuerpo ha evolucionado, la persona sigue siendo la misma, y no podemos presentar el Misterio con el ropaje de la conciencia mágico-mítica que es la que mantiene la jerarquía y sus incondicionales.

No podemos olvidar nunca que los evangelios ni son libros históricos en el sentido estricto, como se interpretaba hace algunas décadas (en España en los años 50-60), ni lo que conocemos del Jesús histórico es mucho, sino casi nada. Que estos libros fueron escritos por cristianos y para cristianos que ya veneraban a Jesús como el Mesías, el Señor, no para los no cristianos (son libros escritos por adeptos para adeptos, lo cual no quiere decir que sean inútiles, ni hipócritas, pero que por sí mismo están enfocados a la exaltación del personaje) y que lo que expresan es la visión de fe que los mismos cristianos tenían, y esa visión de fe está totalmente marcada por la cultura y sociedad en la que vivían los primeros que aceptaron a Jesús. Por ello, se han de leer con mucha cautela y sobre todo no se pueden coger versículos o narraciones aislados/as para demostrar nada, (más abajo pongo un ejemplo de ello) como se ha venido y se viene haciendo constantemente en la teología católica, y no digamos en el lenguaje utilizado en las homilías. Sólo el sentido global del NT, a mi juicio y de muchos que son doctos, expresa un verdadero contenido que es “inspirado”, o sea, fundado en la profundidad del hombre-dios (no sólo del Hombre-Dios), en las experiencias místicas (no quiero entretenerme en las distintas acepciones que se dan de la inspiración bíblica, algo discutido incluso dentro de la más ortodoxa teología). De ahí que coger textos aislados para demostrar algo sobre el concepto o existencia del pecado sea realmente una actitud que intelectualmente no pueda ser tenida en cuenta, por mucho que a los que viven en la conciencia mítica o agraria les pueda parecer muy convincente.

Además, es importante contar con algunos factores sobre la elaboración de los textos del NT. Pasados los primeros años después de la muerte de Jesús, empezaron a circular notas escritas con palabras y hechos referentes al Maestro, pero escritos que expresaban la fe de los grupos que se habían adherido a sus discípulos, eran confesiones de fe en Jesús (Documentos Q, Kérigma paleocristiano). Fueron las fórmulas preexistentes a los primeros escritos canónicos del NT (Gálatas, 1 Corintios...). Estos empezaron pasados los veinte años de la muerte de Jesús, por tanto más que unos escritos históricos, había pasado ya mucho tiempo para relatar con exactitud (algo por otra parte que no importaba nada en aquella época), son sencillas confesiones de fe de las distintas comunidades ya formadas, comunidades que tenían su propia cultura, su ambiente social, sus propios problemas, sus visiones del mundo, su concepto de Dios, y se habían forjado una imagen de Jesús... Esto explica el galimatías intrincado que forman los textos neotestamentarios. Expongo aquí un esquema que presenta Grabulosa en su libro sobre Jesús de Nazaret.

Desde los años 30 hasta los 50 de nuestra era la conciencia de los seguidores de Jesús (y también del mismo Jesús (Mt 24,34... todo el capítulo y par. y Pablo) está centrada en que el Reino está aquí y ahora en el mundo: Es el momento final: el Eskhaton. Aquí podríamos situar el evangelio de Marcos.
Con el paso de los años del 50-70 aparece varias tendencias en el interpretación del Reino, que se pueden ¿resumir? en dos principales: A) La liderada por la iglesia de Jerusalén con Santiago a la cabeza y los judaizantes que piden una liberación político-social de su pueblo. Interpretación que está muy vinculada a la visión del pueblo judío y que queda expresada en el Evangelio de Mateo. Se trata de una visión cerrada del Reino. B) La propugnada por los helenistas que piensan que el mundo nuevo del Reino será la Vida Eterna y que realizarán en otro mundo. Dentro de esta corriente están los escritos paulinos. Es una visión abierta del Reino.
A partir de los años 70 comienza a aparecer la rama más judaizante: la iglesia jerárquica, enfrentada al imperio romano.
Por otra banda aparecen los movimientos gnósticos y el misticismo. Los escritos joánicos se inclinan por esta opción sin ser realmente gnósticos, pues basa el Reino en el Amor.
Y Lucas busca una síntesis pacífica entre ambas tendencias en los dos libros que llevan su nombre.

Quiero destacar las múltiples posibilidades de enfocar lo cristiano poniendo el ejemplo de dos frases totalmente opuestas, contrarias:

1ª._ Mateo 5,17... “¡No penséis que he venido a derogar la Ley o los Profetas... sino a dar cumplimiento...”
2ª_ Pablo. Rom 7,4 ...”Pues, hermanos míos, en el cuerpo del Mesías os hicieron morir a la Ley...”

Luego la teología oficial de la institución intenta recomponer y reajustar las palabras y textos para que las contradicciones no aparezcan como tales. Y no ya las palabras aisladas de unos textos, sino todo el espíritu que rezuman los diversos escritos neotestamentarios.

Recojo este esquema para poder aportar en este escrito algo de lo pudo haber sucedido en todos aquellos primeros años de los comienzos del cristianismo en los que el analfabetismo era moneda de curso legal. En el decurso de aquellos primeros momentos ya aparece claro que el seguimiento de Jesús tiene múltiples formas válidas. Pasadas unas decenas de años, se irá construyendo una línea doctrinal y legal, línea que responderá a intereses de todo tipo y que desembocará en la institución que hoy llamamos católica, sin olvidarnos de que el Espíritu en acción también es historia de los hombres, pero no sólo de algunos (“los elegidos””los llamados” palabras de claro sentido fascistoide) sino de todos los hombres. Y en esta línea doctrinal-legal aparece la palabra pecado (peccatum) para significar: “comisión” de una ofensa a Dios, transgresión de la ley de Dios. Es cierto que nunca se olvidó del todo que pecado es ante todo un desviarse del camino, un acto de la vida que no está de acuerdo con una línea moral (cristiana) consensuada, pero igualmente lo es que cada vez más, y ya en el siglo III aparece con toda claridad se fue cargando más y más de un sentido jurídico de culpa que exige un juez y un castigo, si no hay arrepentimiento. Esta idea de culpa es la que aparece en las instituciones tardías del AT como hemos visto (transgresión de la Ley) y cuya influencia aparece bastante clara en la judaización que sufre el cristianismo a partir del siglo I.

Ya en los siglos XVIII y XIX con la aparición moralizante y apologética de unos movimientos eclesiásticos, cuyos exponentes son, entre otros, Alfonso Mª de Ligorio, Antonio Mª Claret y los claretianos, Luis Mª Griñón de Monfort, con el epítome del concilio Vaticano I... la moral casuística católica navegó por rumbos tremendamente legalistas e inculpatorios por lo que todo católico creció en un infantilismo exacerbante, con una conciencia patológica de culpa, olvidando dónde estaba la verdadera desviación de su identidad humana, dejándolo todo en manos de la jerarquía varonil-machista, “elegida por Dios” para marcar los caminos. Y en este ambiente se llegó más o menos dentro del mundo endogámico católico hasta el movimiento liberador del Vaticano II. Todo lo que fue sucediendo en el mundo de los humanos (Modernidad, Postmodernidad) fue ignorado, cuando no condenado sistemáticamente por la endogamia vaticana.

Roger Lenaers, un teólogo jesuita jubilado que atiende su parroquia en los Alpes (creo que aún vive en esta tierra), ha publicado un libro llamado en la traducción española: “Otro cristianismo es posible”. En él pretende hacer una relectura de las formulaciones de todos los dogmas del cristianismo a partir de los parámetros culturales de la Modernidad. Es muy interesante, incita muy seriamente a un replanteamiento de todas las formulaciones de la Fe cristiana, pero se queda un poco corto, a mi juicio, pues después de la Modernidad el cristianismo, y toda formulación de pensamiento ha sido interpelado/a por la Postmodernidad que se pregunta por el origen cultural de todo pensamiento, y cuestiona todo pensar metafísico u ontológico. Lenaers en cuyo libro se expresa el malestar de un número cada vez mayor de creyentes que sienten que las cosas no pueden ser como a ellos les enseñaron, trata de dar una respuesta honesta a esta problemática. El pensamiento de la Modernidad ha aparcado definitivamente todo pensamiento heteronómico, y la Postmodernidad ha aparcado todo pensamiento dual, como trataremos de ver más adelante. La elite del pensamiento mundial, que es la locomotora que arrastra el tren de los vagones, de los cambios culturales y sociales, está en el borde de un cambio de nivel de conciencia, el nivel transpersonal. Y la conciencia de este nivel percibe que la heteronomía es una visión totalmente mítica y agraria (propia del Neolítico, cuando el hombre aprendía a arar la tierra) de la Realidad, totalmente inadecuada para el hombre evolucionado, sería como empeñarnos en seguir comunicándonos ahora con señales de humo. Lenaers propone una reflexión sobre la teonomía-autonomía: Dios no es un Tú que está fuera, sino el yo más auténtico de mi propio Yo (algo hacia lo que apuntaba ya Pablo de Tarso, Agustín de Hipona, algo que viven todos los místicos de toda cultura). Y en esta dimensión, la misma realidad expresada con la palabra “pecado” en el lenguaje mítico ha de ser reinterpretada desde el lenguaje de la teonomía-autonomía, para ello se ha de ir al origen de la palabra, descubrir su núcleo y expresarlo de forma inteligible para el pensamiento actual, dejar el sentido de culpa frente a una ley que ha impuesto un Ser todopoderoso y expresarlo en el lenguaje de la autenticidad, de la ausencia de una ontología del ser. Evidentemente no podemos describirlo, menos aún definirlo, como una ofensa a un Dios que establece unas normas, cuando a ese Dios no lo podemos situar como una Realidad externa al Mundo ni a nosotros que somos Mundo.

Quiero recordar en estos momentos que el contenido esotérico de la palabra “perdón o reconciliación” tiene tanto valor como el mismo contenido de la palabra “pecado o falta”. Diríamos que es un retomar el sendero, hablando metafóricamente, sendero que nunca podemos abandonar, un ahondar en la conciencia de nuestra profunda y verdadera identidad, un caer en la cuenta de que todos somos no-dos, un salirse del tiempo y de la dualidad. Un sentir que somos Cristo y que el Padre y nosotros somos NO-DOS.

Puede haber alguna persona que al leer lo que antecede pueda pensar que yo no me confieso cristiano, o que no lo soy. Está en todo su derecho, (aunque ¿con qué autoridad me pueden juzgar?) pero yo me siento y me confieso cristiano, y es más, estudioso serio de la filosofía-teología cristiana, y no solamente de la llamada cristiana. No pretendo convencer a nadie, ¡qué estupidez!, pero si alguien quisiera conocer algo de por qué me siento cristiano, puede leer en este mismo blog un artículo en el que hice pública confesión de mi Fe (hoy más experiencia que mera creencia) cristiana. Dicho artículo se titula: Identidad cristiana. Por descontado que yo he sido educado en una concepción totalmente heterónoma y dualista del Mundo (con mayúsculas) y mi evolución hacia la teonomía-autonomía y hacia la visión no-dual no ha sido nada fácil, ni rápida, pero continúa su desarrollo con todo el riesgo, y por ende con todos los errores y desviaciones (no culpas), que supone la experiencia de FE.

Con la finalidad de no alargar en exceso este escrito, me haría muy pesado, lo divido en dos partes. Concluyo aquí la primera. La segunda tratará de una exposición de la Modernidad y Postmodernidad y del encaje en esta Visión del pecado como acto contra la Ley de Dios (o de la Iglesia).

José A. Carmona