martes, 16 de febrero de 2010

El Espíritu contemplativo

El espíritu contemplativo

Nota introductoria: Hace muchos años, leí un artículo muy hermoso de Raimon Panikkar sobre el espíritu contemplativo. Lo expresado en el mismo por el que es mi maestro y amigo me ha acompañado a lo largo de todos estos años, y se me ha hecho especialmente presente en muchos momentos de este tramo de mi vida. Hoy recojo en este escrito muchas de sus reflexiones, a las que yo no he añadido nada más que lo que las experiencias de quietud, sosiego y contemplación han podido ir añadiendo en mi interior a las ideas y reflexiones de Raimon, aparte de la traducción, muy fácil por la calidad del texto, del catalán excelente en que está escrito el original, al español. Así, pues, las ideas fundamentales son de él, o brotaron a través de él, el resto quizás pueda haber sido abonado a través de mi yo individual.

Artículo

De hecho la palabra “contemplación” tiene varios significados, es una palabra ambivalente (contemplación sensible, mental, mística...). Pero en todos ellos se da un denominador común: siempre significa algo definitivo, algo relacionado con el fin mismo de la vida, de la Vida por la vida, algo que no es medio para otra cosa posterior, en una palabra: algo que no es instrumentalmente útil. El acto contemplativo se hace por él mismo, se basa en sí mismo. No es una etapa hacia otra cosa. No tiene una intencionalidad, no es un instrumento. Quien, cuando ¿contempla? crea que contempla para conseguir ¿la perfección? no está contemplando, está destrozando la contemplación misma.

La persona contemplativa sencillamente “es”, “ve”, “vive”. Contemplar es ver el ritmo mismo de la vida. Es caer en la cuenta de lo que ya y siempre es, y hacerlo “toda ciencia transcendiendo”, yendo más allá del mero conocimiento tal como lo entiende la actual cultura occidental, yendo a la misma experiencia directa de la vida.

Existen multitud de ejemplos en los que podemos ver a los místicos viviendo con intensidad cada momento, el siempre ahora de sus vidas. Yo, en concreto, recuerdo lo que nos decían (creo que con mucho acierto) en el seminario en los primeros años cincuenta: “S. Luis Gonzaga a un superior que, mientras él jugaba en el recreo, se le acercó para preguntarle: si supieras que esta misma noche ibas a morir, ¿qué harías ahora?, le respondió -seguir jugando-” Luis sin duda contemplaba, vivía, entregando cada momento a la Vida, a Dios.

Esta actitud de sencillamente ser, vivir, parece totalmente contraria a la tendencia de la sociedad de consum(ism)o en la que estamos inmersos, en la que lo que se propugna es hacer, producir, competir, consumir, tener... y pese a ello, surge en muchos corazones la necesidad de pararse, de sentir la vida... sin saber bien bien de qué se pueda tratar. La Bolsa es el paradigma del utilitarismo, la ciencia (al menos durante mucho tiempo) ha sido el sagrado refugio del empirismo más craso y en aquella época, grande por otros aspectos, la contemplación fue arrojada por la borda de la sociedad, que ahora, semiahogada en sus autocreadas frustraciones, busca afanosa el sosiego.

Nuestra civilización-cultura (religiosa y no religiosa) ofrece grandes incentivos a los afanes humanos, con los que pretende llenar el vacío existencial que ha provocado en la humanidad, entre ellos cabe destacar algunos sobre los que podemos hacer una pequeña reflexión.

1. El cielo en las alturas para el creyente.
2. La historia por hacer para el progresista.
3. El trabajo que se ha de realizar para el práctico.
4. El afán de triunfar para todos.

Estos incentivos están totalmente cargados de un sentido lineal del tiempo: la ¿esperanza? de otra vida después de ésta (tempus fluens), algo que se vive constantemente en la liturgia católica de los difuntos, que pretendiendo ser un pilar absoluto de la esperanza, se encuentra a sí misma apoyada en una visión válida para el consuelo de mucha gente, pero carente de toda profundidad: la historia por hacer, igualmente se trata de un después (tempus fluens igualmente): el trabajo que se ha de realizar, algo que está apuntando al resultado, a la eficacia, a la utilidad instrumental a la consecución de dinero y otros bienes, y todo ello requiere tiempo: por último, el triunfo que nunca es ahora, que siempre está más allá, en el futuro, el triunfo que nunca acaba de llenar el corazón del hombre.
La contemplación contesta con su actitud sencilla de Ser a todas estas ansias humanas, a todos estos incentivos. La contemplación da toda la importancia al ahora y al aquí, al acto, al centro interior, a la coherencia personal.

La contemplación no pospone los valores de la vida para otra vida, sino que los vive ya en esta, en la vida que tenemos. No tratamos aquí sobre la existencia, o no, de otra vida, no entramos en este tema. Ya en otro artículo de este blog, sobre el miedo a la muerte y la resurrección, se ha dado, o apuntado una respuesta a este tema. Simplemente afirmamos la contemplación, el ahora permanente, la eternidad, el puro Ser, la Vida sin límites de tiempo o espacio y esto frente a tremendo poder del contexto cultural (tanto religioso, como no religioso) que nos aboca a ¿valores? (muchos los ven como tales) muy distintos, valores que olvidan el sentido de relatividad esencial que tiene todo este mundo del tiempo.

La contemplación no traslada para el futuro temporal la realidad que está ya entre nosotros. No acepta el trabajo para ganar dinero. No se preocupa de grandes conquistas, propias de un mundo tecnológico, sino de la interioridad. Se aboca a una antropología que no está basada en el triunfo personal, en el triunfo de un hombre sobre el otro, de modo que las víctimas sean necesarias para el triunfo de algunos pocos.

1.El Cielo en las Alturas. El Aquí y Ahora, frente al Más allá y el Después.

Actuar por un cielo que nos tienes prometido, no es en absoluto un acto contemplativo, sino un acto interesado. Lo cual no quiere decir que sea inapropiado hacerlo. Simplemente afirmamos que no es una acto contemplativo hacerlo así.

El acto de contemplación es un acto de amor al acto en sí mismo. En el acto contemplativo no hay un por qué. No vive la vida futura, sino que vive la Vida, que ya es. El acto contemplativo es sin un por qué. Tan acostumbrados como estamos a hacer las cosas por algo externo a ellas mismas, el hacerlo por ellas mismas ha de parecer algo tremendamente inútil, y ciertamente lo es. Se podría decir que nada hay más inútil que contemplar. El Diccionario de la lengua española dice que “útil” es lo que produce un resultado provechoso, y así lo entendemos en el uso cotidiano. Lo útil sale de sí mismo para conseguir algo que es exterior, esto es, entendemos como útil lo que posee una utilidad instrumental. Pero, aquello que no sirve para conseguir algo distinto a sí mismo, aquello que es en sí y no es medio para nada más no es útil en el sentido instrumental, en la sociedad lo llamamos inútil, mas lo que pasa es que tiene una utilidad superior: es un valor en sí. En este sentido, pues, la contemplación es verdaderamente inútil, porque es vivir por vivir, no por algo exterior a la vida. Mónica Cavallé llama a lo instrumentalmente útil “utilitario”, y “útil” a lo que es valor por sí mismo. Ya en otros artículos de este blog se ha abundado en este sentido.

Quien contempla no puede entender qué se quiere decir con “otra vida”, con “vida futura” ¿acaso lo que estamos viviendo no es vida, Vida?
Según las tradiciones religiosas el que contempla experimenta la Realidad. Vive a Dios ya desde ahora. Resucita ya en este mundo. La contemplación en sí misma es ya la Vida, la vida última, el cielo,la resurrección.

Felipe quien me ve a mi, ve al Padre, dice Jesús en el evangelio . No hace falta nada más. No olvidemos que Felipe veía a Jesús en carne humana. En el mismo sentido se pueden aducir textos provenientes de todas las manifestaciones místicas. Dicen los místicos musulmanes: “... y si he de ir al infierno, ¿qué más da?...el cielo eres tú, está aquí...”

Desear cualquier cosa, incluso desear no desear, es una clara muestra de que no se tiene el espíritu contemplativo. La santa indiferencia subrayada por San Ignacio, San Juan de la Cruz,... consiste en trascender, en ir mas allá de todas las diferencias, porque en cualquier estado o lugar se puede vivir la experiencia de Dios, del Ser, de la Vida, del Amor, se puede vivir el acto contemplativo.

La contemplación, por decirlo de algún modo, se sitúa “más allá del bien y del mal”, se sitúa en la no-dualidad que trasciende y engloba toda dualidad, también la del bien y del mal. Esta transcendencia no es indiferencia, pasividad, todo lo contrario, se sitúa en la línea del Ser que supera todo lo ente, que nos diría Heidegger. Simplemente en la línea que va más allá de la dualidad bien-mal estos conceptos ya no sirven para explicar nada. No se trata de que se haga algo mal y no importe, porque si haces algo malo (o bueno) es que no estás más allá del bien y del mal. Dios, aceptamos sin dudar los cristianos, no puede pecar, Jesús no podía hacer el mal, lo difícil es que podamos aceptar que todo acto contemplativo esté en esa trascendencia, pues hemos sido educados en una conciencia fortísima de culpabilidad, comenzando por todas las aberraciones (y no aberraciones) que se han dicho sobre el pecado original y sus consecuencias...

Para el contemplativo todo es sagrado. Jesús dice a la samaritana: “...ni en este templo, ni en Jerusalén..., los verdaderos adoradores adorarán a mi Padre en espíritu y en verdad...”. La eucaristía es la comunión total con lo sagrado y de lo sagrado, o sea con la Realidad. Es un comerse (comunión total, no ya física solamente) a Cristo, no forjarse un ídolo a propósito de Cristo, un Cristo que se manifiesta, creemos, en Jesús, pero que a su vez lo trasciende, porque Jesús como hombre tiene su tiempo, su espacio, su limitación. Cristo no. Jesús es el Cristo, pero el Cristo no se identifica con Jesús.

El contemplativo no discute sobre doctrinas. Las doctrinas son muletas para el caminar del cojo, pero el que camina bien, no las necesitas, al contrario le estorban. El contemplativo camina por la experiencia de la Verdad, que es el Cristo, el Buda, el Tao, Brahman, Alá...
Recordemos a Eckhart, Juan de la Cruz y tantos... perseguidos por la inquisición, por la doctrina ortodoxa. La Verdad no puede ser percibida más que por ella misma, por su propia evidencia, no por exposiciones brillantes, ni por dogmas establecidos (a veces ayudan, otras estorban, como las muletas). Sólo la evidencia abre las puertas del corazón y de la inteligencia. Esto nos dicen todos los “sabios” desde Nicolás de Cusa hasta Ramana Maharsi. Nuestras doctrinas son muletas para acercarnos a ella, a la Verdad, pero hemos acabado por acostumbrarnos a apenas caminar, porque tenemos miedo a caernos y no queremos soltar las muletas, preferimos seguir arrastrándonos por el suelo, seguir siendo bebés (infantiles, que no es lo mismo que ser como niños: sin poder) a aprender a caminar, porque tenemos miedo a caernos, es mejor que los otros nos digan lo que hemos de hacer, así no podremos equivocarnos, nunca nos caeremos, pero tampoco caminaremos, nos quedaremos sin vivir. No es fácil contemplar ...

¿Es la contemplación un quietismo? Cosas buenas tenía el quietismo, pero no se trata de cruzarnos de brazos para contemplar, sino de vivir contemplando, y vivir desde la contemplación. Quien piense que ha de parar para contemplar, nunca contemplará. Recordemos a Luis Gonzaga, o a nuestros contemporáneos Vicent Ferrer, Nisargadatta. R. Maharsi, “juguemos”.

2. El Futuro como gran Utopía. (Ahora frente a Después)

Construyamos el futuro, estamos construyendo el futuro, es más, hemos adelantado el futuro, son frases con las que nos bombardean constantemente desde los medios y desde la publicidad. Y esto cala cada vez más profundamente en las mentes. Nuestra cultura, que tiene muchas cosas muy buenas, cayó hace siglos en una fosa, cuando trató de limpiar las conciencias de todo el barro que se les había ido adhiriendo a lo largo de la historia y con el agua sucia del lavado arrojó también a aquel (llámese Dios, Valores, Cristo, Espíritu...) a quien lavaba, fosa de la que no ha salido, al menos en lo que concierne a la cultura media de la población. Entre los valores que arrojó está el de la Vida, confundiéndola con el Tiempo. La identidad entre tiempo y vida es lo que perciben nuestros sentidos y nuestra mente racional. Algo que afecta a toda expresión cultural media, también a la religiosa dominante. ¡Sólo se reconoce como real al tiempo, a la temporalidad!

Todo, como acabamos de decir, en nuestra sociedad está construido sobre el futuro, para el futuro y esto es bueno, pero sólo relativamente, pero le futuro para nosotros se nos presenta como absoluto. No se está propugnando en este escrito un tipo de vida que abandone la previsión, sino un tipo de vida que no se instale en el prever, sino en el ahora, un ahora eterno que abarca todo pasado y todo futuro, y por tanto no los abandona. El crecimiento, los estudios, los hijos, los ahorros, los seguros, los negocios, todo se hace cara a las posibilidades de un futuro, que siempre es incierto, aunque no lo pensemos, incluso aunque nos esforcemos por pensar lo contrario (es muy curioso que las empresas de seguros florecen por doquier, porque nada es seguro si no , no tendrían sentido, y sin embargo, se empecinan en su publicidad en mostrarnos que todo está atado, que todo es seguro). Se hacen estrategias, se prepara el futuro, se planifica,...La temporalidad es la obsesión de la modernidad. Y como consecuencia, la aceleración, la velocidad, el estrés, la insatisfacción...

El contemplativo no vive en la temporalidad, sino que vive la temporalidad, que es tempiternidad, es una duración cargada de Ser. La tempiternidad (palabra creada por R. Panikkar) la podemos representar por el punto de unión de dos líneas, el eje de abscisas y el de ordenadas (x, y) en las que la horizontal (abscisas) representa el tiempo y la vertical (ordenada), la eternidad. En la confluencia de ambas, que es la tempiternidad (tiempo+eternidad), vive el místico conscientemente, también vivimos todos los demás pero sin darnos cuenta, sin tener conciencia de ello.

El contemplativo para, tranquiliza la temporalidad. Profundiza en ella y descubre que en su núcleo está la Realidad que es tempiterna, esto es tiempo y eternidad sin separación. La contemplación se interesa por el ahora, dedica su atención al ahora, al presente stans (permanente), no tiene un camino a seguir, es camino y meta en sí mima. No es que el contemplativo se desentienda del pasado y del futuro, sino que vive todo el tiempo en el ahora eterno, ahora en el que se realiza en plenitud todo tiempo, tanto el pasado como el futuro. Como el mismo presente transitorio.

El sentido de la vida no depende sólo de lo que se haga al final de ella, sino de lo que se está haciendo ahora, sobre todo del ahora. Cada momento es decisivo. Cada día es una vida. La vida es una sinfonía, pero en cada momento, en cada nota, se está jugando su perfección. El contemplativo no espera una eternidad después, sino que la vive ahora, atravesando el tiempo, sin quedarse en él, pero, no negando su existencia.

Y necesariamente todo acto contemplativo es creativo, el contemplativo nunca tiene prisa, no hay camino que andar: “Caminante son tus huellas el camino, y nada más; caminante no hay camino, se hace camino al andar.” En cualquier momento, cuando vas a hacer algo urgente, puedes encontrarte alguien que necesite de tu ayuda, con algo que exija tu atención y ¿tú que ibas a algo muy importante y urgente?... el contemplativo está constantemente atendiendo a la Realidad, no es un despreocupado sino un ocupado en la Realidad. Cada momento contiene todo el Universo.

Los que vivimos en la sociedad actual, esclavos del reloj, siempre tenemos prisa por acabar lo que estamos haciendo y pasar a lo siguiente, siempre vivimos en proyección hacia el futuro (que no es). El contemplativo siempre vive en el ahora que es, en un ahora que cala sus raíces hasta la eternidad ya.

La esperanza de un cielo en las alturas después de la muerte, que invade el catolicismo, o la esperanza de una nueva historia, la de los proletarios, conseguida tras la lucha de clases, son dos esperanzas primas hermanas, que alienan totalmente al hombre sacándolo de su verdadera identidad y profundidad: Ser plenos hoy y ahora. La esperanza no es de un futuro (celestial o terrenal), es de la profundidad del Ser.

La vida del contemplativo está cargada de riesgos, por eso los contemplativos han sido muy perseguidos por los celosos de la seguridad que prefieren no andar, por los guardianes de la ortodoxia, del pensamiento políticamente correcto o único. Es difícil ser místico, ser cristiano, budista, hinduista... Pero no es indiferencia lo que experimenta el contemplativo ante la historia, sino profundidad. Tenemos modelos cercanos en todos ellos, para nosotros el máximo ejemplo está en Jesús, el Maestro de Nazaret.

La sociedad, por supuesto, se puede aprovechar del contemplativo, y lo puede hacer con enorme facilidad, pues éste nunca actúa con intencionalidad torcida. Por eso Jesús, el Maestro, aconseja ser prudentes, como serpientes, a la vez que sencillos como palomas.

El contemplativo está integrado en nuestra sociedad, pero sin idolatrar sus reglas, sabiendo que cada momento es un regalo único y completo en sí mismo. No se necesita acumular nada, instalarse en nada, sencillamente ¡se Vive!

No quiero decir que el contemplativo haya de huir del tiempo, que no le importe el futuro, sino que ha de abrir el tiempo´
horizontal a la verticalidad de la eternidad, y sólo así realizará en plenitud el sentido de la duración carnal, que ya es eternidad. La plenitud no es el futuro. La plenitud es siempre y en cualquier momento.

3. El Deber del Trabajo. El Acto frente al Resultado

Parece ser que en esta sociedad la vida no tiene valor alguno por sí misma y has de justificarla trabajando, no realizándote. Has de justificar tu vida haciéndola útil, utilitaria. Lo que se espera de ti es que produzcas algo que se pueda objetivar y pueda ser cambiado por dinero. Si no haces esto, como pueda ser sencillamente contemplar, escribir poemas, comunicar sosiego... tendrás muy difícil tu supervivencia en esta sociedad mercantilizada. Has de ganar lo que consumes... o serás despreciado y considerado un parásito social. Por descontado que en los momentos en los que estamos viviendo, con más de cuatro millones de parados oficialmente en el país, el hecho de no “tener trabajo” adquiere unas dimensiones específicas: Estas personas no pueden satisfacer las necesidades más primarias como el alimento, el vestido, la vivienda... Y esto es una tragedia enorme, que viene en buena medida provocada por la misma estructura del sistema que está en gran medida construido sobre la ambición humana. No es éste el tema que se trata en estos momentos, aunque el hecho de que la sociedad viva el trabajo no como realización, sino como medio de producción está sin duda en la misma raíz de esta crisis que se padece en estos tiempos. Nos falta un verdadero espíritu contemplativo. Se trata, pese a lo que pueda parecer en contra, del “primum vivere” porque la contemplación es vivir en plenitud, no filosofar en el sentido dado a la palabra desde Aristóteles (sí es filosofar en el sentido de la sabiduría perenne).

Falta cultura del ocio, falta una auténtica valoración de lo contemplativo. La moneda es lo que sirve a esta sociedad que dejó, mucho tiempo ha, de ser comunidad para cuantificarlo todo. Es el dinero el que decidirá en último término si lo que tú haces , si tu trabajo tiene valor (es útil-utilitario, si se le puede sacar provecho). Si lo que haces se escapa a la posibilidad de ser mensurado en dinero, eres un vago. Se espera que seas productivo, competitivo, has ganar lo que consumes, tu reputación, tus privilegios, ...no puedes ser un parásito social. Tildar de vaga a una persona es uno de los mayores insultos que se pueda hacer en esta sociedad.


Todo tiene un precio. Y el precio se verifica por el dinero. La moneda lo cuantifica todo, incluso las obras de arte, incluso los valores humanos (pensemos en la política internacional).
La bienaventuranzas nos dicen. "Bienaventurados (makarioi=felices) los pobres"(Lc 6,20) Jesús no encaja con la visión de valores sociales no sólo actuales, sino con la mantenida a lo largo de la historia. Hoy, cuando toda la sociedad corre impulsada por el dinero, el contemplativo no se mueve por él, tampoco lo menosprecia, sencillamente sabe que no le hace falta. Enfocar la vida a partir del dinero es un enfoque anticontemplativo. Jesús siempre buscó el Reino de Dios y su Justicia (dikayousinen Zeou, una justicia muy distinta de la humana que es relativa, una justicia que es Vida, Paz. Plenitud), todo lo demás se le dio por añadidura. Y lo mismo se puede decir de todos los grandes “sabios y místicos”, los grandes “contemplativos” de la humanidad.

Por supuesto que se ha de trabajar, se ha de colaborar al bien social, incluso se ha de trabajar por los otros, y para los otros. Se ha de servir, dice Tagore: “Dormía y soñaba que la vida era gozo. / Me desperté y vi que la ida era servicio. / Serví y vi que el servicio era gozo”. Pero lo que afirmamos es que en nuestra sociedad de alguna manera se está dando una ética muy dudosa con respecto al fenómeno del trabajo, no se trata ya de que encajes en un modelo más o menos dinámico, como ha sucedido en muchas sociedades a lo largo de la historia. Sino de que seas productivo, que hagas algo que se pueda transformar en dinero. En la ética social del trabajo se ha olvidado que la mejor manera de limitarse a la mediocridad es hacer únicamente el trabajo por el cual se es pagado (palabras de Og Mandino en su best seller: El vendedor más grande del mundo).

Lo trágico de este nuevo modelo ético que la sociedad tiene del trabajo es que incluso hay un tipo de otium=ocio (ludus) que ha convertido en negotium=negocio, al convertir el juego en espectáculo y hacer de éste simple negocio (fútbol, tenis, ciclismo...televisión...), el ocio ha sido defenestrado: El negotium es considerado como algo virtuoso y el otium como vicio (negotium como producción, otium como realización a través del trabajo, del labor latino, no del tripalium -instrumento medieval de tortura- de donde posiblemente pueda proceder la palabra trabajo). El ocio está considerado y realizado como huida del ser humano hacia escapes que no lo realizan. Pese a que se va recuperando la cultura del ocio, quedan aún muchas personas de nuestro entorno que entienden el ocio como no hacer nada y el trabajar como esfuerzo meramente físico y muscular. Es horrible ver cómo en las mentes de las masas se ha introducido esta concepción del trabajo (casi exclusivamente físico) para producir como lo único que justifica la vida humana, a la vez que se eliminan de la misma concepción de trabajo todo lo que no sea esfuerzo muscular remunerado. Se ignora como verdadero esfuerzo el de las amas de casa, el de los estudiantes, el de los niños que van al colegio, el de los que aprenden bellas artes...y por supuesto la realización de la contemplación. Esta sociedad se ha puesto un filtro mental tan espeso que ha reducido el trabajo al trabajo “alienante” remunerado. Al trabajo como producción y no como realización, creatividad, contemplación... Esta visión es labor del mundo tecnológico.

El contemplativo tiene una actitud completamente diferente: lo importante no es el fruto del trabajo, sino el trabajo en sí mismo. El acto en sí. Si el acto tiene sentido lo hará, si no, no lo hará. El contemplativo busca una relación constante con la naturaleza, respeta (mira a) cada ser, y se mira a sí mismo como integrante de Todo y del Todo, y en su contemplación realiza un perfeccionamiento de la misma totalidad. Su actitud es constantemente creativa. Para él cuenta el sentido de cada cosa.

La intención del contemplativo es siempre una prolongación armoniosa con la misma naturaleza del acto, integrado en la totalidad de la naturaleza. En cuanto al fruto del trabajo ha de estar en consonancia con este mismo acto de comunión con la naturaleza, pero en modo alguno es su meta al contemplar, al laborar, al trabajar. Cultiva, por supuesto, también para comer, aunque no sólo para ello, el comer es una prolongación de la comunión y de la transformación de la naturaleza. Cultiva una planta o cría unas gallinas también para comérselas. Comer es comunión dinámica, es integración vital con toda la creación, no es un acto egoísta. Es un acto transformador de vida. Pero sobre todo para el contemplativo el acto ha de estar lleno de sentido en sí mismo, o no se hará.

El trabajo es artesanía, creatividad personal. La obsesión del trabajo de hoy día es el enfoque hacia la productividad, aunque muchas veces se le llame creatividad (lo es en ocasiones, aunque de una superficialidad ingente, lo que no obsta para que haya también mucha belleza), este trabajo es incapaz de hacer de cada uno de nosotros un artesano, un creador, lo que hace es convertirnos en números que producen, pues lo que produces ni es tu vida, ni tu felicidad, ni la de los demás. Tú estás simplemente encadenado, atado a la cadena de producción, atado al tripalium(¿posible etimología de la palabra?)=trabajo. El trabajo hoy en día no es creatividad, sino productividad. No busca la felicidad de los hombres, sino la funcionalidad, la utilidad=utilitarismo.

El contemplativo no va por este sendero, por eso no es productivo, por eso es socialmente indeseable.


4. El deseo del triunfar. El éxito

El deseo de triunfar es ambición, la ambición está muy enraizada en nuestra cultura, queremos más. Ambición es una palabra ambigua, puede significar algo bueno, o malo. El afán de superación es en sí mismo bueno, el querer destacar y ser más que los otros ya no parece que sea tan bueno moralmente, pues ser más que los otros supone una jeraquización patológica. Y la palabra ambición puede significar ambas cosas.

Hoy en día el afán de prevalecer sobre los demás es algo que está en la raíz de los valores sociales. Basta con ver las campañas políticas. Poder y reputación están unidos. Es necesario triunfar en esta sociedad. Y no hay triunfo de uno sin que todos los demás pierdan. El triunfo se asienta sobre la eliminación del todos los otros.

Se necesita triunfar. ¿Por qué? Porque en nuestra sociedad tecnológica el éxito se ha de poder cuantificar, objetivar, tanto por el dinero que se genera, como por las personas que se dejan quemadas en el camino. Las personas son objetos cuantificables, son votos, y lo demás no cuenta.

Nuestras religiones han tomado este mismo modelo. Han objetivado a las personas. ¿qué son si no, estas canonizaciones masivas? El triunfo de los héroes. el resto, condenado al anonimato, cuando no al infierno (¡Durante cuántos siglos!) por razones que se había de analizar por lo menos. Porque han puesto sus ilusiones exclusivamente en la temporalidad, porque no han sabido transcenderla.

¿Cuántos de nosotros no haríamos, y estamos haciendo, lo que fuera posible por contentar a nuestro dios personal, (sus mandamientos, ¿que son tales?) olvidándonos de la imagen de ese dios que es el hombre? Recordemos la parábola de Jesús del Buen samaritano. Y las palabras de la llamada carta de Juan (sea quien sea el autor) que dice: “El que diga -yo amo a Dios- mientras odia a su hermano, es un embustero; porque quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve.”

Pero, hay muchas personas que se proponen el éxito, incluso de forma inconsciente, en la sociedad, o caso de fracasar socialmente, en una religión oficial (me retiro a un convento), a la vez que se olvidan totalmente de que en estas actitudes el amor no existe. El contemplativo nunca busca el éxito de su acto.

En el acto contemplativo el amor es el mismo acto, pero el amor nunca es un motivo, puesto que no existe motivo. El contemplar es amar, es realizar la unidad entre Dios, el hombre y el cosmos, hacer, vivir lo Total, el Kosmos. No hay un motivo extraño al mismo hecho de contemplar, pero la misma contemplación no es sino la realización plena del amor en gratuidad. Que es algo que nuestra sociedad no puede entender.

Y cuando todo se ama, todo es sagrado. El contemplar, el realizar la unidad, el vivir el compromiso con los marginados desde las perspectiva de las bienaventuranzas es el resultado espontáneo de la actitud de amor, de la verdadera actitud cristiana, como nos dice la Carta de Juan, y tantas veces el mismo Maestro en los evangelios, como han vivido todos, todos los sabios a lo largo de los miles de años de nuestra presencia en la tierra . No hace falta otro motivo, no hay otro motivo, porque se trata sencillamente de Ser. El acto contemplativo es una actitud, es una manera especial de enfocar las cosas, quizás el auténtico acercamiento a la Realidad, la verdadera apropiación (de ad.propius: lo más cerca) de la misma. Cuando todo está cerca, cuando somos todo y todo es Yo-nosotros, Todo es tu Vida, Todo es tu Amor.

Quiero terminar añadiendo a este escrito un poema, que como otros, ha brotado a través de mí, pero sé que José Antonio Carmona no es su verdadero autor, entre otras razones porque como dicen los contemplativos José Antonio es nadie, y como yo en mi individualidad he experimentado, mi propio yo estaba siendo manejado para que escribiera algo que a él mismo transcendía totalmente.


Contemplación


Apoyado sin fin
en la cadencia sonora
de esas formas múltiples
que llamamos olas,
y que los mares nos brindan,
alegres,
al devenir sensación de eternidad
en la duración de los días,
leía yo en el libro
escrito con la sangre de mis años
e ilustrado con los momentos de gozo,
que mi vida sazonaron.

Y al leer, contemplaba,
Me inundaba una sensación
Que viniendo del pasado
Era, rompiendo el tiempo,
puro presente, absoluta
presencia de unos toques,
apenas percibidos, y
colocados allende el pensamiento.
Aquella sensación era yo.
Sencillamente ES.

Y mientras las olas rompían la arena,
yo fui,
rompí los límites,
mi yo saltó cual espejo fracturado.
Y las gotas del agua
eran
las múltiples formas deshechas
de mi yo perecedero.

Mas en el océano uno
se condensó mi figura,
liberada de sus formas,
desatada de mi yo,
y se hizo luz esparcida,
hecha multitud en colores,
que, navegando las aguas, se hacían uno.
Pura Luz.
Pura Vida.
Puro Amor.

José Antonio. 16/6/05

José Antonio Carmona

viernes, 5 de febrero de 2010

El sentido y nuestros años

¿Tiene sentido nuestra vida en la vejez?

Una afirmación de Freud es que la principal preocupación del hombre es la búsqueda del placer. Esto en buena medida es verdadero, aunque choque a nuestra mentalidad represora que identifica el placer con el pecado.

¿Que es el placer? No quiero dar una definición, sino una descripción que nos ayude a caminar, (es tremendo el apetito de nuestra cultura de querer analizar siempre el qué y olvidar el cómo o la globalidad, la relación) . Del latín placere: agradar. Placer es lo que agrada en cualquier dimensión humana. Pero el hombre no sólo busca el placer, también busca el poder y busca por encima de todo el sentido, que las cosas tengan un significado, que estén sustentadas por algo válido (al menos para nosotros). Buscar el sentido es consecuencia de la altura espiritual (no necesariamente en sentido religioso) de nuestra naturaleza. Es profundamente humano desear que las cosas cotidianas signifiquen algo. Es el deseo de significado. Algo que no excluye ni el deseo de placer, ni el de poder. El sentido no es utilidad, tiene razón de ser en sí mismo.
El deseo de significado en nuestra sociedad mundial cada vez encuentra menos respuestas válidas, cada vez hay más gente con un tremendo vacío existencial. Estamos dando y nos están ofreciendo constantemente sentidos-significados que no son tales, que no satisfacen la altura de la vida humana. Hay cosas, aficiones, actividades que pueden servir por un tiempo porque son sustitutorias del sentido último, pero a la larga y en el silencio de la propia vida madura vemos que no nos llenan totalmente, lo que depende de la altura de conciencia interior que se haya alcanzado. Hay personas que pueden llenar sus vidas con aficiones superficiales, con dedicación a unas causas poco o nada altruistas o totalmente altruistas y quienes descubran que necesitan de un sentido último que vaya más allá de todos estos.

Los tres niveles del YO
El YO profundo o universal. Quiero llamar la atención ante un hecho que sucede en todas las lenguas, al menos en las que conozco: Todos decimos yo para referirnos a nosotros mismos, todos utilizamos la misma palabra ¿por qué utilizamos la misma palabra, si nuestros nombres son distintos? Ciertamente esto no es más que un indicio (para quien lo quiera ver) de que sólo existe una conciencia común a todo cuanto es. Es el Ser anterior a lo ente en que basa su visión de la Realidad Heideeger. El Ser o Conciencia de la que nosotros somos una imagen, una manifestación, y que a su vez es el sustrato básico, verdaderamente esencial de lo que llamamos nuestro yo individual . Es el Yo en sentido originario.

El yo individual, que tiene nombre propio y una estructura psicosomática, que vive en el tiempo, y por tanto tiene un pasado y un futuro, que tiene unos criterios, unas vivencias, unas actitudes ante la vida, que tiene o no fe... pero que se sabe uno con el Yo universal. Es el yo en sentido derivado en tanto que manifestación del Yo profundo.

El yo superficial o ego. Es el que se forma cuando nos identificamos de forma exclusiva con nuestro cuerpo y nuestra psique, con los recuerdos y expectativas... y nos desconectamos del Yo universal.

El ejemplo de la ola y el océano es ya clásico. El océano es el Yo profundo o universal y la ola el individual. Ola y océano son la misma agua (por descontado que no estamos hablando de cantidad, sino de esencia), tienen la misma humedad, la ola sin el océano no existiría y, cuando acaba se existencia en la arena, sigue siendo lo que era: agua nunca separada del resto. Sólo era ola por la apariencia. Lo grave es da cuando dicha ola se identifica a sí misma sólo con su apariencia, con lo que corta toda comunicación con el océano y se autodestruye.
Lo mismo podríamos decir de un rayo de sol, de una corriente de aire...

Es es yo individual el que necesita sentido a significado, o sea, permanecer unido de alguna manera a su verdadera Raíz, el Ser, que es el Yo universal y cuyos ecos puede ir percibiendo en lo interior, en la esencia de sí mismo y de todo cuanto le rodea. Prescindo del significado religioso (en sentido institucional), y llamo sentido a lo que una situación concreta significa para una persona en concreto. Cada persona es totalmente libre para decidir lo que significa o pueda significar para ella una situación y para asumir o rechazar si la vida tiene un sentido. Negar la libertad a la persona sería destruirla. Pero, ante la afirmación tan cotidiana entre de que nadie ha venido a decirnos si la vida tiene sentido o no y ante los tremendos palos que nos dan los desastres de todo tipo, tanto naturales, como bélicos que causan ese sufrimiento tan ingente en la humanidad, quiero traer a colación una serie de nombres de personas de la historia que encontraron un sentido pleno de sus vidas, lo asumieron y así nos lo transmitieron: Jesús de Nazaret, Buda, Zoroastro (Zaratustra), Lao-Tse, Confucio, Pitágoras, Sócrates, Platón, Pablo de Tarso, Plotino, Agustín de Hipona, todos los sabios axiales (siglos -V a I), Mahoma (gran desconocido entre nosotros y entre muchísimos islamitas...), Nagaryuna, Shamkara, Eckhart, Francisco de Asís, Rumi, Juan de la Cruz, Teresa de Ávila, Catalina de Siena, Nisargadatta, Ramana Maharsi, Krisnamurti, Teresa de Calcuta. Desmon Tutu, Mahatma Ghandi, Luther King, Nelson Mandela, Pere Casaldáliga…
y quiero citar a tres premios nobel de física: Einstein, Schrodinger, Heisenberg, quienes en sus escritos apelan a la dimensión del sentido más allá de la mera razón y de la ciencia.
Todos estos autores y muchos otros centenares de miles de místicos de la historia de la humanidad han vivido el sentido último de la vida hasta su último aliento.
También un gran número de psiquiatras citados por Viktor Frankl afirman, basados en datos empíricos, que la gente puede hallar un sentido a sus vidas al margen de si se trata de personas religiosas o no, mayores o no...
El sentido de la vida puede hallarse bajo cualquier condición. Y sin embargo, hay una sensación generalizada en nuestra cultura de que la vida está falta de sentido. Ciertamente estamos en una época de transformación, de cambio de valores, y es normal que la sociedad pierda el norte, la Edad Media nos propuso como únicos valores los religiosos del cristianismo y la Edad Moderna se encontró con este disparate, quiso arreglarlo y se dispuso con muy buena voluntad a limpiar todas las adherencias, para ello tuvo que cambiar el agua de la bañera que se había utilizado: La visión teocrática, pero, lo malo fue que al tirar el agua tiraron también al niño que se estaba bañando, los valores del la sabiduría perenne, el sentido último.
Tres caminos son, según Viktor Frankl, los que nos llevan a dar sentido a la vida:
1.Cumplir un deber o tener una actividad que nos satisfaga.
2.Amar incondicionalmente.
3.Es el más importante. Elevarnos por encima de nosotros mismos, transcendiéndonos, transformándonos, cuando nos enfrentamos a un destino que no podemos cambiar. O sea, atravesar el sufrimiento inevitable, no el innecesario, y convertirlo en un éxito humano, asumir nuestra culpa o responsabilidad en lo que hacemos mal para cambiar para mejor, asumir la transitoriedad de la vida y ver en ella un motivo para ser responsable.
No olvidemos que porque ha habido y hay mucha gente que ha encontrado el sentido a su vida, el mundo y la historia siguen progresando.

A nuestra edad podemos contemplar nuestras vidas con una perspectiva de globalidad, verla como un todo. Y no puede negarse que podemos percibir un sentido de toda ella, de los procesos que en ella se han seguido, significado en sentido amplio, significado que nos hace ver con nuevas perspectivas los distintos acontecimientos por los que cada uno de nosotros ha ido pasando. Como una película de cine: fotograma a fotograma tiene su sentido, pero, la película entera es la que da el significado último a toda la película y a cada fotograma. Cuanto más profundidad demos al sentido de cada acontecer mayor será el significado final del total de la vida.

Estoy hablando de una especie de sensación, que ciertamente puede ser experimentada, pero nunca por la mente o los sentidos, ni en modo alguno verificada por ellos. El sentido último es incomprensible (en el sentido mental), pero eso no quiere decir que no exista, que no lo haya. Para una persona del siglo II era un incomprensible que la tierra fuera redonda, o que el hombre pudiera volar, o que hubiera una forma de crear luz que no fuera por las llamas. Aparte de esto hay realidades que van más allá de la mente, la persona humana no es el último escalón de la evolución, ¿por qué ha de serlo? La razón no es el último eslabón en la serie evolutiva, afirmarlo así (algo no raro) es un ombligismo tan absurdo hoy, como practicar en la actualidad de los ritos mágicos prehistóricos para conseguir la caza. Por descontado que una mente (la superior, según los esotéricos y muchos otros) en contacto con el Yo Profundo alcanza niveles de conocimiento-sabiduría inasequibles para la mera razón, como la intuición, la comprehensión, la compasión... Recordemos el comienzo de un hermoso poema de Juan de la Cruz:

Entréme dónde no supe / y quedéme no sabiendo / toda sciencia transcendiendo.

El científico lo que puede afirmar es que en el mundo que describe la ciencia no aparece el sentido último, pero esto no significa en modo alguno que no lo haya, sólo que el científico no puede saberlo. En definitiva el científico lo que estudia es una sección muy limitada de la realidad, pero la realidad es muchísimo más amplia, a esas secciones que no alcanza la ciencia se puede llegar por métodos que no sean mentales, ni prementales, sino transmentales. Y es aquí donde comienza la Fe. No me refiero a ninguna expresión de una confesión religiosa determinada, sino a la fe que existe en todo hombre, aunque muchas veces se niegue que se tiene. Me fío de...la vida, de mi organismo, de mis fuerzas, de mi experiencia, de mi amigo, de mi cónyuge, … esta fe es una decisión existencial. Es una experiencia de vida.

Racionalmente en la cuestión del significado de nuestras vidas no podemos tomar partido ni por el sí, ni por el no, a nuestra razón se le escapa esta cuestión, como otras muchas. En este caso hemos de sopesar existencialmente el dilema, ¿qué da más peso a mi vida, el sí o el no? Aquí interviene la fe que añade un peso a la realidad que se cuestiona, creer no es restar algo a la realidad, o sea, pecar de bobo, sino añadir el peso de una decisión existencial, la fe suma, no resta y de hecho la inmensa mayoría lo hacemos de una forma u otra en la vida: tomamos decisiones por un peso existencial en muchas ocasiones, aunque no por ello dejemos de sopesar la racionalidad o lógica de la opción.
El ejemplo que se suele aducir es el del escenario y la luz de los focos que deslumbran al artista cuando sale: el artista no ve apenas el patio de butacas, pero sabe, confía en que tras su ceguera hay un público.
Sencillamente no se puede colocar el sentido último (que en otros términos es el Ser) al nivel de las demás cosas, en el mismo plano.
Y por supuesto, se ha de aceptar que
1.Muchas personas encuentran sentido a sus vidas sin necesidad, al menos consciente, de una actitud religiosa, o mejor espiritual (No hablamos de pertenecer a una forma de de religión, a una institución).
2.La religión o espiritualidad se revela como la realización del deseo de llegar a un significado último.

Por supuesto no he ido en este breve escrito por los caminos de las diversas escuelas de psicología, en los que se habla de la vejez de forma más o menos positiva. Mi intención ha sido intentar destacar brevemente la dimensión de sentido de toda la vida terrena, sin hablar de las limitaciones temporales.

José A. Carmona