viernes, 10 de diciembre de 2010

Mi corazón os felicita las Navidades

Navidad 2010


Entre las sombras dudosas
que la mente no disuelve,
el Espítitu en el Hombre se erige victorioso
y alumbra la Verdad, escribiendo en el Silencio.

Escribiendo con letras que a la Historia se le escapan,
marcando con fuego que la Historia ya conoce,
viviendo de raíces que la Historia transcienden.

Escribiendo con materia
en sonoridad callada
sus ayes del Vacío
que a lo denso da voz...
y sentido.

Escribiendo en la sangre
los gritos
que injertan Vida en las carnes
ateridas por los fríos de la ausencia.

Alumbra la Verdad
que es hablada en palabras del Silencio.
Alumbra la Verdad
que es buscada en los tiempos de los hombres.
Alumbra la Verdad
que es vivida en lo eterno y sin espacio.
Alumbra la Verdad
que es amada sin reservas y sin hielos.

La Verdad que el Cristo -Habla originaria- es.




José Antonio Carmona
Navidad 2010
Expresión de mi fe-experiencia viva del Misterio

miércoles, 8 de diciembre de 2010

ETNOCENTRISMO Y CRISTIANISMO

Etnocentrismo y cristianismo

El desarrollo de la Conciencia (Ser) a lo largo del tiempo inconmensurable es transcendencia y el objetivo final de ésta, en un sentido relativo, nunca absoluto, es Cristo para los cristianos, Atman para los hinduistas... la Conciencia de Unidad para todos, Conciencia de Unidad que ya somos (vamos a la casa del Señor dice el salmo 122). Mas este desarrollo, que no es sino evolución, es un proceso en el tiempo y en el espacio. Y todo proceso pasa necesariamente por diversas etapas. Es nuestra realidad actual: relativa y dual. Partimos de Dios -el Misterio- y volvemos a Él, sin que de hecho nos hallamos alejado lo más mínimo de su abrazo, como nos dice Pablo.
Esto no obsta para que procedamos originalmente de las amebas, de los peces... de los prehomínidos. Son etapas que nuestra mente apoyada en nuestros sentidos descubren en las marcas de la historia. Originariamente somos, como toda la realidad (también las amebas y los peces), la manifestación del Misterio y el Misterio mismo en tanto que su manifestación, algo así como el misterio del Silencio se manifiesta (y es) en la palabra, sobre todo si es performativa, y en la multitud de ellas y de lenguas.
Estas afirmaciones suponen, y así lo piensan todos los estudiosos del tema, que todas las cosas son Consciencia, pero es en el hombre donde esta Consciencia se hace autoconsciente, es en el hombre donde la Consciencia comienza a darse cuenta de que es consciencia. Es muy fácil identificar la Consciencia=Ser con la autoconsciencia humana, sobre todo porque nos hacemos el ombligo de la realidad. Mas no es el tema de la Consciencia el que quiero plantear. Quiero plantear el de la presencia de la Consciencia en el desarrollo colectivo. Y más en concreto, el estancamiento de lo cristiano-oficial -no de las comunidades de base y otras formas de servicios- en un nivel de conciencia colectiva que pertenece a una visión neolítica del Mundo.
El estudio de la evolución de las líneas de inteligencia ha preocupado constantemente a los psicólogos evolutivos. Entre éstas, una de las más estudiadas ha sido la moral, la que impulsa al hombre (varón-mujer) a una conducta relacional con los otros y con todo el Universo. Una de las principales expertas en esta línea moral es Carol Gilligan, quien se dedicó a estudiar la conducta evolutiva de las mujeres. Las conclusiones de su estudio son aplicables igualmente a los varones, pues concluye que el desarrollo de los hombres y mujeres atraviesan la misma estructura jerárquica, aunque los varones lo hacen subrayando la individualidad, mientras las mujeres subrayan la relación. Dicha estructura jerárquica, según su investigación, pasa por tres estadios que son períodos largos en el tiempo a los que ella denomina: egoísta, respeto, respeto universal. A los que podemos renombrar como período egoísta del desarrollo de la consciencia-en-relación, período etnocéntrico o tribal, período mundicéntrico o global.
El período egoísta proyecta sus sombras constantemente sobre la Historia evolutiva del Universo y actúa en nosotros, los humanos, aún con una fuerza aterradora. Son muy pocos, quizás unas decenas de miles, los iluminados que a través de los siglos han caído en la cuenta de que el ego se enfrenta al verdadero yo, al único Yo; el resto, prácticamente la Humanidad, aún vivimos asentados en el ego, es más, vivimos identificados en él, de ahí que lo defendamos “con uñas y dientes” y sigamos pensando que nuestras relaciones con el resto de lo “creado” han de estar vistas desde el ego y no desde el amor, como hizo y nos enseñó Jesús de Nazaret -Amad a vuestros enemigos-. Ya el mismo Unamuno explicaba el terror ante la muerte porque ésta: “me arrebata mi yo”, identificando ego con identidad.
Pese a esta influencia de lo egoico -períodos arcáico y mágico- entre nosotros, lo cierto es que el hombre en gran número (en torno al 30% según algunas estadísticas) ha avanzado a paso lento hasta el período de respeto o etnocéntrico. La agricultura llevó a los hombres a vivir en grupo y a cambiar su conciencia de cazador individual por la de trabajador en favor de un grupo y por la de comerciante que posponía su satisfacción inmediata por la venidera que llegaría al cambiar los productos de su cosecha con los de otros. Fue desarrollando una conciencia de pertenencia al clan, a la tribu, consciencia que luego abarcaría más terreno pero que seguiría siendo cerrada: al país, a la nación, a la religión, al rey... y también al equipo de fútbol, al pueblo natal, a los que piensan como yo, a los católicos, a los musulmanes...a la verdad (creencia, idea, dios...) que yo profeso y que es la “verdadera”. Esta conciencia tribal sigue muy anclada en nuestra cultura. Es una conciencia excluyente: aquel que no cae dentro del círculo al que pertenezco, es enemigo (sacrum-profanum). Ha de ser destruído, expulsado, ninguneado... ¡El extranjero es extranjero!
Este etnocentrismo es ciertamente un avance del Espíritu sobre la consciencia egoica, el hombre comienza a dar un paso más hacia la relación, a no verse sólo a sí mismo, pero sigue siendo un paso totalmente cerrado que no supera en modo alguno la angustia de la sensación de identidad separada, el gran tabú colectivo. Angustia muy poco consciente en la moyoría pero cuyos efectos son palpables a lo largo de la Historia, baste recordar las guerras, los abusos de poder, la falta de solidaridad, la ausencia de amor tan frecuente, el odio al inmigrante. Aunque también en la Historia se dan las posturas contrarias a éstas: Amor, Paz, Servicio... La Humanidad está ahora mismo en la encrucijada, como dice Plotino: “...se halla a mitad de camino entre los dioses y las bestias” en cuanto a la superación de lo egoico.

Leyendo textos de revistas de teología, recordando muchas ideas que me enseñaron en el pasado, observando muchas actitudes de los dirigentes católicos, incluso oyendo hablar sobre la tolerancia me inunda la tristeza. Estamos aún dentro de un espíritu tribal que nos impide ver al Universo, al Misterio, a un Cristo que no sea la imagen prefabricada que tenemos, excesivamente centrada en el “Jesús Resucitado” -con una visión medieval “mucho de bios y poco de thoé” de la antropología- y en el Hijo de Dios -el dios ídolo conceptual que hemos fabricado-, aunque la maquillemos con detalles novedosos y ropas de modernidad; por ejemplo, llamar a Dios Padre-Madre no deja de ser un antropomorfismo más, que nos impide ver a un Hombre que no responda a nuestra helénica comprensión de lo humano. Creo que nunca nos planteamos que el Cristo, el Hombre sea la simple Apertura, el Vacío, la clara Apertura del ser de que nos habla Heidegger, el Cristo desconocido del hinduismo del que nos habla Panikkar y que en modo alguno es solamente el Jesús de Nazaret histórico, aunque también lo sea. Nuestra visceralidad, nuestra consciencia en el tiempo, aún en proceso evolutivo, nos cierra las puertas a una Visión Universal... es así, mas seamos conscientes de ello. Somos tribales aún.
Acabo de ver una noticia en una cadena catalana sobre Mario Vargas Llosa. En sus palabras de aceptación del Nobel ha hablado de la tremenda plaga que nos infecta hoy: los nacionalismos. No he podido saber si se refería a todo tipo de nacionalismo, o sólo a los que pretenden ser naciones sin ser estados. Yo pienso que cualquier tipo de “ismo” es una inflamación que impide un sano proceso evolutivo de la consciencia humana. Es un querer afianzarse, aunque de forma no consciente quizás en muchos casos, en una conciencia etnocéntrica, tribal y agraria que tiene mucho miedo a la apertura mundicéntrica, a superar esa sensación tabú de separación que nos embarga en esta mente dual.
El etnocentrismo tiene un doble núcleo: solidaridad y exclusión. El paso hacia la solidaridad es avance, la exclusión: una frontera de separación que dificulta el avance de la Historia, de la Conciencia en el tiempo. Estamos constantemente creando fronteras, divisiones artificiales con nuestra razón dual. La orilla del mar no separa agua y arena sino que los une, no hay un enfrentamiento entre ambas, sino un beso. Violentamos constantemente la realidad y el resultado es la infelicidad. Vemos la vida como una sucesión de batallas por los enfrentamientos que creamos con nuestros límites impuestos. No vemos el diálogo, la cercanía, menos aún la unidad, la identidad -es muy curioso ver en qué se pone hoy la identidad- entre todos y todo. Y a esto está contribuyendo de forma muy importante el cristianismo que en nuestra cultura se ha basado en una institución y no en la experiencia mística vivida por Jesús de Nazaret.
Esta institución que nos habla "de Cristo", pero pocas veces "desde Él", está cargada en su conducta, estructuras y dogmas de un etnocentrismo agudo. Ya en otra parte de este blog he hablado de la mentalidad agraria de la institución católica, a aquella parte me remito (artículos de marzo de 2008). Ahora solamente algunos ejemplos: el absolutismo papal, la estructura jerárquica que se postula de origen divino, la iglesia católica como único camino de salvación para el hombre, poseedora de la verdad y por eso es “libre”, la casta clerical, la exclusión de la mujer de áreas llamadas sagradas, única detentadora de la verdad de Jesús, se llama a sí misma pobre y servidora, la estrucura de gobierno vaticana, la canonización de algunos de “sus fieles”, nunca de fieles de otras instituciones, la política del poder, la existencia del “Santo Oficio”... y del banco del Espíritu Santo. Y en otro orden de cosas, habla mucho de amor pero le falta muchas veces sobre todo institucionalmente, no se deja fecundar por otras instituciones, ideas o posturas humanas, la mera existencia de los dogmas como expresión de la creencia que se ha de tener, la existencia del Derecho Canónico, la moral en general que responde a una sola visión tenida como “la verdadera” de lo humano cuando responde a meras situaciones y pensamientos de momentos de la Historia, la liturgia de los sacramentos y en particular la de la Eucaristía que suele tener muy poco de apertura y amor, aunque se hable de ello, y dentro de ella las “peticiones o plegarias de los fieles”...
En modo alguno estoy defendiendo que todo esto aquí enumerado -y lo no enumerado- esté de sobra, mucho sí. La consciencia etnocéntrica es un hecho histórico y hoy por hoy son muy pocos quienes alcanzan el nivel superior. Lo que pretendo afirmar es que tenemos que saber que todo esto es nada más que relativamente real y ante la profundidad se desvanece, que sólo sirve para un espacio y un tiempo determinado y no se puede convertir en universal. Todo esto es pura apariencia -que a la vez que manifiesta oculta la verdad que está dentro-, como la expresión del rostro. Y a la vez digo que el único camino, el único desarrollo que aparece claro en los evangelios, en todo hombre que medite con apertura y sinceridad, y en todo el Universo es “Ama a tu enemigo” porque no hay enemigo, porque los límites los creamos los hombres para nuestra propia infelicidad, porque no hay separación, sólo unidad e identidad. Porque este mundo relativo ha de apoyarse en lo Absolutamente Real -el Espíritu- y no contradecirlo, de lo contrario sólo será “pecado”.
Sí, me produce una honda tristeza oler en lo referente a “nuestro cristianismo” este tufo húmedo de restos, o no tan restos, de etnocentrismo o egoismo mal disimulado. Yo no estoy libre de ello, por ello abrazo mi propia debilidad y amándola la hago fortaleza universal. No yo José Antonio, sino el amor que también en mí brota.
Éste es mi llanto que encuentro lleno de esperanza en mis momentos de Silencio, esperanza porque todo es camino, porque no hay que llegar a ninguna meta, puesto que nunca hemos salido, ni salió hombre alguno del seno del Misterio.
¿Una utopía? ¿O una experiencia compartida con muchos?

José Antonio Carmona

martes, 30 de noviembre de 2010

Meditación sobre la primera bienaventuranza

Breve meditación sobre la primera bienaventuranza

He estado dudando sobre qué era oportuno hacer: escribir unas letras en el blog o simplemente guardar silencio. Haré ambas cosas. La meditación que lleva al silencio -el Originario- es a su vez fuente de la palabra auténtica. Y toda palabra surgida de ese Silencio, el Silencio-Vacío, es en sí misma originaria y no pertenece a quien la dice. No pertenece, simplemente es (la propiedad intelectual no cabe en esta visión del mundo que se acerca al Silencio). Y brota dicha palabra por un instrumento: la persona que la verbaliza.
Jesucristo es la Palabra-Silencio Originario (en la escolástica se le llama el pinceps analogatum, quizás con una suerte de imprecisión y con una visión dual).

Los tremendos problemas sociales por los que estamos pasando los hombres (sigo reivindicando hombre= nacido/a del humus) en nuestros días a causa de la tremenda ambición que nos embarga, me ha llevado a un silencio-meditación sobre el mensaje evangélico de las bienaventuranzas. En especial sobre la primera: Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos (Beati pauperes spiritu, quoniam ipsorum est regnum caelorum. Mt 5,3) -así lo traduce el Maestro Eckhart-. Hoy quizás diríamos: dichosos los que eligen la pobreza, porque a ellos les pertenece el reino. Sé que muchos de vosotros compañeros hombres, mujeres y varones, vivís en una entrega total a los pobres, a los hombres, incluso a aquellos que son tan pobres, tan pobres que sólo (no diré solo -sin tilde- como adverbio, sí como adjetivo) tienen dinero. Y vuestra entrega me interpela constantemente no ya para hacer exactamente lo mismo, sino para experimentar vuestras mismas experiencias, y saber darme desde mi propia realidad particular según su forma y manera.

“Yo no quiero ser pobre en ningún sentido, tampoco rico... simplemente no quiero más que ser. No pretendo nada, tan siquiera pretendo no pretender. No es que mi apetito en esta individualidad que llamo mi persona, y que siento como José Antonio, carezca de deseos y aspiraciones, pero soy muy consciente de que éstos (o estos, como propugna ahora la Academia de la Lengua) quedan totalmente en la superficie de mi yo individual, que no son el Yo que soy. En todo caso son una expresión de quien soy-somos. Expongo brevemente mi meditación. Quizás nada ortodoxa según la "doctrina" oficial de los católicos.

En las enseñanzas de espiritualidad que recibí desde pequeño se entendía esta bienaventuranza más o menos así: hombre pobre es el que no se complace en lo creado. Juan de la Cruz nos propone la siguiente suma de la perfección Olvido de lo cre(i)ado,/ memoria del Cre(i)ador/ atención al interior/y estarse amando al Amado. Y es bueno y loable, sin dudas, este sentido de la pobreza. Pero... ¿Es así como se ha de vivir hoy? ¿No se ha de profundizar más? En estos consejos hay una visión totalmente dualista de la realidad: Creador-creatura, y se nos propone una elección, quedarnos con un polo solamente, con el Creador.

Con una visión no-dual: Hombre pobre es el que nada quiere y puesto que nada quiere no puede saber ni tener, simplemente puede ser. (Y dado que nada quiero, mucho menos deseo ser maestro, sencillamente hablo mi meditación en voz alta). El que nada quiere a nada se apega, ni tan sólo a entregarse a los demás, ni a orar, ni a su situación de vida, ni a su dios. Mucho menos a sus ideas, a su salud, a su familia, a sus criterios... Recordemos a Jesús, Palabra-Originaria.
¿Es pobre el que no cumple su voluntad, sino el que se esfuerza por cumplir la voluntad de Dios? Tener esta actitud aconsejada en Mateo 12,50, sin duda que hace bien. Mas si el hombre quiere cumplir la voluntad de Dios, ya tiene algo, ya no es pobre del todo, algo que incluso puede ensalzarlo dentro de una institución religiosa, que incluso lo puede canonizar -recordemos muchas de estas cononizaciones-. Ya quiere y esto es dualidad. No es la pobreza total.
Quiere esto decir, pues, ¿que la pobreza total es el desinterés total? No. Quien pasa de todo quiere a su ego, lo ama y lo antepone a cualquier otra cosa. Quien es pobre, totalmente pobre, simplemente vive y ama y no se apega ni a esta vida, ni a este amor, ni a este Dios, ni a esta fe... Es igual en el tiempo que transcendiéndolo. Es Todo sin ser nunca alguna cosa. Y al no ser cosa alguna concreta es Nada-Todo”

¿Se trata de llegar a conseguir este estado para conseguir ser pobre de verdad? Creo que es este estado el de la verdadera pobreza, pero no creo que la tengamos que conseguir, porque ya la tenemos, lo que nos pasa es lo mismo que nos pasa con nuestra espalda: no la tenemos que conseguir porque ya la tenemos, solamente no nos damos cuenta de ello porque no la vemos, salvo en momentos puntuales: al mirarnos al espejo, cuando nos duele...

Son muchas más las percepciones contemplativas que percibimos con el oculus contemplationis -u oculus fidei-, es mucho más lo que se puede profundizar yendo más allá de la simple reflexión, sin negarla. Pero he querido compartir con vosotros este atisbo de a-dualidad.

Un abrazo

José Antonio

viernes, 5 de noviembre de 2010

Nuestro Dios-objeto es una creación humana llena de dualidades

El Dios-objeto en el que “meramente creemos” es un mero ídolo conceptual contradictorio

Mónica Cavallé, una gran filósofa, esto es: llena de amor a la sabiduría no a la simple erudición, de nuestros días, doctora en filosofía, experta en Budismo e Hinduismo, ha escrito varios libros muy buenos sobre variados temas filosóficos. Quiero destacar en estos momentos uno de ellos: La sabiduría de la no-dualidad. El libro lleva por subtítulo: Una reflexión comparada entre Nisargadatta y Heidegger. Está prologado por Raimon Panikkar, quien invita al final de su escrito: “Recomiendo vivamente la lectura meditada de este libro”, quien así lo haga recibirá mucho, pienso yo. El tema, como es obvio, es la no-dualidad: sabiduría suprema. En dicho libro escribe Mónica Cavallé, dentro de una exposición más amplia que versa sobre la naturaleza del yo a la luz de la doctrina advaita, un apartado sobre: Las contradicciones de la conciencia objetiva. En este apartado aporta una luz nueva para nuestra mente occidental sobre nuestro concepto de Dios -tanto de teístas como de no teístas- al hablar de la “objetivación de Dios”.

Tengamos en cuenta que estas aportaciones se hacen desde la visión de la sabiduría no-dual, visión que forma una armonía sinfónica con la conciencia que yo, José Antonio, soy, en la que emerjo. Sabiduría en la que, por tanto, me encuentro muy a gusto. Entiendo que estas reflexiones son importantes para que nuestra mentalidad teológica occidental que está construida sobre todo tipo de dualidades, comenzando por la dualidad: Dios- Criatura, Sujeto-objeto, se abra a todo un mundo que le es ajeno, o lo ha sido hasta hace muy poco. Nuestro pensamiento ha sido y es mayoritariamente endogámico y muy cerrado por lo mismo.

La lectura de este libro me ha impulsado a poner por escrito algunas ideas expresadas en él sobre la objetivación de Dios, orientándolas mínimamente hacia una concepción de teología escolástica-católica. Hacia el concepto de “Dios” que nos hemos construido. No sé si lo he conseguido. Merece la pena conocer esas ideas y reflexiones en su origen. Leer el libro de Mónica y meditarlo. Como digo recojo parte del agua del su caudal e intento abrir una compuerta que lleve ese agua a los sembrados de la teología católica (y cristiana en general) tradicional.

Para un no-dualista, para un advaita, este mundo manifiesto en el tiempo y el espacio tiene una realidad relativamente real. Este mundo aparece en dicho pensamiento como un juego mediante el cual el Absoluto busca reconocerse dualmente dentro de su sí mismo no-dual. Dualidad Dios-Hombre (criatura) que, partiendo del reconocimiento de la experiencia de ultimidad del vértice no-dual de la Realidad, deja de ser alienante y es un reflejo válido en nuestro mundo polar del Uno sin segundo, de la no dualidad última de lo real.

Nosotros somos deudores del pensamiento cartesiano e igualmente es deudora lo que llamamos teología católica (hoy ¿ciencias de la religión?). Este pensamiento está mucho más basado en la certeza que en la verdad. Es más para Descartes la verdad se fundamenta en la certeza, la certeza que tiene el sujeto de que el objeto es fielmente aprehendido, representado. Algo exclusivo de nuestro pensamiento occidental. El fundamento es la certeza, y esta sed de certeza es la pasión que nos ha perseguido hasta nuestros días. Ahora bien, esta certeza de la representación se basa en la dualidad sujeto-objeto, se basa en la existencia de un sujeto que represente y de un objeto representado. Dicha dualidad es totalmente válida siempre y cuando no se absolutice, siempre y cuando no se ponga como fundamento total de la Realidad, siempre y cuando no pierda de vista el reconocimiento experiencial (es experiencia, no raciocinio, ni objeto de nada) de esa a-dualidad originaria.

Los grandes místicos cristianos han transcendido esta nuestra mente dual en sus experiencias, como el Maestro Eckhart, quien pide a Dios que lo libre de Dios, y afirma que las criaturas son pura nada, Juan de la Cruz: “amada en el amado transformada” (no unida simplemente)... pero, pese a la actitud clara de algunos místicos, toda la teología cristiana, como todo el espíritu occidental está apoyado sobre dos columnas: la racionalidad y la fe en una revelación sobrenatural. Dice Dürckheim a este respecto -citado también por Mónica Cavallé-:

“Hasta ahora el espíritu occidental se apoyaba en dos pilares: por un lado el saber racional, edificado sobre la experiencia natural de los sentidos. Por otro en la fe en una revelación sobrenatural. El extremo oriente, que no posee algo parecido a la creencia cristiana, ni tomó jamás en serio la razón como medio de encontrar la verdad sobre el sentido... de la vida, ha desarrollado otra fuente de conocimiento...: la aplicación seria a la experiencia supranatural y a la revelación natural.”(El zen y nosotros, p. 46. K. G.Dückheim).

En la no-dualidad, que es el núcleo de todas las religiones (Hinduismo, Sufismo, Misticismo cristiano: Cristo dice -el Padre y yo somos uno. Yo soy la Luz- aunque muchas cosas de las dichas y hechas en los evangelios sean duales e interpretadas desde la dualidad, Budismo zen...) no se le da tanta importancia a la razón, ni tampoco se entiende que la Realidad quede “explicada” por una revelación trascendente. El modo último de concebir la Verdad en toda dimensión profunda de las religiones auténticas (nunca afirmadas como verdaderas) no es ése.

Para nuestra cultura occidental la teología consiste en aplicar la filosofía (racionalidad) a la fe. Destroza así toda filosofía que no puede ser “ancilla”de nada, sino puro amor a la sabiduría -conocimiento que transforma-, y destroza la fe que en modo alguno puede aceptar una racionalidad para “ser explic(it)ada”, pues ambas visiones se excluyen mutuamente, pertenecen a dimensiones distintas del ser.

Sin embargo, como expone Mónica Cavallé en su libro, la visión racional y la de fe (que en nuestras religiones es pura creencia, no experiencia de lo inmanente-transcendente) están cercanas porque se apoyan en la misma base: un esquema dual, sujeto-objeto, una conciencia objetiva. La razón -ciencias, matemáticas, pensamiento discursivo...- es dual en sí misma y la fe convertida en creencia (yo creo en Dios Padre Todopoderoso...), no pura experiencia de nuestra propia inmanencia que en sí misma es transcendencia, igualmente lo es (dual) proyectando un Dios y unos dogmas distintos esencialmente del “sujeto”que cree, un dios-objeto y por lo mismo dual. Es lo que ha hecho y sigue haciendo toda la “llamada” fe cristiana y su teología.

Si acudimos al Símbolo Niceno, así como a los catecismos de toda época, incluido el Catecismo de la Iglesia Católica, publicado por Juan Pablo II en 1997, nos encontramos con la misma concepción de “Dios”, concepción que corresponde a la polaridad opuesta a lo que el hombre “concibe como su propio sí mismo”. El hombre se siente condicionado, luego Dios es lo Incondicional, el hombre se siente contingente, luego Dios es el Absoluto, el hombre se siente temporal, luego Dios es lo Eterno... En una palabra, dice Mónica Cavallé que se trata de: “una noción de Dios concebida por el yo y que sólo tiene sentido para el yo y desde el yo”. Es interesante saber que el mismo Hans Küng, teólogo de gran prestigio, ensalzado por el propio Wilber por sus esfuerzos por adaptar el lenguaje de la teología a la Modernidad, elogio que hace extensivo a Raimon Panikkar (creo que a éste con más justicia), dice en su libro Credo:

“que la fe del hombre en Dios... es una confianza razonable que no excluye el pensar, preguntar y dudar y que concierne a un mismo tiempo al entendimiento, a la voluntad y al sentimiento...”(p.19)

Aunque afirme Küng que dicha confianza se apoya tanto en el entendimiento, como en la voluntad y el sentimiento, la confianza, el ponerse en manos de... es fundamentalmente un acto de voluntad, un deseo proyectado y por lo mismo algo que cae totalmente en el campo de la dualidad, y en modo alguno es una experiencia contemplativa. Por descontado que el “mundo” en el vivimos en el tiempo es dual, es esta realidad relativa en la que estamos y que por lo mismo la creencia es muy válida -no auténtica- para mucha gente y para muchas cosas, pero de ninguna manera es el Misterio en el que vivimos, mejor aún, el Misterio que somos: Dios- Hombre-Kosmos, una sola Realidad (no una sola cosa, tanto el ser como el no-ser están incluidos) en relación constitutiva. Sólo es necesario abrir los ojos, no proyectarnos.

Dice Simone Weil en sus Cuadernos de América que “la concepción de las relaciones entre lo natural y lo sobrenatural fue el gran error del siglo XIII, que preparó el Renacimiento”. Dicha concepción no es sino un movimiento de la conciencia objetiva, dual, por salir de sí misma, de su objetivación, de su auto-prisión y refugiarse en una fe que supera la racionalidad, pero que sigue siendo tan dual como la misma razón, porque el Dios de la creencia (que en modo alguno podemos llamar fe) sigue siendo un objeto (credere aliquid, credere alicui, credere in aliquem: siempre dualidad) en cuyas manos me entrego. ¿Dónde está la experiencia contemplativa?

Una verdad que se hace doctrina deja de ser verdad, dice Krishnamurti: una experiencia que se hace dogma deja de ser experiencia. No afirmo que la doctrina sea nociva, ni no necesaria, sólo que es temporal y relativa, muy relativa, que siempre ha de estar en disposición de dejar paso a una nueva expresión de la Realidad y que siempre ha de fundarse más allá de sí misma. Con esta objetivación de Dios hemos terminado creando un ídolo conceptual en el que solamente cabe un polo de la realidad (lo bueno, lo eterno, lo inmutable, lo inmortal, el Ser, lo incondicional, la vida... el cielo definido como “conjunto de todos los bienes sin mezcla de mal alguno” -Ripalda-), el otro polo no tiene cabida en este ídolo por lo que automáticamente deja de ser absoluto y el Absoluto.

En el pensamiento dual hemos hecho al antropocentrismo eje y medida de todo cuanto es. También Dios ha sido sometido a este antropocentrismo absoluto, algo que la filosofía postmodernista, con Nietzsche y Heidegger a la cabeza, hace muchas decenas de años vienen denunciando.

En nuestra visión dual interpretamos a Dios como “lo otro”, idea propugnada por muchos teólogos cristianos, con Barth a la cabeza en el siglo XX, y sólo accesible por medio de la humanidad de Cristo, de la revelación. Y en buena medida en la mística se interpreta la relación con Dios (Cristo...) como relación Tú-yo, relación en la que el Tú queda fuera en principio de la subjetividad del yo. El cristiano y todo hombre occidental se vive como un ser separado que en modo alguno puede identificarse -no simplemente unirse a- con el “Otro”. De esta sensación de separación, de esta individualidad habla con profunda sabiduría Alan Watts en su “Libro del Tabú”.
Muchas experiencias de los místicos (algunos cristianos, los orientales en mayor abundancia, como afirma Wilber) transcendieron esta dualidad. Entre los cristianos algunos como Jesús de Nazaret o Eckhart lo han expresado sencillamente, algo que a Jesús le costó ser crucificado (porque siendo hombre, pretendía ser hijo de Dios -Jn.19,7-), a Eckhart le costó su condena como hereje...(no entro en la cuestión de la “Divinidad de Cristo”. Es precisamente el mismo concepto de Dios el que se plantea en este escrito). En cambio muchos otros interpretan sus experiencias de lo inmanente-transcendente como ajenas a su propio yo profundo, a su propio sí mismo y las atribuyen a un “TÚ” que está fuera, en muchos casos quizás huyendo inconscientemente de la condena institucional como herejes y siempre bajo el contexto insoslayable de la cultura dual. Hemos de tener en cuenta también que no todos los místicos cristianos (no hablo de los canonizados por la institución católica sean místicos o no, la canonización responde a su propio tipo de razones) alcanzaron el mismo nivel de conciencia, hay quieres llegaron al nivel no-dual y quienes se quedaron en el sutil o psíquico solamente... A este respecto es muy esclarecedora la reflexión que Panikkar hace en su libro: La plenitud del hombre (p-50...) del poema de Teresa de Jesús que habla de una experiencia mística personal y que comienza:

“Alma buscarte has en Mí,
Y a Mí buscarme has en ti

Habla, Panikkar, de las tres dimensiones de la experiencia mística inmanente-transcendente: autofánica, teofánica y cristofánica. Es esta última dimensión (cristofánica) la que vive Teresa -no olvidemos que las tres son dimensiones, aspectos que interpretamos simplemente, se trata de una sola realidad-, es el descubrimiento de sí misma como crística: esa interioridad que va mucho más allá del individuo, que no queda limitada por la piel sino que es una apertura hacia lo infinito, hacia lo inconmensurable que los cristianos reconocemos manifestada en Cristo y que es la Conciencia que somos y en la que sencillamente somos, es la Conciencia que es el Kosmos y en la que es. Los cristianos en nuestro lenguaje cargado de dualidad quizás lo podemos llamar Cuerpo Místico que no es exactamente lo mismo que el no-dual advaita sino su equivalente homeomórfico. Mi verdadero Yo, el que descubro en esa indagación autofánica que es a su vez teofánica y cristofánica, es la Totalidad que nunca es cantidad, nunca es número, sino Uno sin segundo. Teresa se ve atada por las limitaciones del lenguaje de su época, como nosotros a las del actual, y no conoce más que términos duales... Recordemos a este propósito a Juan de la Cruz ”Que me quedé balbuciendo/toda ciencia transcendiendo”

Thomas Merton, el trapense de Getsemaní (Kentucky) muerto en accidente en Bangkok en 1968 y uno de los escritores místicos más importantes del siglo pasado, dice que el Dios que nos hemos fabricado con nuestra razón es un objeto abstracto... cargado de contradicciones internas... inaceptable y que por todo ello muere. Pero nosotros por un acto de deseo hemos protegido su existencia y lo hemos solidificado como ídolo (he reinterpretado una cita de Mónica Cavallé).

Como he dicho anteriormente, esta fe que definió el Vaticano I y pese a lo que prácticamente dice Küng cuando en sus palabras quiere expresar algo distinto, es sencillamente un acto de voluntad, un deseo de que sea así, un acto que no tiene ni la certeza cartesiana ni la evidencia de la experiencia directa (algo que no sucede en los místicos, sobre todo los no-duales), es una pura arbitrariedad. Y una religión fundamentada en la pura arbitrariedad no puede sostenerse. Sólo puede protegerse manteniendo la ignorancia y el miedo entre sus adictos. Otra cosa muy distinta es la experiencia autofánica, teofánica y tabórica de Jesús de Nazaret, apoyo pétreo de una Fe que se hace eso: experiencia directa del Misterio (al que llama Abba, Amor, Vida, Agua...) ¡No imitemos a Jesús, vivamos sus experiencias!

En esta dualidad asumida como absoluta se encuentra también en muchas ocasiones la raíz (falsa) de la acción social, cuando no de la revolución social. Thomas Merton, místico muy ligado al movimiento por los derechos civiles, la justicia social y al diálogo inter-religioso dice:

“...liberada de la tensión de mantener compulsivamente la vida de un Dios-objeto, la conciencia cartesiana vuelve a ser prisionera de sí misma. He aquí, entonces, la necesidad de romper esta prisión para dar con lo “otro”en un encuentro...”

Y como consecuencia de esta asfixia del ser dual que necesita salir de la prisión de su propio yo, “su pequeño yo” como lo llama Dürckheim, surge, también entre los cristianos más liberados de la objetivación de Dios, la preocupación “por los demás”, la preocupación solidaria que es digna de todo elogio, aunque... Preocupación que en palabras de Mónica Cavallé es “propia de los momentos religiosamente crepusculares”. Mas esta preocupación es constitutiva de lo humano si es nacida de la dimensión contemplativa -como la palabra tan sólo lo es, si nace del Silencio originario-. Y solamente así, surgiendo de la contemplación que es no-dual, dicha preocupación solidaria no es una huida sino una Plenitud. Una solidaridad que se base en la dualidad y no hunda sus raíces en la contemplación, en la comunión en la Totalidad, en su origen no es más que un intento de romper la prisión en la que nos encontramos al sentirnos seres separados, es una solidaridad en la que el prójimo siempre será amado como un tú, un “otro”, nunca como un “yo mismo que es”. Nunca será amado en Verdad. Este activismo social, que en modo alguno dejo de elogiar, desconectado de la no-dualidad, de la contemplación, de la inmersión en el Misterio, es un antropocentrismo que ignora la realidades últimas, o sea, lo religioso, lo que por específicamente crístico entendemos los cristianos. Un peligro constante en nuestra religiosidad es reducirla a un mero antropocentrismo. El Kosmos es Theós-Anér(ánthropos)-Kósmos, tres dimensiones con un vértice no-dual, no lo olvidemos.

La máxima expresión de este antropocentrismo posiblemente esté en la concepción de Dios como persona-individuo, de la Trinidad como tres personas en una sola substancia. No voy a hacer un discurso sobre el significado de la palabra “persona”, simplemente señalar que hipóstasis (persona) es la máscara usada en el teatro griego, como sabemos, con la doble finalidad de que sirviera de megáfono, de resonancia de la palabra del actor para que pudiera ser oída por todo el público, y de resaltar que lo importante no era la persona-individuo que interpretaba, sino el personaje interpretado. No importa el individuo, ni su voz siquiera, importa el personaje y que éste llegue a todos. Los personajes de las tragedias griegas nunca son individuos sino arquetipos de alcance universal. Pensar, como pensamos, que la persona-individuo es la máxima consecución posible de la evolución de la Conciencia es un grave reduccionismo, la persona es mucho más que el individuo, es sociedad (no simplemente social), es apertura y símbolo del Ser, no una mera cantidad matemática, un mero número, como es el individuo (un conjunto de manzanas son un montón, un conjunto de leones: un grupo, de personas: un pueblo). Las raíces de la persona están en lo Originario, no en la originalidad, como quizás pretendan todas o muchas de las afirmaciones sobre la autoestima que confunde al ego, (al pequeño yo y a veces al yo existencial) con las raíces del Yo. La Conciencia en su desarrollo no culmina en la persona-individuo va muchísimo más allá. Por ello llamar persona a Dios es hacer luz de la ignorancia. Ya en la década de los años treinta del siglo pasado Simone Weil, una mística que he citado antes y posiblemente poco conocida en el catolicismo (nunca se proclamó católica, pero estuvo llena de un pleno amor y enamorada de Jesús de Nazaret) mas verdaderamente originaria, escribía: “Aquello que es sagrado, bien lejos de ser la persona, es lo que, en un ser humano, es impersonal... Todo aquello que es impersonal en el hombre es sagrado, y sólo eso.” (Citada por Mónica Cavallé en La sabiduría de la no-dualidad, p. 435). La conciencia que se hace consciente de sí misma -la persona- (Teilhard) es un paso de gigante en la evolución, pero no el último. El Misterio es el soporte de todos esos pasos o niveles a la vez que relativamente se manifiesta en ellos y es todos ellos.

Esta visión del Dios-objeto de la (nuestra) teología (filosofía) escolástica imposibilita una relación profunda entre Dios y el Hombre. Partimos en la “teología” católica de los conceptos de ente y de substancia para nuestra concepción final de Dios y del Hombre, y para saltarnos la distancia que establecemos al hablar de esta manera nos apoyamos en la Analogía de lo ente, Analogía que realmente no salva la distancia entre ambos (recordemos la Analogía de proporcionalidad). Esta reducción de Dios, Hombre, Cosmos a substancias -entes en sí, aunque no siempre por sí- supone necesariamente que toda relación entre ellos y con lo ente, si es, es puramente accidental, superficial, advenediza. Toda substancia por el mero hecho de serlo es irreducible a otra, por ello Dios no puede hacer de nosotros una substancia distinta, no nos puede reducir a lo que no somos, la gracia puede vestirnos de gloria, pero nunca transformarnos en gloria. La relación entre dos substancias siempre supone alteridad. El ejemplo del hierro candente que nos ponían al estudiar es clarificador, el fuego no transforma en algo distinto la materia del hierro que sigue siendo hierro, ahora con un accidente, el calor, añadido. La relación entre Dios y nosotros en la dualidad es siempre de modo, nunca de esencia -essentiae sunt inmutabiles-. La comunión por lo mismo no es real (res), esencial sino modal, porque ya en el mismo Origen Dios y nosotros somos substancias separadas. Pero si lo más originario no es el ser en cuanto ente y substancia, sino la Comunión y sólo la Comunión, la Relación constitutiva -el Amor-, toda esta substancialidad que aparece ante nuestra conciencia como originaria queda reducida a simple apariencia temporal, que es como es y vemos, cuando se alcanza la visión no-dual, cuando caemos del caballo camino de Damasco. Y en la visión no-dual la Comunión no solamente aparece como posible, sino que es la única Realidad. Todo es(tá) resuelto (real-izado) en la no-dualidad, el Todo no es la articulación o unión de todos los múltiples, sino el descubrimiento de que tal multiplicidad no es.

El Dios que hemos pensado en nuestra filosofía-teología es un Dios-objeto y por ello mismo contradictorio, un falso ídolo conceptual que podemos amañar, asegurar, defender, pero siempre mera construcción humana, mero resultado de un pensamiento dual. Sólo transcendiendo nuestra cultura dual, nuestra razón y abriéndonos a la experiencia contemplativa, al Origen silencioso, a Aquello que hace posible lo que llamamos realidad, viviremos: seremos plena Conciencia algo que ya sin tenerlo claro somos: El Misterio, la Conciencia, la Plenitud, la Vida,... la Realidad.

Por supuesto que en esta existencia terrena vivimos con la conciencia dual, por supuesto que la verdad representacional es totalmente necesaria para relacionarnos y entendernos (ahora mismo la estoy utilizando) pero nunca hemos de perder el norte: todo esto es relativo y si lo absolutizamos, estamos cayendo en un sinsentido total. Un bebé, hablo de nuestro necesario desarrollo, no puede digerir un bistec a la plancha, un adulto, sí.

José A. Carmona Brea

sábado, 25 de septiembre de 2010

Notas sobre "El sacerdocio en el pensamiento de R. Panikkar"

Notas sobre “el sacerdocio según Raimon Panikkar”

Pienso que hablar del sacerdocio según Raimon Panikkar, aunque sólo se trate de unas notas, es un intento muy atrevido, al menos para mí, porque se trata de un pensamiento, al que antecede cronológica y sobre todo ontológica y “kairológicamente” una experiencia de vida, muy personal y profundo y porque no conozco toda su obra escrita, pues escribió multitud de artículos y libros sobre los más variados temas filosóficos (en su pensamiento la teología o se incluye en la filosofía o no es), aunque sí la mayor parte de ella, pero, tengo dos motivos que me impelen a hablar del tema y que hacen que este intento, pese a su atrevimiento, sea oportuno que se haga. Uno de ellos es el recuerdo de las conversaciones que sobre el tema mantuvimos en vida de él y el segundo es que es “ese sacerdocio”, yo también fui ordenado presbítero y sentí “la vocación”, en su esencia el que nos hizo compartir bastantes eucaristías allá en Tavertet. Habrá muchos que puedan llevar estas reflexiones adelante mucho mejor que yo, pero me siento por las razones expuestas impelido a hacerlo.
Por supuesto que todo ello no implica estar totalmente de acuerdo con su visión.

Antes que cualquier otra cosa, el sacerdocio en Panikkar fue su vivencia de lo cristiano, de lo budista, simplemente de lo religioso, fue su experiencia del Misterio, creo que él no podía asumirse a sí mismo sino siendo sacerdote. En la introducción que escribe a su libro: “Culto y secularidad” dice textualmente:

“... si la existencia sacerdotal no se encuentra en unión hipostática con el ser humano y se considera en última instancia como algo meramente funcional... es obvio que, cuando se trata de rescatar el centro de uno mismo haya que barrer todas las superestructuras que impiden la realización personal...”

Esta existencia sacerdotal, aunque se refiera fundamentalmente al sacerdocio existencial, en él, en su persona no tenía expresión sino en su sacerdocio ministerial, no en su pertenencia a la casta clerical-sacerdotal, ni al sacerdocio sinónimo de funcionario de una institución, sino en el sacerdocio universal del llamado a ser servidor del culto, que es el “acto humano cosmoteándrico para el que se requiere fe, esperanza (en lo invisible) y amor”, como recordaba constantemente en sus conversaciones.
Hemos de tener en cuenta que la mención de la palabra “sacerdocio” despierta en nosotros un concepto que está está totalmente marcado por nuestra interpretación del mismo, es muchas veces más una imagen mental, un concepto que una vida. Dentro del catolicismo el sacerdocio, como concepto y como función, está cargado con la aureola de la elección, entendida como separación de lo común (torcida interpretación del “ex hominibus assumptus”. Hb 5,1.) y como entrada en una casta superior (la casta clerical), está cargado con la percepción de que es un poder sagrado, mágico que te hace ser transformador de “las ¿substancias? del pan y del vino”, poder sobre la interioridad (almas) que puedes lavar por la absolución a la vez que te transforma en funcionario y administrador de sacramentos, y de muchos actos no litúrgicos que nada tienen que ver con el sacerdocio, intermediario, no mediador, entre “el cielo y la tierra”... está, en suma, contagiado de muchos elementos sociológicos que hoy, cuando menos, carecen de valor. Hemos de despojarnos de toda esta carga funcional e ideológica al servicio de una institución, de toda la inflación que la palabra y el concepto han ido acumulando a lo largo de muchos siglos de historia (y no sólo en el cristianismo). Es lo que hizo Raimon a lo largo de su vida en esta tierra.
No se trata en este escrito de hacer una tesis doctoral, como he dicho antes, que pudiera agotar el pensamiento de Panikkar sobre el sacerdocio, sino de exponer unos apuntes, unas sencillas notas que nos puedan iluminar un poco acerca de lo que él vivió, pensó y piensa en sus escritos sobre este tema. Quisiera serlo todo menos una falsificación de su pensamiento.

Raimon era un intelectual de mucha garra cuando se marchó a India en el año 1955, pero aún no el filósofo-teólogo que ha unido Oriente y Occidente en su vida y en su pensamiento.
Usa siempre en sus escritos, y usó en su existencia terrena, la palabra como símbolo, como expresión que comunica la realidad, no como signo que señala a lo que dicho signo no es. De ahí su constante referencia a la palabra-logos y al silencio-origen del que procede: el profundo silencio del ser, (¿concordancia con Heidegger: Lichtung y simbolismo ontológico?)

Esta experiencia personal y por lo mismo intransferible incluso por el conocimiento meramente mental, al menos en parte, Panikkar la fue plasmando, explicando a lo largo de toda su obra escrita a la vez que la fue desarrollando y explayando a lo largo de su vida. Se salió totalmente de la teología oficial, y nos contó la Realidad desde su realidad profunda, desde su intelecto-amor (intus-er legere), no meramente desde la mente o razón, desde su espiritualidad. Fue sacerdote profético, no funcionario, gran visionario de la segunda inocencia.

La verdadera teología, afirma otro buen amigo que fue, Evangelista Vilanova, “tiene como finalidad liberar a la iglesia de las falsas teologías”. La palabra que es del pueblo, se le ha robado al pueblo y se ha ido convirtiendo a la teología en un lenguaje técnico, sólo inteligible para especialistas, los mal llamados teólogos. La teología “ortodoxa” se ha convertido en pura estructura mental, en la que el sentido de la realidad no ha contado para nada, sino la ilación lógica y mental; cada proposición, incluso en el catecismo (resumen de la doctrina para el pueblo), se basa en la anterior para concluir en la misma y formar así un círculo lógico que se autoprotege:

Dios es el Creador del mundo. El mundo es lo creado por Dios...

Esta forma lógica, que mantiene la teología escolástica y ortodoxa, ese círculo cerrado y vicioso a su vez se apoya todo él sobre la base del dogma (creado muchísimas veces con formas nacidas de la ignorancia)... y el sentido de la realidad brilla por su ausencia con lo que la Biblia y la Fe pierden su razón de ser. Toda la doctrina y por lo mismo Dios, Jesucristo, la Iglesia se han convertido en una pura y simple estructura mental que sirve para tranquilizar “las aguas muertas”, que libera del pensar. Mas el sentido de la vida no aparece en modo alguno, por ello los inquietos, los pensadores, los místicos soltaron amarras y se liberaron de esa estructura mental. Se liberaron del círculo y buscaron la palabra abierta. Profeta es el que se libera, como Jesús, para pescar en un mar que no está muerto. Raimon también rompió amarras, no fue un sacerdote-teólogo funcionario, sino profético y utópico. Su sacerdocio en buena medida se realizaba por su misión de filósofo-profeta, que no buscaba el aplauso sino el rigor y la libertad. Sus libros son fruto de su rica vivencia interior y a la vez de su penetrante y exigente profundidad intelectual, no simplemente mental. “Se ha de cambiar todas las formas para que el Espíritu permanezca”. Es la labor profética, labor de servicio público, verdadera liturgia (leitourgia= servicio para el pueblo o servicio público): Iluminar un poco la Realidad y el Sentido. Raimon vivió también así su sacerdocio.

El libreto con las canciones que nos entregaron en Montserrat en el funeral por Panikkar dice en primera página. “RAIMON PANIKKAR sacerdos secundum dharmam Melchisedech e diocesi Varanasi ad Gangem flumen”.
Tengo ahora mismo sobre mi mesa de trabajo una carta suya autógrafa en la que me invita a reflexionar en común sobre nuestro sacerdocio que no es según el rito de Aaron, sino de Melchisedec. “La Iglesia, me dice en ella, como bien sabes, no es ni la institución ni el Vaticano y el rito es constitutivo del hombre.”

El sacerdocio real según del dharmha de Melquisedec. Normalmente utilizaba en sus expresiones la palabra dharma(m) en lugar de la de orden. Se sentía tanto budista como cristiano e hinduista sin división ni esquizofrenia alguna. Pero la palabra dharma(m) está cargada de un sentido, no meramente mental sino simbólico que le da una sabiduría propia, sentido por el que no se puede dar una traducción satisfactoria .
La palabra dharmam (o dharmha, o dharma), que hoy utilizamos con frecuencia en occidente, se conocía poco hace apenas unos cien de años. Como siempre hemos tratado de traducirla antes de impregnarnos de su contenido, de su simbolismo, traducirla (hemos convertido en gran medida las palabras en signos) es inflaccionarla, occidentalizarla, aunque sea necesario hacerlo (en modo alguno pretendo afirmar que lo oriental es bueno y lo occidental malo, son en muchos casos distintas comprensiones de la Realidad que tiene muchas perspectivas, en todo caso). No olvidemos que la palabra es mucho más símbolo que signo, al menos para la Sabiduría perenne. Dharmam simboliza mucho más que significa, forma parte de la misma realidad que evoca, es su manifestación. Podríamos entender que dharma es la fuerza interior, la religión, el orden de las cosas, el rito... El propio Panikkar la expone en estos términos.

“Dharma (sáns.) norma cósmica y ritual; ley natural y orden ético; religión. El nombre se extiende también a las manifestaciones mismas de la norma que rige los diversos niveles de la existencia, tales como la obediencia al deber, el cumplimiento de los preceptos, etc. (Plenitud del hombre).

El dharma en cuanto que orden perenne de las cosas se autocomprende en el hinduismo como la experiencia fundamental del hombre, como aquella religiosidad primordial que puede tener mil formas distintas según las diversas culturas en las que encarne, de ahí que sea perenne y transcultural. Para entrar en un edificio hay que traspasar una puerta, de lo contrario nunca accederás a él, las puertas son múltiples, el edificio, la experiencia religiosa primordial, único(a). El dharma es único, su expresión múltiple.

En el esoterismo se ha estudiado en profundidad la palabra dharma con la se presenta, dice Guénon, haciendo derivar la palabra de la raíz “dhri” que significa sostener, la inmutabilidad principal en lo manifiesto. Lo manifiesto es necesariamente devenir y dharma es aquello que hace que este devenir no sea puro cambio, sino que se mantenga una cierta estabilidad. También, afirma el mismo Guénon, haciéndola derivar a su vez de la raíz “dhruva” = eje que dharma “es lo que permanece invariable en el centro de las revoluciones de todas las cosas, y que regula el curso del cambio porque no participa en él". (Melquisedec o la tradición primordial).

Melch(qu)isedech

"[...] Melquisedec, rey de Salem, sacerdote del Dios Altísimo, le sacó pan y vino, y le bendijo, diciendo: -Bendito Abrán por el Dios Altísimo, creador de cielo y tierra; bendito el Dios Altísimo, que ha entregado tus enemigos. Y Abrán le dio el diezmo de todo."
Génesis 14, 18-20, traducción Nueva Biblia Española

En nuestra cultura estamos muy acostumbrados a tomar la historicidad como horizonte de verificación de la realidad. Los histórico es verdadero, lo no histórico es simple leyenda, no real, lo que no entra dentro de los cauces del tiempo no es creíble. En cambio si miramos a nuestro interior comprobaremos que son muchas las realidades no contenidas en el tiempo, es más la Realidad es no-temporal, sólo son temporales sus manifestaciones. ¡Claro que nuestra cultura cientista tiende a afirmar dogmáticamente que solamente lo experimentable por los sentidos existe!
Melquisedec no es un personaje histórico, como tampoco lo fuera Abrahán..., aparece en el texto bíblico como no judío, no creía en Yahvé, pertenecía a una raza maldita y sin embargo se le consideraba superior a Abraham. Es una pieza fundamental en la religiosidad judeo-cristiana y en la filosofía esotérica.
Solamente existen dos citas sobre Melquisedec en los textos bíblicos: Salmo 110 (109), 4 y Hb, 7.
El salmo dice:

“Oráculo del Señor a mi señor (¿David, Reyes de Israel, pueblo...Cristo?):

El Señor lo ha jurado y no se arrepiente: Tú eres sacerdote eterno según el rito de Melquisedec...”

En Hebreos, el autor de mentalidad y fe paulina está hablando del sacerdocio de Cristo del que afirma que no es del antiguo culto como Aarón, sino de uno nuevo (la nueva inocencia de Panikkar) en la línea de Melquisedec, y para razonarlo hace un paralelismo entre el personaje del Génesis y Cristo (Mesías). Un razonamiento hermoso pero excesivamente largo para transcribirlo. El autor utiliza el simbolismo sacrificio-sacerdocio para expresar el sacerdocio existencial como pura realidad humana, hecha plenitud en Jesús, el Mesías. Como sabemos es éste el tema de la carta. En dicho simbolismo se afirma que Cristo es el Nuevo Sacerdote en “relación constitutiva” con el sacerdocio de Melquisedec (sacerdote del Altísimo), de quien no conocemos nada (origen, familia, hijos...), pero que dio a Abrán pan y vino, lo bendijo y Abrán le entregó diezmos (reconocimiento de superioridad). El rey de Salem (¿Paz?) es el símbolo del sacerdocio real, dice Hebreos, y de su línea surgió un sumo sacerdote, “santo, inocente, sin mancha, separado de los pecadores y encumbrado allende los cielos...”(26). Tenemos “un nuevo sacerdote que no surge de una ley, sino por la fuerza indestructible de la vida”(16), respaldado por la fuerza de un juramento: “el Señor ha jurado:... Tú eres sacerdote perpetuo en la línea (dharma) de Melquisedec.” La Ley de Moisés ha sido derogada y el sacerdocio de Aarón, nacido al amparo de aquella Ley, acabó para siempre.
Y del sacerdocio perpetuo de Cristo participa todo el Pueblo (¿la Humanidad?) como afirma Pedro (1Pe 2,5) y el Apocalipsis (1,6; 5,10; 20,6), porque el Pueblo es el Cuerpo Real de Cristo. ¿Existe también un sacerdocio ministerial dentro de este sacerdocio existencial en el cristianismo? Desde luego el Vaticano II así lo afirma, y R. Panikkar lo defiende.

Pienso que es imposible entender su pensamiento sobre el sacerdocio si no se entiende el valor existencial del rito-símbolo en su vida y en su obra.

El rito-símbolo

“no pertenece a la esfera del pensamiento, no es una doctrina, ni una entidad ideal, no se relaciona exclusivamente con el dominio del logos. Pertenece más bien al campo del gesto... pertenece al dominio de lo temporal y espacial. Un partido de fútbol, o una corrida de toros, puede ser un ritual... leer un libro difícilmente puede serlo”(Culto y secularización).

Es un vínculo temporal con lo transcendente, si existiera sólo lo que perciben los sentidos o el intelecto, no podría haber rito-símbolo que nos uniera a ello, y no lo hace de forma inteligible (en el campo del logos), sino experiencial (en el campo del espíritu). En la teología cristiana poco a poco se fue sustituyendo el simbolismo inicial del rito por la idea, por el concepto de causalidad con lo que el rito-símbolo perdió su prestancia y fue sustituido por el poder de la razón, por la mera reflexión, se pensó que la mente lo podría todo, incluso demostrar la existencia de Dios y unirnos a lo transcendente. Se intentó comprender el simbolismo en lugar de dejarse inundar y empapar por él, con ello el rito dejó de ser símbolo y se intentó la magia de la causalidad, del ex opere operato. Pero el ritual, no el ritualismo (mera carcasa exterior y aparente del rito), es símbolo y no causa, es relación, acción, manifestación y no logos ni idea. Al menos fundamentalmente.

No hay que olvidar que en el lenguaje coloquial, nacido dentro de la cultura dominadora en la que vivimos y en la que hay muchísimas cosas buenas, la palabra símbolo es polisémica. Y sobre todo se ha de tener en cuenta que ha devenido a significar lo irreal, inexistente o carente de utilidad (no sólo externa, diría yo): voto simbólico, precio simbólico, gesto simbólico, ¡eso es simbólico, no es histórico!...
Wilber, quizás el mejor filósofo de la conciencia que viva hoy en la tierra, al hablar del desarrollo o evolución del cuadrante superior derecho de la persona, o sea, de lo subjetivo, sitúa al símbolo como paso anterior al concepto, que a su vez es el holón que abraza al símbolo y lo transciende, sin que por ello lo destruya o niegue. Yo pienso en esa misma línea, pero creo que ello puede dar lugar a un olvido del símbolo y una sustitución del mismo por el concepto, no digo que Wilber caiga en esta trampa, bien al contrario, pero son muchos los que así han procedido, por ejemplo: toda la teología escolástica. El organismo no nos puede hacer olvidar las células.
Quiero apuntar aquí que K. Wilber alaba tanto a Kung, como a Raimon Panikkar por ser los verdaderos pioneros en adaptar el cristianismo a los mundos moderno y postmoderno (Espiritualidad integral).

En su sentido más profundo (y también en el etimológico) el rito es símbolo y no signo, o sea, es un acto que simboliza lo que de otra manera no podría ser simbolizado, también hoy este sentido se da en muchos momentos de la vida, por ejemplo un beso, una lágrima, una sonrisa... No es una señal que indica por donde ir, sino que es la manifestación de eso que simboliza, de eso que manifiesta y al manifestarlo forma parte del mismo (no en sentido matemático que implica división entre la parte y el todo), aunque no agote todo lo simbolizado. Ejemplo: el cuerpo es símbolo de la persona, no es la persona pero forma parte de ella, aunque entre el mismo y la persona no hay separación. El símbolo es simplemente una relación, mas constitutiva, no un simple accidente como se afirma comúnmente. Si no existiera relación no tendríamos símbolo, por lo mismo el símbolo solamente es símbolo para el que conecta con él, el padre lo es por relación al hijo y sólo lo es para el hijo, y viceversa, sin un polo no hay el otro. El símbolo no puede ser explicado porque pasaría al dominio del logos y se extinguiría automáticamente,puede y ha de ser experimentado. (De ahí la tremenda pobreza de la liturgia católica actual que ha dejado de ser símbolo para el pueblo, no simplemente de significar, sino de relacionar). Y un acto es simbólico cuando toca la esencia, el centro mismo del ser del hombre.

“Todo ritual auténtico expresa siempre en el fondo el dinamismo último de ser que hay en el hombre... El ritual se refiere siempre al misterio último de la existencia sin excluir...las cosas intermedias.” (Culto y secularidad).

El rito-símbolo es un acto, un gesto pero no es ni ceremonias, ni ideas, sino el acto en el que es engendrada la Realidad que es cosmoteándrica (cosmos/theos/andros), o sea, la colaboración del Hombre con el Mundo y los Dioses, es la continuación de la totalidad de la Realidad, dice Raimon. Puede ser totalmente secular, pues lo que se opone a lo sagrado no es lo secular, sino lo profano (pro-fanum). Por supuesto que en modo alguno para Raimon cualquier acción es rito-símbolo, nada es rito automáticamente, sino sólo aquellas acciones que de un modo u otro transcienden la intención de utilidad privada o placer egoísta y se proponen colaborar al bienestar del mundo. Y sobre todo enseña que el ritual se celebra con elementos de este mundo y sin embargo no es de este mundo, es una participación en una instancia más alta. La acciones rituales no son más que expresiones del existencial cristiano (o humano) de la unidad, no de las ideas. Por todo ello el rito-símbolo no puede ser arbitrariamente creado o manipulado, tiene su propia ontonomía. Es siempre mediador (relación), nunca intermediario (signo). El mediador siempre se disuelve en la comunión que termina en identidad, el intermediario (caso del signo) siempre permanece como tercero. Es el Espíritu el que planea sobre la comunidad de los hombres y la recrea constantemente.

Con esta visión de lo simbólico como existencial humano Raimon propugna la existencia de un sacerdocio-función-ministerio que brota del mismo sacerdocio existencial. Dicho sacerdocio función no es de ningún modo la justificación de un sacerdote funcionario de una entidad, sino un sacerdocio servidor del símbolo, al servicio de lo “sacrum” (sagrado y secular) y lo sacrum, el rito-símbolo es, como hemos dicho, un existencial humano que se ha de encauzar y realizar, si queremos en verdad que “el hombre sea salvo”, se libere. Sin esta actualización permanente, que no es repetición, sino acción nueva cada vez (actualización tempiterna), “el hombre” no puede ser libre, no puede realizarse, no puede ser Hombre.
Es al Hombre como tal a quien corresponde la misión de ser mediador entre el Cosmos y Dios, así lo afirma ya la antigua tradición china, dice Raimon pero si no se pertenece en realidad a ambas dimensiones que hay que mediatizar, no se puede ser mediador, sino intermediario, de ahí la abundancia de funcionarios que administran sacramentos que no son mediadores sino intermediarios. Es esta mediación: unir las dos partes de la realidad: animalidad-espíritu, la plenitud verdadera del hombre. Esta mediación sólo puede realizarla el hombre porque participa (es) ambas, pero esta (mediación) unión es una tensión de dos polos que ha de ser creativa, y esto no lo hace todo hombre, sino sólo los renacidos.
Con el fin de llevar a cabo esta mediación el hombre ha de ser iniciado porque para llegar a nivel humano el hombre “ha de renacer de nuevo” ( Jn 3, 3...), es necesaria la segunda inocencia, renacimiento que en el caso del cristianismo comienza por la iniciación (rito-símbolo): el bautismo y también la ordenación aunque solamente para algunos, en otras formas religiosas son otros los símbolos. En el catolicismo el sacerdocio ministerial sólo se justifica por la misma ordenación, que no es externa (algo que ha de ser tenido muy en cuenta), sino intrínseca a esta mediación entre lo divino y lo cósmico, mediación específica (ministerial) y necesaria para que la misma mediación universal o real se haga efectiva y visible y que sólo asumen los que aceptan la llamada (la vocación, algo muy profundo en el seno del propio espíritu como lo es la presencia, la fe y que se ha banalizado muchísimo...). Por supuesto que la ordenación católica no es el sacerdocio, sino una puerta pequeña por la que como por tantas otras en la historia de la humanidad se pasa para entrar en el edificio universal del ministerio-sacerdocio-mediación. Hemos de tener presente que lo universal se asume por lo concreto, o no se asume. No podemos olvidar que el sacerdocio -mediación, el sacerdocio real y universal es una realidad ontológica y antropológica en la visión de Raimon, como se ha dicho al hablar del símbolo, y no meramente un acontecimiento social, como sucede en la mayoría de los casos en todas las religiones. Socialmente el sacerdocio católico está cargado de manchas, “externalidades” y burocracia, por ello el impulso a abandonarlo es loable, pero no se puede decir lo mismo de la expresión visible del sacerdocio real que es el ministerial-servicio al rito que es una realidad antropológica, enraizada en lo humano.

El sacerdocio que Panikkar propugna (también para sí) no es la continuación de la tradición judía, sino el del orden cósmico universal que compete a todo hombre, simbolizado en Melquisedec, sacerdocio que él (y muchos) manifiestan siendo sacerdote ministerial, como el hombre de la liturgia = servicio público, no como gestor de una profesión. Y ello, como se ha dicho, debido a una vocación atendida, sólo experimentable y no explicable, y a una iniciación que le da la responsabilidad de ser manifestación visible de la mediación. Mediación que le impulsa a “hacer una obra de paz, una liturgia que nos ayude a los (todos, concretados en la comunidad) hombres a superar lo meramente biológico, pero sin negarlo” y llegar a la plenitud, como renacidos. Este sacerdocio ministerial está al servicio del sacerdocio real y sólo en ello tiene su razón de ser.
Son palabras suyas en conversación privada: “siempre he entendido el sacerdocio de esta manera: se trata de aceptar una función que se manifiesta en el ser (símbolo constitutivo) mucho más que en otras actividades.” “Sin el sacerdocio real no podría tener el ministerial. Éste recibe de aquel su legitimidad.”

Se podría concluir que en el pensamiento de Panikkar que el sacerdocio del hombre es constitutivo de su propio ser, que no es meramente biológico, ni psíquico, sino también espiritual. Por ello, por ser bios y neuma es mediador, y la forma concreta, aunque no indispensable pero a la vez “dhármica”, para los “llamados” de hacer visible esta mediación es el sacerdocio ministerial, al que se accede por una puerta sea ordenación, sacrificio, ofrenda...

No quiero acabar estas reflexiones sin transcribir parte de una entrevista que mantuvo Raimon con Gwendoline Jarczyk:

G. “¿Si el sacerdocio está enraizado en la esencia del hombre (hombre nunca significa varón en el pensamiento de Panikkar), es justo excluir a las mujeres?”
P. Hoy se ve como una injusticia. Hace una veintena de años (hoy -septiembre 2010- serían una treintena) avancé la tesis de que podría ser sacerdote cualquier persona que fuera capaz de serlo, esto es, que tuviera la madurez y el conocimiento necesario a la vez que lo hiciera libremente y sintiéndose llamado a ello. La asamblea de los obispos de Asia la aprobaron sin poner resistencia...
Al día siguiente un jesuita me preguntó: “Cree usted que las mujeres pueden ser sacerdotes?”
Le contesté: “Estoy en contra de toda discriminación” “Puede ser una señal de que hemos perdido la primera inocencia el hecho de que solamente veamos al sexo y no a la persona...”
...una ordenación no habría de ser un asunto de clan, si las mujeres ordenadas imitasen a los varones en esta materia, puede que trajeran algo bueno, pero las ventajas serían muy limitadas... yo creo en el sacerdocio, pero no en la casta sacerdotal. No se trata de que las mujeres engrosen dicha casta y la consoliden, sino que la transformen...
No se puede minimizar la fuerza del sistema, ¿una mujer general transformaría el ejército?...
Hace falta tiempo para que esta situación evolucione y que esta evolución sea plenamente satisfactoria con lo esencial, tal como nos lo ha transmitido la sabiduría de la historia.
He de añadir que mi visión del sacerdocio sólo es una manera de expresar esta situación mediática del hombre entre el cielo y la tierra. Hay religiones sin sacerdocio. No podemos absolutizar nada.” (Es traducción del original)


José A. Carmona

viernes, 10 de septiembre de 2010

Unas notas sobre María, compañera y esposa del fallecido Raimon Panikkar

María, señora del silencio, que fue esposa del fallecido Raimon Panikkar

Hace apenas dos semanas que murió Raimon Panikkar. Se ha escrito bastante sobre él y sobre su obra, no es para menos, aún queda muchísimo más por escribir, por pensar, por aprender (de) y aprehender su persona y su obra. Yo mismo he escrito en varias ocasiones algo sobre él. Me siento en koinonía.
Pero, me ha llamado la atención que nadie ha dicho públicamente nada sobre María, su actual viuda, y esposa y compañera durante muchos años de sus vidas. Tampoco yo lo he hecho, mas es de justicia hacerlo.

Durante mis años de amistad, regalo de Dios, con Raimon tuve muchas ocasiones de estar en contacto amistoso también con María, aunque en mi caso he de advertir que fue mi esposa Paqui quien trabó una amistad más seria con ella.

Yo siempre la llamé de palabra y en mi corazón: “Domina Silentii” y lo de “Domina” lo decía, y sigo diciendo, en el sentido más original de la palabra latina: Dueña. María era y sigue siendo, ahora de manera imperiosa a causa de su enfermedad (alzheimer), portadora de un silencio ejemplar, paradigmático, que me hace recordar constantemente el Silencio Originario anterior al Inicio. De ella nadie habla, no se escribe, la televisión, al proyectar imágenes de los funerales de Raimon, ignora la presencia de María y de la hija adoptiva de ambos, María también, hindú que vive en Vic con su esposo vicense (creo) y un bebé. Supongo que a más de una persona habrá llamado la atención este sistemático “pasar de María”.

Su nombre completo es María González Haba, nació en Extremadura, ignoro en qué ciudad. La conocí en enero de 1982 en una reunión de teólogos/as que se celebró en la residencia de los jesuitas en Sant Cugat del Vallés (Centro Borja). Me la presentaron como esposa de Raimon y como teóloga. María hizo los doctorados en filosofía en Madrid y en teología en Munich, en cuya universidad estuvo de secretaria de M. Schmaus. Su tesis doctoral en teología lleva por título “La figura de Cristo en el maestro Eckhart”. Tengo la suerte de tener la única copia, según expresión de la propia María, que hay de la tesis original. También se licenció en psicología. Después de casarse con Panikkar no se volvió a dedicar a la enseñanza. Escribió una serie de novelas, y muchos artículos, ya no escribe por su enfermedad, en las que imprimía su visión del mundo, su religiosidad, sus ansias profundas de libertad de ser. Para mí son de destacar: El nuevo siddhartha e Hierba amarga. En el primero hace una revisión del personaje de Hermann Hesse, al que quiere dar, según su propia expresión más alegría de vivir, libro que acaba con el capítulo: “La compañera de Siddharhta bendice a todo lo que existe por su amor eterno a Siddhartha”, en contraposición al Siddhartha de Hesse en el que no se vuelve a hablar de la compañera. El de Hierba amarga es una narración imaginaria, basada en la represión que existe en la ¿formación? Que se da en los conventos femeninos. También María era una buena intérprete al órgano de la música de Bach, en una ocasión nos interpretó en la parroquia de Tavertet unas tocatas del genial músico y digo “era” porque su enfermedad no le deja ya serlo.
Raimon y ella se conocieron en Munich.

María es una persona de una religiosidad profunda, muy seria, y la vive con una perspectiva cristiana total, pese a haber estado en muchas ocasiones en India viviendo durante meses y de conocer bien la lengua utilizada en Benarés (les oí a ella y a Raimon hablar del tamil y del telegú) para su expresión religiosa, los rasgos que aparecen son institucionalmente cristianos: vivencia de los sacramentos, sobre todo de la eucaristía, oración constante de petición, poner a los santos como intercesores (no mediadores) en sus oraciones. Por el Opus no siente especial atracción y pese a ello encomienda también sus oraciones a J.M. Escribá de Balaguer desde que lo canonizaron. En ella no vi lo que Raimon afirmaba de sí mismo: “Fui a India cristiano, y volví hinduista y budista sin dejar de ser cristiano”, él era todo ello y en modo alguno ecléctico sino que vivía una fusión total, era una triple dimensión de su religiosidad única. María no tenía, ni creo que tenga estos rasgos.
Tenía (hablo en pasado porque ahora bajo los efectos de su enfermedad no sé que pasará por ella) un trato muy coloquial con Dios (¡en esta palabra -Dios- caben tantas cosas...!) que ella vivía, según vimos en más de una ocasión, como el ABBA de Jesús. Padecía un verdadero horror a la muerte y se peleaba con el PADRE “por habernos destinado en el tiempo a ese final”. De su actitud cristiana lo que a mí siempre me impresionó (y me sigue impresionando) fue y es su tremendo, su profundo silencio (de palabras y de ser). El afán de su vida era “servir a Raimundo” (ella siempre lo llamaba Raimundo), estaba tan profundamente llena de amor hacia él que por él lo hacía todo y lo aceptaba todo, lo veneraba de una manera incondicional, era muy consciente del valor intelectual de su esposo y desde el comienzo de sus vidas compartidas se colocó detrás de él con una doble intención, empujarle a hacer algunas cosas (como algún libro que Raimon escribió impulsado por ella, como “Paz y desarme cultural”) y no obstaculizar que a la vista de todo el mundo apareciera sólo él y que a ella no la vieran, ella no importaba (para sí misma) nunca para el ojo público.
Durante toda su vida de matrimonio vivió este silencio, que no era ausencia, sino espera y amor, espera no ya de un futuro que depararía no sé qué (algo posible, mas...), sino en una profundidad de un presente, profundidad que nos hacía a todos vivir con intensidad cada momento, conscientes de que todos y cada uno realizaba una presencia del Misterio con modalidades distintas y con un núcleo único: el Misterio mismo. Ella solía entonces llamarlo: Divina Providencia.

Cuando llegó el momento de la persecución del obispo Guix, persecución que iba dirigida contra la presencia de “una mujer en la vida de un presbítero” (¡literalmente así, sin un solo nombre propio!), María siguió asumiendo lo que en ella ya se había hecho carne: servir a Raimundo en silencio. Nos decía a Paqui y a mí en aquellos momentos: “¿Qué le importa a Guix si yo le (a Raimon) hago la comida, le arreglo la casa, lo cuido, le preparo la ropa... y luego me voy a dormir a la otra casa, la de la fundación Vivarium?” La casa donde vivían ellos y la de la fundación están a unos trescientos metros de distancia. La cruel persecución de la institución católica no la hizo desfallecer en su fe, ni siquiera en su constante petición a Cristo por medio de los santos.

Siempre vivió el Silencio y el Velamiento, hizo suya la expresión: “Conviene que él crezca y que yo desaparezca”. Su amor le hizo vivir en la entrega sin medida al Amado y al amado, entrega en la que ella no contaba nunca como tal, siempre retirada al último lugar en el que no fuera notada.

Raimon y ella adoptaron una jovencita de India, a la que llamaron María, la jovencita ya es mujer casada, maestra en un colegio de Vic y con un hijito de meses. Madre e hija se han ayudado constantemente en ese silencio vivido durante tantos años. La hija ha sido un gran báculo de amor para la madre.

Hoy el silencio de María, compañera de Panikkar, se ha hecho presente también en su fisiología, padece un alzheimer, como he dicho anteriormente, que le está haciendo olvidar muchas cosas de su pasado. El viernes en el funeral que celebramos en Montserrat todos los amigos, discípulos y conocidos del maestro, ella estaba presente como es lógico, también los hermanos, sobrinos y familiares de Raimon, ella ¿se colocó? estaba en un rincón del primer banco, la presidencia para la familia de Raimon. La abrazamos para darle la paz y al final del acto, que fue hermosísimo y ecuménico, mi esposa y yo haciéndonos unos con ella y su dolor, pero apenas nos recordaba... y hemos compartido muchas conversaciones, comidas y ratos los cuatro en Tavertet...

José A. Carmona Brea

jueves, 2 de septiembre de 2010

Esbozos de mis encuentros con Raimon Panikkar

Recordando a Raimon (Panikkar)

Un buen y muy estimado amigo me insinuó, mejor, me pidió, hace muy poco, que escribiera unos retazos sobre mis encuentros con Raimon Panikkar. ”Realmente conocer un poco de vuestra amistad (entre Raimon y yo) y de la intimidad de un genio es algo importante para todos” me dijo, y creo que tenía muchísima razón. Podemos conocer sus obras, pero él no escribió nunca un diario por el que pudiéramos conocer algo de su intimidad personal, no le gustaba la idea, lo íntimo no tiene importancia para la gente, me decía. Por ello me pongo a relatar algunas cosillas sobre nuestros encuentros de amistad.
Ante todo quiero advertir que lo que voy a relatar (no sé lo que será, escribiré espontáneamente) no es para mí un mero recuerdo, un ejercicio de memoria, que lo es también, sino que sobre todo es hacer presente ontológicamente (en el sentido que le da Heidegger y sobre todo en el sentido del Misterio) la koinonía (palabra que usábamos con frecuencia en nuestras conversaciones). Para una mentalidad cristiana pudiera ser traducida como “comunión de los santos”, pero dando a esta expresión todo el valor de Realidad (hecho que sucede, o posibilidad para que suceda) que tiene, pienso, el mismo Misterio recogido en el cristianismo.
Al expresarme así, no puedo menos que traer a colación la palabra que creó Raimon “tempiternidad”. La koinonía es tempiternidad (temp-i-eternidad), o sea, eternidad (la semilla) envuelta en el tiempo (la cáscara), siempre sabiendo y experimentando que eternidad significa “no tiempo”, “no duración”, “no permanencia”, sino meramente: “Ser, Vida, Koinonía, Amor, Cristo, Buda, Vacío, Misterio...” Lo eterno no dura, ES, no se prolonga y menos indefinidamente. En todo caso podríamos decir con toda la reserva posible (porque es utilizar un lenguaje dual para indicar lo no-dual) que es “el sustrato que hace posible la duración”, “el horizonte de la existencia temporal”. Ahora mismo, en el tiempo estoy viviendo la Vida, que no es tiempo, sino que lo crea en el contraste de lo eterno. Por eso, Raimon y yo seguimos en koinonía, aunque la palabra “seguimos” me vale a mí, no a quien (o aquello que, o...) no es ni persona, ni tiempo, sino sencillamente Vida, Amor-Compasión (no mero apego), pienso en mi visión cristiana, en mi visión no-dual.
Cuando recuerdo a mi amigo y maestro tampoco puedo dejar de lado aquella palabra que me enseñó, y que tanto me gustó, “oximorónico”, la decíamos en catalán: “oximorònic” (oximoron, de oxus -agudo- y moros -romo-), cuyo significado vendría a ser el de paradójico. Mi lenguaje necesariamente será descriptivo, al hablar de todo aquello que está más allá de la mera razón, que pertenece al “oculus contemplationis” de los Victorinos y San Buenaventura, y del que tantas veces hablamos en el tiempo Raimon y yo, la razón o calla o meramente señala hacia donde, nada más. “Aquello” es recogido por la experiencia que a su vez también es transcendida, y “Todo es”.
No puedo evitar, ni lo pretendo en este escrito, las digresiones. En este momento estoy impregnado...
Conocí a Raimon al comienzo de los años ochenta, hace más de veinticinco años. Paqui, mi esposa, y yo nos habíamos integrado en el grupo: “Ministeri i Celibat”, rama catalana del movimiento Moceop impulsado por matrimonios en los que el varón había sido (o seguía siendo) sacerdote. Y en la primavera del año 1983 se organizó para los integrantes del grupo un viaje a Tavertet con la finalidad de convivir un día con Raimon Panikkar, yo en aquellos tiempos sólo lo conocía de oídas. A mi esposa y a mí nos pareció que podía ser interesante y nos unimos a la expedición, que estaba formada por unas veinte parejas, cuarenta personas. Tuvimos dos encuentros con Raimon aquel día, uno por la mañana de unas dos horas en el que nos dedicamos a preguntarle sobre lo más variado del sacerdocio cristiano (algo que a todos los varones nos preocupaba) y sobre algún otro tema relacionado con la fe. En este encuentro, recuerdo que yo tuve un cierto protagonismo por las preguntas que le hice, que fueron abundantes. Algo que no debió pasar desapercibido para él, pues de las cuarenta personas que estábamos allá, solamente mi esposa y yo con el paso de pocos años llegamos a ser sus amigos, amistad que permanece. Por la tarde tuvimos una eucaristía concelebrada en la iglesia del pueblo y de la que recuerdo unas palabras de Raimon que en aquellos momentos me impactaron mucho: “Jesús estableció (¿instituyó?) la eucaristía con pan y vino no por lo que son, sino por lo que significan (fuerza y alegría)”. Entonces mi fe aún permanecía anclada en muchos dogmas y trasladar la importancia del pan y del vino de su substancia (concepto tomista) a su significado era mucho en aquellos momentos...
A mí personalmente me interesó todo lo que había dicho él, vi, o percibí que había allá una fuente muy rica de pensamiento y … decidí mantener un contacto relativamente (en lo que era posible teniendo en cuenta su tremenda dedicación a escribir de aquellos tiempos) fluido y decidí subir a Tavertet en cuantas ocasiones fuera posible. Así se fue gestando nuestra relación amistosa.
Uno de nuestros encuentros más largos fue el que tuvimos el día que Paqui y yo subimos a casa de Raimon con Jerónimo Podestá, obispo de la ciudad argentina de Avellaneda y casado con Clelia Luro, cosa que le costó la expulsión de la institución. Jerónimo y Clelia estuvieron hospedados en nuestra casa unos días, y aprovechamos su presencia entre nosotros para subir a compartir un día con Raimon, previo aviso telefónico. Pasamos todo el día juntos los seis: Jerónimo y su esposa , Paqui, Raimon, su esposa María y yo. Fue en el verano del 84.
Tras una larga charla que mantuvimos por la mañana yo salí convencido de que Raimon no era cristiano sino budista, “era excesivamente abierto para mi visión” y no había parado de enjuiciar al cristianismo desde una perspectiva no-religiosa (tal como yo entendía entonces lo religioso), hoy entiendo que aquella perspectiva (que hoy yo llamaría postmoderna) era en realidad mucho más religiosa que la mía que era muy crítica con la institución, pero que no había salido a explorar los misterios que son el Kosmos. Comimos juntos y por la tarde seguimos charlando hasta entrada la noche y terminé convencido que que aquel hombre, Raimon, era profundamente cristiano, mucho más de lo que yo podía imaginar con mis esquemas aún sin superar del todo. “Si ha habido algún gurú en mi vida, decía, ha sido Cristo” Él me ha hecho abrirme al hinduismo, al budismo (“ateísmo religioso” en sus palabras) y así ser hinduista y budista para reencontrarme también cristiano. A partir de aquel día comenzó un para mí fecundo camino de amistad que me ha llevado en una gran parte a ser.
He estado yendo a Tavertet muchos segundos domingos de mes para concelebrar con él la eucaristía. Se celebraba en un cubículo del edificio destinado a su fundación Vivarium, a unos cientos de metros de su vivienda, la compartíamos amigos variados, gente del pueblo y otra gente venida desde los lugares más variopintos y plurales del mundo (Sudáfrica, India, EEUU, Alemania, Italia...). Por descontado que dicha eucaristía tenia una liturgia, se realizaban unos ritos que expresaban el Misterio de Amor, pero siempre libres, no sometidos a una repetición cacofónica, creados en el momento y para el momento, había ritos, no ritual (rúbricas). En ellos él nunca dejó de vestir su indumentaria: túnica blanca, bufanda muy ancha de color marrón para resguardarse del frío, sandalias sin calcetines (salvo en los días invernales). Indumentaria que vistió siempre durante los años de su retiro en Tavertet. En las eucaristías me daba un puesto destacado, pues me encomendaba funciones, para la mentalidad tridentina, relacionadas con el ejercicio del sacerdocio: predicar, dar la bendición final, consagrar con él, interpretar las lecturas bíblicas...
En el tema del sacerdocio siempre estuvimos en desacuerdo, mientras él opinaba que el sacerdocio que teníamos los ordenados en el presbiterado no era el sacerdocio de Aarón, sino el Melquisedec, que ofreció el pan y el vino a Abrahán, sacerdocio que transciende lo cristiano, pero que no es común a todos, yo sigo opinando que este sacerdocio sacro es un resto judío introducido en el cristianismo y que se opone frontalmente a la carta a los Hebreos. Incluso por carta llegamos a debatir sobre este asunto, a propósito de un artículo mío publicado en una revista catalana de teología.
Era profundamente humano y por lo mismo contradictorio. Él mismo dijo en la homilía del quincuagésimo aniversario de su ordenación sacerdotal: “yo no soy puro” (¡ojo! con el significado estúpido que a la palabra puro se le ha dado en el cristianismo a partir del siglo dieciocho, puro=casto). Tenía defectos (deficit) pero no se notaban mucho. Era vanidoso, le gustaba (a todos nos gusta) que se le conociera y reconociera, y a la vez profundamente humilde. En la relaciones con su hermano Salvador, algo de lo que nunca hablamos en privado, había problemas, éste le acusa aún hoy públicamente de no haber sabido actuar como un hermano mayor, Raimon sólo nos dijo a un grupo en una ocasión: “Tendrá razón posiblemente”.
Era muy constante en el trabajo y muy perfeccionista. Algunos de sus libros más importantes los escribía una y otra vez, repasándolos, corrigiéndolos, en concreto su libro: “De la mística” lo reconstruyó, que yo sepa, veinte veces, todos esos libros los trabajó durante muchos años antes de publicarlos. Pese a ser un verdadero políglota no escribía nunca las traducciones de sus libros, sino que las encomendaba a terceras personas, expertas en las lenguas a las que eran traducidos, sólo escribía los originales en la lengua que fuera: castellano, catalán, francés, inglés, alemán, italiano; las traducciones simplemente las revisaba y expresaba su acuerdo o desacuerdo. Y nunca redactaba nada sin tener a su lado un diccionario de la lengua en que escribía.
En alguna ocasión me dijo: “José (nunca me llamaba José Antonio), he estado leyendo tus libros para prepararme charlas que he tenido que dar” “tu libro sobre los ángeles me parece excelente”. Con toda sinceridad he de decir que estas expresiones a mí me sonaban extrañísimas. ¿Qué puede aprender Raimon de mis escritos? Y sin embargo, los leía, y no solamente lo hacía con mis libros ni mucho menos, leía todo. O casi todo. Sé de algún conocido que ha pretendido que le prologara algún libro y no lo ha conseguido, ni siquiera que se leyera por encima su manuscrito original.
El día en que le regalé mi libros de poemas, me dijo simplemente: “¡Quién fuera poeta! ¡Él que ha escrito poemas preciosos y que apenas se conocen!
Hace ya algunos años, una noche sonó el teléfono en casa, lo cogió mi mujer, Paqui, entendí que estaba hablando con Raimon. Me llamaba para pedirme consejo. Él estaba casado con María, también amiga nuestra, más de Paqui, mi esposa. María había sido secretaria particular de Michael Schmaus, profesor de teología dogmática en la universidad de Munich en torno al los años 50-60 del siglo pasado y cuya obra causó furor entre muchos estudiantes de teología en estos años preconciliares. Al menos entre los conservadores. Su obra fue editada por Rialp, editorial del Opus.
María es doctora en teología y filosofía. Raimon la conoció en sus años de docencia universitaria. Se casaron antes de que yo los conociera, pero ya tenían bien pasados los sesenta años de edad. La razón de su matrimonio, me comunicó un día: “No por tener hijos que ya no podíamos en modo alguno, sería ridículo, no por otras razones, sólo porque si Jesús se hubiera encontrado en mi lugar, lo hubiera hecho”.
Tienen una hija indi (hindú) adoptada, María también, es maestra y vive en Vich, ya casada con un chico catalán.
Retomo el relato. Me pedía ayuda para consultarme lo que yo pensaba que había de hacer. El obispo de Vich, Mons. Guix hasta hacía poco auxiliar de Barcelona, le había escrito para exigirle que dejara de convivir con María porque él celebraba misa públicamente en la parroquia de Tavertet, y esa convivencia en un sacerdote católico era intolerable. A la vez le prohibía celebrar la misa. “¿Qué hago, José?” me decía al teléfono. Esta actitud de Raimon pidiéndome consejo, no se me olvidará nunca. Él no quería renunciar ni a María ni a la Celebración. Lo que hablamos y el camino que él siguió ya no es asunto de este escrito. El caso es que el actual obispo de Vich ha presidido la misa funeral por Raimon el sábado pasado, 28/8/10, y en el funeral María pese a su delicado estado de salud actual estaba en primerísima fila. Y lo más contradictorio en la institución católica, mientras a Raimon lo perseguía el obispo en este rincón de España, en Asia la Conferencia Episcopal Pan-asiática lo nombraba asesor teológico de la misma, cargo entre otros muchos de dimensiones internacionales y mundiales, que desempeñó hasta su muerte.
Tenía la costumbre de dedicarme todo lo que publicaba, que en estos años ha sido muy abundante. Para las dedicatorias utilizaba las cuatro lenguas en las que yo me defiendo o bien conozco: español, catalán, latín y griego clásico, pero él aparte hablaba y escribía el inglés, el francés, el alemán, el italiano, el tamil y el indi. En la misa de celebración del quincuagésimo aniversario de su ordenación sacerdotal habló en la homilía en español, catalán, alemán, inglés, francés e italiano. Lo hizo sin mirar un solo papel, cuando llevaba unos momentos hablando en una lengua, saltaba a otra sin pausa intermedia, lo cual supone un gran dominio de todas. Invitó para la misa y para la comida posterior a 150 personas entre familiares y amigos que escogió de todo el mundo, desde profesores de las universidades de Harvard, Santa Mónica (California), Benarés (India), Madrid, Roma... hasta vecinos del pueblo de Tavertet. De Cataluña éramos pocos. Nos invitó a todos enviándonos una cartulina escrita por él en el latín más hermoso que he podido leer después de los clásicos (Cicerón, Tito Livio, Virgilio, Horacio...). No me resisto a transcribir un párrafo de dicha invitación, que conservo. Lo hago pensando en los buenos amigos que sabrán degustar el texto, y sobre todo en mi gran amigo Luis Charlo, catedrático de lenguas clásicas en la universidad de Cádiz:


“...
Gratias agens, quia mihi per quinquaginta annos in communione cum amicis ex omnibus gentibus ac saeculis sacra mysteria pro mundi vita agere licuit, vobis pacem et gratiam opto...
R. Panikkar, sacerdos secundum dharmam Melchisedech e dioecesi Varanasi ad Ganges flumen...”

Y terminaba de su puño en letra la invitación que me dirigía: “de nou gràcies”
¿Gracias de qué Raimon? Tan sólo una persona que sabe lo que en esencia es puede darme las gracias, pero no a mí, sino a toda la creación, porque todo es don, porque todos somos don.
La invitación empieza con una cita de la carta a los Colosenses, y otra de las Upanishads.

Yo estoy convencido de que Raimon era un genio. Personalmente me hizo descubrir un Cristo de auténticas dimensiones Kósmicas (con mayúsculas), algo que ya había yo barruntado estudiando la Teología de la Liberación, pero que no se hizo verdadera presencia en mí hasta mi relación con él y con su visión, la visión advaita, la sabiduría de la no-dualidad, algo que en buena medida está también en el maestro Eckharth, los místicos carmelitas españoles (Juan y Teresa), en Bartolomé de las Casas, el Pseudo-Dionisio... pero que escasea en general en la mística cristiana, y por completo en la teología oficial. Me enseñó a distinguir entre el uno como cantidad matemática, que supone que detrás va o puede ir un segundo, y el uno sin segundo que no es una cantidad matemática, sino el simple sustrato del ser que es ser y no-ser, que es simple posibilidad, simple relación.
Para él la Trinidad era el núcleo de su reflexión y de su sabiduría no-dual. Trinidad que no son ni uno (matemático, una substancia) ni tres, sino pura relación del Vacío (no es una cosa porque excluiría las demás, ni todas las cosas porque excluiría la no-cosa, sino posibilidad de cosa que abarca ontológicamente todo cuanto es) sin salir de sí porque todo está en Él, relación de Conocimiento que no es tal si no es Amor, pero que es Conocimiento y por tanto Amor. Tiene un libro, escrito por cierto en una pequeña cabaña sin luz eléctrica ni agua corriente -me contaba- junto al Ganges, sobre la Trinidad y la experiencia religiosa. No es un libro académico plagado de citas, sino nacido de un corazón lleno de amor y de una inteligencia muy luminosa, lo cual no es obstáculo para que sea profundísimo. Como toda su obra escrita.
La no-dualidad, que Raimon vivió en sus mismas fuentes vedantas no es una doctrina (conocimiento que no te hace cambiar), como no lo es el cristianismo (¿cuántos teólogos hay que viven muy lejos de toda espiritualidad? Han convertido el cristianismo en doctrina y ya caducada), sino que como el cristianismo es sabiduría (conocimiento transformador), no es un conocimiento representacional (que es el que “conocemos” en nuestra filosofía y teología), sino un conocimiento por identidad, o sea, Amor (agapé, no eros o filía meramente), como nos dice Juan de la Cruz: “Amada en el Amado transformada”.
Otra de las concepciones geniales de Raimon fue su visión cosmoteándrica (cosmos-theos-andros): La Realidad tiene una triple, o sea: no-dual (de nuevo la Trinidad, la no-dualidad, nunca tres matemático, sino expresión no-dual) dimensión que no es sino relación constitutiva: Cosmos – Dios – Hombre. No puede darse una sin la otra. No son tres seres, sino una triple relación del Ser y del No-Ser, como la cara y la cruz no son dos monedas, sino una sola en mutua relación constitutiva por la que la cara es moneda pero no es cruz y viceversa.

Vivía hasta una edad muy avanzada, a partir de los 85 años, a caballo entre Tavertet y Benarés, seis meses de residencia en cada lugar. Esta expresión es más bien un formulismo, pues mientras estaba en Tavertet acudía con frecuencia a Barcelona, Madrid, Roma, París, Munich para intervenciones públicas o para visitar a amigos, y mientras estaba en Benarés visitaba toda India, sin omitir sus frecuentes visitas a California y Harvard y a EEUU en general.

Siempre estuvo muy preocupado por el lenguaje teológico que utilizamos aún en nuestros días. Más de una vez me incitó, sobre todo durante mi etapa de profesor en la Pontifica de Barcelona, a dedicarme a buscar una formulación del Misterio de Cristo en un lenguaje cristiano -apoyado en Cristo- y no cristológico -apoyado en una doctrina iniciada en Grecia- (sin despreciar el valor de lo cristológico, que lleva tras sí dos mil años de pensamiento).
Era austero en sus costumbres de vida. Me confesaba que en rarísimas ocasiones veía la televisión, o escuchaba la radio, no leía prensa, y sin embargo, estaba muy bien informado de lo que pasaba por el mundo (por sus múltiples amigos). Su comida era frugal, prácticamente vegetariano, salvo cuando comía con los amigos que se adaptaba a comer lo que ellos. Entre nosotros la comida solía ser paella con un buen tinto y crema catalana de postre. Bistecs o carne a la brasa nunca comía. Dormía poco, se quedaba hasta muy tarde por la noche estudiando, escribiendo... y por la mañana se levantaba pronto a meditar. Era normal que pasara de dos a tres horas diarias en silencio y en el Silencio, no medía el tiempo por el reloj que no usaba, “el tiempo somos nosotros, no pasa en nosotros” decía. Cuando aún tenía fuerzas suficientes, cada jueves por la mañana cogía unas frutas y se marchaba campo a través con un cayado. Regresaba al anochecer, ¡había hecho camino!

Así fue su paso entre los hombres, su paso en esta tierra: haciendo camino, siendo consciente de que nunca había abandonado la casa del Padre.

José A. Carmona

jueves, 5 de agosto de 2010

Crisis, sabiduría, compasión (amor)

Crisis, sabiduría y compasión

La crisis
Intento en estas líneas reflexionar en voz alta y sin perspectiva alguna sobre este hecho que parece absorber toda la atención de la gente, al que llamamos crisis sin más, aunque mejor sería, pienso, llamarlo: “crisis económica de Occidente, o de la, llamada, Sociedad del bienestar” que es lo que se interpreta actualmente entre los medios al utilizar dicha palabra. Nadie por estas tierras piensa en la crisis militar que hay ahora mismo en el mundo entre tantos paises, ni en los problemas humanitarios que están provocando los desastres naturales y las guerras...¡La crisis se limita a lo económico y fundamentalmente a Occidente! ¡Y ésta es la crisis global! Esto no es óbice para que los pueblos del llamado Tercer Mundo también sufran, y ¡en qué manera! los efectos de la misma, pues dependen en gran medida del llamado Primer Mundo. Soy un ser humano implicado en este momento histórico.
El susodicho fenómeno está siendo estudiado con lupa desde muchas perspectivas, hay muchas familias en Occidente (con mayúsculas, porque quiero atribuirle nombre propio como el de una nación por su contenido sociogeográfico) que realmente la están padeciendo y que ven cómo su seguridad mínima de subsistencia peligra seriamente, pero también se está sacando un tanto, o un mucho, de quicio porque la sociedad está obsesionada. La sociedad del bienestar ha creado muchas obsesiones y muchos miedos exagerados y a veces irreales.

Yo quiero aportar aquí algo que no he visto en ningún medio de comunicación, ni en ninguna conversación... Esta (llamada) crisis mirada desde la contemplación, desde la perspectiva de la sabiduría perenne y de la compasión o amor consciente.

El término “Crisis” procede del latín (crisis) y anteriormente del griego (krisis) lengua en la que significaba momento de trasmutación de una enfermedad en cualquier sentido que ésta fuera, positivo o negativo. Siempre ha de ser tenida en cuenta la etimología para conocer el significado primero de las palabras. No nos hemos inventado hoy el idioma. La palabra, pues, usada en el pensamiento helénico expresaba siempre una apertura al futuro a partir de lo presente, el camino que asumiera la trasmutación sería el que determinaría la salud o la muerte para el enfermo. De aquí ha pasado a tener multitud de significados más o menos conectados entre sí: Crisis de identidad, crisis de crecimiento, crisis de fe, crisis financiera, crisis ministerial, crisis febril, crisis de conciencia, crisis existencial... en todas parece plantearse ese dilema existencial, escoger un camino u otro ante la insatisfacción o inseguridad que nos ha dado la experiencia de lo pasado. Nuestra vida está llena de crisis.


Desde comienzos del año 2009 la palabra crisis se ha infiltrado en todos lo recovecos de nuestro mundo humano, desde la gente más “culta” hasta el más sencillo jubilado están hablando constantemente de la crisis o haciendo referencia a ella, a veces para justificar lo injustificable, a veces para seguir huyendo de la asunción de las propias responsabilidades, otras para hablar de lo que más les preocupa y ocupa. La crisis puede cargar con todo, es el referente común. Yo en mi pequeño hueco en esta red de la vida percibo muchos tirones que no parecen responder a realidad objetiva alguna (no todos), sino que parecen responder a la visceralidad que nos ciega a la razón, no digamos ya a la intelección y nos hace radicalmente egoístas... y sobre todo percibo que la crisis financiera, que no es una ilusión, es en buena medida resultado de otras crisis más profundas (la ambición sin control, la falta de un norte moral, vacío existencial que conlleva todo cambio, la ausencia de sabiduría, la posesión del dinero como norma absoluta, la falta del sentido de a lo que hoy se le llama solidaridad y que no es sino falta de Amor, una palabra que espanta a muchos...) y que anidan en lo más recóndito del corazón del hombre. Parece que en el caso de la crisis financiera ya se está optando por el camino a seguir “¿continuísmo?”. Pero en aquella crisis que anida en el corazón del hombre hace mucho ya (desde los comienzos de la vida del hombre en la tierra) se optó por parte de la inmensa mayoría de la sociedad por el camino, EL CAMINO DEL TENER Y NO DEL SER. Aunque parece que en estos últimos siglos con la disociación (no diferenciación) que nos ha traído la modernidad el CAMINO DEL TENER ha adquirido relevancia. El “dinero” se ha convertido en el “gran deseado” de la humanidad. Todo se quiere convertir en dinero, y éste es el baremo, para la mayor parte de la humanidad el único, para estimar el valor de las cosas (¿no existe más valor que el económico? ¿Y el estético, el moral, el soteriológico, el del conocimiento profundo, el de la libertad, la liberalidad, la compasión,...? ¡Hasta las obras de arte salen a subasta!
Y además no sólo existen los valores, como pretende Graves, en el desarrollo de la persona, sino que hay una buena cantidad de líneas de desarrollo como la cognitiva, la de la solidaridad, la moral, la interpersonal, la emocional..., relacionadas todas entre sí, pero independientes unas de otras( un gran erudito -línea cognitiva desarrollada- puede ser muy pobre emocionalmente) y que no son la de los valores. Pero esto no cuenta en los bolsillos de los consumidores.
Parece que la sombra del marxismo es alargada tanto en su ideología con su pretendida, en parte, objetividad, como en sus valores -cosas importantes para el desarrollo personal, lo significativo para la persona-.

Este pragmatismo reduccionista y miope, que ignora totalmente que no hay verdadera praxis sin thesis, es más, que ambas son caras de la misma y ¡única! Realidad, es el que nos ha llevado a estas situaciones límites, no sólo ya en lo económico, sino en nuestra manera de ser. Estamos cambiando, como ya he dicho anteriormente en este blog, en esta tan cacareada sociedad del bienestar calidad por cantidad, sabiduría por información, valor por dinero... y todo lo justificamos por la ambición. Sólo importa lo que es extrínsecamente útil, lo que sirve para adquirir algo, tener.
Es cierto que el dinero satisface superficialmente, sólo aparentemente la necesidad de seguridad (segundo nivel en la pirámide de Malow). Ésta, la seguridad, y aferrarnos al pasado son los medios que tenemos en los niveles más bajos del desarrollo para defendernos del miedo. Pero la única seguridad es la que da el Ser, el verdadero Centro, nunca aquella externa que para lo que sirve es para comprar tiempo.

Esta falsa sensación de seguridad (no niego que a la gran mayoría de la humanidad se la dé provisional y temporalmente) que provoca el dinero, unida a la mitificación ilusoria de las personas que lo tienen y además el reduccionismo de nuestra sociedad ha hecho que se identifique el valor con lo útil y éste con lo utilitario, con lo que sirve para conseguir otra cosa distinta de sí mismo, nunca con lo que es provechoso en sí mismo, que sería el valor auténtico. (La falta de precisión en las palabras y en los conceptos, sobre todo en la publicidad que nos inunda, nos hace vivir en una constante confusión y en un vacío acrítico). Útil nos dice el diccionario es aquello de lo que se extrae provecho. Existen dos tipos de utilidad: la instrumental y la intrínseca. El caso de la instrumental se da cuando algo sirve para conseguir una cosa distinta de sí mismo, el prototipo es el dinero, que en sí mismo no sirve para nada, en todo caso un mucho o poco de papel impreso o unos metales no preciosos, pero con el que se pueden conseguir muchos bienes externos (y no sólo materiales). El caso de la intrínseca se da cuando algo es indispensable pero no sabemos por qué (Cocteau), o sea, cuando el medio ya es el fin. Prototipo: la vida. No sirve para conseguir otra cosa. Es en sí misma. El medio es el fin. El camino, la meta. En el lenguaje coloquial la palabra útil significa extrínsecamente útil.

Vivimos inmersos en una globalidad utilitarista y muy marcada por el materialismo aún. Nuestra sociedad es meramente pragmática y reducionista y ha arrojado por la borda de la disociación los valores -utilidad intrínseca- de la Vida, de aquellas cosas que van más allá de la mera supervivencia y de la impresión de seguridad, de ahí en buena medida que viva de espaldas a la muerte, que no es el final de la vida, como nos pretenden hacer creer, sino la otra cara de la misma Realidad, cara de la que no nos acordamos atareados en nuestro pragmatismo que quiere ignorar que estamos limitados en el tiempo. En todo caso hemos de entender que la muerte se opone al nacimiento, es su otra cara, pero en modo alguno a la vida.

En buena parte al menos, la humanidad en la que nos desenvolvemos hoy en Occidente, es debido a una mala interpretación de los aportes científicos. No cabe duda de que la ciencia nos ha dado una inmensa cantidad de bienes (tecnicos, médicos, quirúrgicos, cognitivos, medio-ambientales, psíquicos, de libertad, políticos...), pero nos hemos quedado en lo que ellas nos dicen, hemos aceptado sus descripciones como verdades últimas y como significado de la existencia. La ciencia meramente describe y lo hace en tercera persona, mira a un objeto distinto del sujeto que investiga, que describe, y cuando investiga al mismo sujeto lo hace también en tercera persona, no como yo sino como alter, como un tú, nunca se plantea, ni se puede plantear el sentido de las cosas, de la existencia, y mucho menos puede transformar al sujeto que describe porque éste nunca está implicado en el proceso de descripción.

Además cada ciencia está condicionada por su perspectiva, por su modo de acercarse al objeto. Una flor para la botánica será un elemento a catalogar según su forma, el número de pétalos, si produce fruto, el tipo de semilla... nunca será contemplación estética (no digo objeto de contemplación, porque en ésta, cuando es auténtica, no hay separación, no hay dualidad objeto-sujeto). Un concierto será para la ciencia física un conjunto de vibraciones del aire... nunca música. El ser humano llega mucho más lejos que la ciencia, no digamos ya cuando nos planteamos el sentido de nuestro propio existir... Pero a la ciencia la hemos convertido en la gran Sibila de nuestros días y queremos que nos muestre el sentido de nuestra vida, como no puede hacerlo, concluimos o que tal sentido no existe o nos dejamos de preguntar. De nuevo la disociación, no la mera diferenciación entre el gran Tres. Esta mitificación de la ciencia ha hecho que se pierda el norte en nuestra sociedad, no tenemos más perspectivas que la pobreza en la que está inmersa la descripción de lo externo. Conviene interiorizar sin dejar de lado lo que aprendemos de lo exterior. Y lo peor de todo es que como necesitamos conocer el sentido, interpretamos que la descripción es todo lo que hay, y queremos convertirla en definitiva, en lo que no es.

El dinero, la medicina, los transportes, el consumo, … son bienes, bienes que han de ser colocados en su auténtica dimensión: pertenecen al haber y no al ser del hombre. No son algo totalmente ilusorio o irreal como quizás pretenda decir algún “iluminado”, son reales, pero sólo relativamente reales, sólo en tanto que manifestación de la Realidad no manifestada. Nuestro gran error ha sido darles una realidad absoluta. ¡Y así nos está luciendo el pelo!
Personas muy cercanas a mí constantemente me están diciendo que el dinero o da la felicidad o ayuda mucho a conseguirla. Es la impresión dominante, escandalosamente dominante. Yo entiendo que algo de dinero es necesario para satisfacer la necesidad primaria de esta seguridad (relativa), como admite Maslow en su famosa Pirámide, seguridad que anhelamos al identificarnos con nuestra sensación de entidad separada, pero, pasado ese nivel de seguridad, el dinero más bien estorba a la verdadera felicidad, o cuando mucho es indifirente. Recordemos aquella afirmación tan sabia: Esa persona es tan pobre, tan pobre que sólo tiene dinero.

La sabiduría
Gracias a Dios, no es la totalidad de Occidente, ni mucho menos de la Humanidad la que así piensa y vive. Los místicos, aunque sean una inmensa minoría, siguen viviendo en la tierra, en toda la tierra. Mas por desgracia “hay cierta sabiduría humana, que es común a los hombres más grandes y a los más pequeños y que nuestra educación corriente se esfuerza con frecuencia para silenciar y obstaculizar” (Emerson, citado por M. Cavallé), de ahí la dificultad especial que esta sabiduría tiene para desarrollarse en esta sociedad. Esta contemplación no brota en la sociedad, a lo más en un escaso 1% de la misma. Lo cual nos muestra que la humanidad sigue viviendo en unos niveles de conciencia aún muy bajos.

La sabiduría que no es en modo alguno, filosofía teórica, ni conocimiento científico, es puro y auténtico conocimiento (Thesis-Praxis, no-dual), conocimiento que transforma. La única manera de conocer algo profundamente es siéndolo. Lo que hace la ciencia es proporcionarnos información sobre los elementos sensibles del mundo, o sea describe, y la tecnología aplica esa información. La sabiduría nos transforma porque es una comprensión (asimilación, abrazo interno, transformación, cambio de manera de ser... asumo la palabra comprensión en su significado profundo y original, no en el de “entender algo” como se hace en el lenguaje coloquial: “Ya comprendo” = “ya entiendo” y no he salido del mundo de la representación. ¡Hasta estos niveles estamos vaciando de contenido el lenguaje!).

No pensemos que el sabio es un hombre raro que vive en una cueva. El sabio es la naturaleza de nuestra conciencia en sus niveles más profundos en estos momentos. Si no somos sabios es porque vivimos de espaldas a la misma, porque hemos decidido ignorarla, cuando no dictaminamos simplemente su no existencia, como nos dice Emerson.

Escribía yo en un artículo dedicado al espíritu contemplativo y publicado en este mismo blog:
“Parece ser que en esta sociedad la vida no tiene valor alguno por sí misma y has de justificarla trabajando, no realizándote. Has de justificar tu vida haciéndola (extrínsecamente) útil, utilitaria. Lo que se espera de ti es que produzcas algo que se pueda objetivar y pueda ser cambiado por dinero. Si no haces esto, como pueda ser sencillamente contemplar, escribir poemas, comunicar sosiego... tendrás muy difícil tu supervivencia en esta sociedad mercantilizada. Has de ganar lo que consumes... o serás despreciado y considerado un parásito social. Por descontado que en los momentos en los que estamos viviendo, con más o menos cuatro millones de parados oficialmente en el país, el hecho de no “tener trabajo” adquiere unas dimensiones específicas: Estas personas, probablemente no todas pero muchísimas, no pueden satisfacer las necesidades más primarias como el alimento, el vestido, la vivienda... Y esto es una tragedia enorme, que viene en buena medida provocada por la misma estructura del sistema que está construido sobre la ambición humana.”

Mas por otra parte la sociedad occidental ha estado viviendo en una gran burbuja económica, algo que ha destrozado la mayoría de las conciencias de los hombres que han proyectado todo su ser en el bienestar económico. Estamos envueltos por la burbuja y pensamos que toda nuestra vida es estar dentro. O sea, consumir y al consumo no le queremos poner límites. Pero la burbuja se ha roto y no nos queda nada más...

El contemplativo, el sabio, tiene una actitud completamente diferente: lo importante no es el fruto del trabajo, sino el trabajo en sí mismo. El acto en sí. Si el acto tiene sentido lo hará, si no, no lo hará. El contemplativo busca una relación constante con la naturaleza, respeta (mira a) cada ser, y se mira a sí mismo como integrante de Todo y del Todo, y en su contemplación realiza un perfeccionamiento de la misma totalidad. Su actitud es constantemente creativa. Para él cuenta el sentido de cada cosa.

El sabio es contemplativo, comprende, ha despertado. En Oriente a la Sabiduría se la llama muchas veces despertar, la comprensión es un despertar. Algo similar a lo que sucede a la persona que pasa del estado de sueño al de vigilia, cuando despertamos cada día (sin pretender ir más allá de lo que estrictamente digo en esta comparación) no pasamos meramente a conocer una serie de cosas, sino que nos sumergimos en un mundo distinto, nuevo, en el que hay una nueva manera de ser y de mirar, una nueva dimensión de nuestro ser. El verdadero conocimiento es sinónimo de transformación, por eso el sabio no necesita exigirse virtud, ya es virtuoso. Platón en su gran diálogo la República, o de la justicia, pone en boca de su maestro Sócrates un bello diálogo con Trasímaco, en el que afirma: “El que comprende es sabio, y el sabio es bueno” No hay separación entre sabiduría y bondad, el sabio no necesita ser santo, simplemente no puede dejar de serlo. Si nuestro conocimiento no genera bondad en nosotros no es un verdadero conocimiento, no es sabiduría, será erudición, información, recuerdos, descripción... el sabio sencillamente es, apenas tiene lo indispensable para la vida en la tierra, su seguridad está más allá de las cosas.

El sabio conoce que hay un solo camino en la profundidad del Kosmos, en el interior del Hombre, en el Ser pero con dos direccciones: una ascendente y otra descendente.
La ascendente es la transcendente y la descendente es la inmanente, en otras palabras la ascendente es la dirección desde lo múltiple al Espíritu o Dios, la descendente es el camino a la inversa, desde el Espíritu a lo múltiple. Al camino en sentido ascendente se le llama sabiduría, al de sentido descendente se le llama compasión (vivir dentro de). La evolución de la conciencia no es sino el desarrollo de este camino de doble sentido.
Sabiduría es encontrar el sentido del ser, no dejarse llevar por las formas, ver que detrás de todas ellas está el Espíritu, Dios, que el tener es sólo el caparazón dentro del que está el ser. Es el camino de regreso del que nos habla el salmo más allá de la historicidad a la que alude: “Me alegré cuando me dijeron vamos a la casa del Señor”(Sal. 121), o el que tan poéticamnete nos describe Juan de la Cruz en su cántico espiritual:

“Buscando mis amores,
iré por esos montes y riberas,
ni cogeré las flores
ni temeré las fieras,
y pasaré los fuertes y fronteras.

Es el camino de regreso desde los muchos hasta Dios, la Totalidad frente a la cual todas las formas devienen ilusorias (son apariencias que muestran y ocultan a la vez), impermanentes. La sabiduría es el camino que nos permite ver que toda forma es Vacuidad, Espíritu. Y por lo mismo nos hace tener una perspectiva relativizadora de esta crisis económica de Occidente, no nos hace ser insensibles a la misma pero sí ponerla en perspectiva, en la perspetiva del Ser, del Espíritu, nos permite ver el bosque desde la globalidad, no sólo el grupito de árboles afectados por una infección. Visión que no nos ha de dejar insensibles, pero sí serenos.

La compasión
Acabamos de decir que hay un sentido, una dirección de descenso en el camino que también sube. Es la compasión, es el amor. El hecho de que hayamos separado ambos sentidos para poder exponer mejor el tema no quiere en modo alguno decir que sabiduría y compasión o amor están separados, sean dos realidades, no, son una vez más dos caras de la misma moneda. No olvidemos nunca de que me estoy moviendo (al menos tratándolo) en la visión de la no-dualidad. Sabiduría y amor no son dos, sino que son no-dos.
Siguiendo en la distinción mental, nuestra mente es dual, hay que decir que el Espíritu se manifiesta en los muchos, y no sólo en los muchos sino como los muchos, los muchos son el modo de manifestación del Uno. Así que tanto una mota de arena como el humano más sabio han de ser tratados con el mismo respeto y compasión, teniendo en cuenta su valor intrínseco, no el relacional. (Me viene a la memoria en estos momentos la de disparates en nombre de las cosas más serias que nuestra ignorancia nos lleva a hacer con los animales y con el planeta). Y el Uno se manifiesta como los muchos por un acto de amor o compasión infinito, por pura bondad. Nosotros que no somos otros, sino el mismo Espíritu en tanto que manifestado, no en tanto que no manifiesto, tenemos que aceptar a los muchos con la misma exquisita compasión y amor con que nos dirigimos a Dios, pues como hemos dicho, son sus manifestaciones.

Toda auténtica espiritualidad se basa en este ascender y descender, en esta sabiduría y amor. El desapego de las formas y la unión de Dios con ellas serán la expresión no-dual de toda espiritualidad auténtica en el corazón del hombre.

La compasión, el amor, la comprensión que abraza en el Ser son actitudes fundamentales en las relaciones humanas en una situación de crisis, sea del signo que ésta sea, social, cultural, económica, de valores, moral...

En nuestro caso de crisis financiera, la solución económica no la va a dar la sabiduría, pero tiene que ser elaborada y realizada con sabiduría, tiene que estar impregnada de amor a los hombres, nosostros mismos, y a toda la creación, tiene que llevar la impronta de un abrazo que abarque a toda la humanidad y realice la seguridad mínima para cada uno que exigen los derechos más fundamentales. La solución tampoco la tiene que dar sólo la economía, que hasta hoy se ha mostrado totalmente falta de sabiduría y comprensión, aunque su aportación ha de ser clave. El cambio que se exige a la Humanidad es muy serio y ha de ser orientado hacia un sentido de profundidad que sólo la libertad que da la sabiduría puede realizar y con un amor que sólo la compasión, el vivirnos todos no sólo como hermanos, sino como lo que en profundidad somos, como el mismo Espíritu manifestado en múltiples formas, puede impregnar.

Jesús de Nazaret, el gran Místico, la plena Manifestación del Espíritu en la historia (para los cristianos, yo lo soy, el Señor) no hizo otra cosa en su vida. Él es y se manifestó Luz y Amor, Sabiduría y Compasión y pasó entre nosostros diciendo: Amaos unos a otros como yo os he amado, a la vez que no paraba de advertirnos: ¡Quien tenga oídos para oír que oiga! ¿Por qué?

¿Todo esto no es sino una simple utopía? Nos puede argüir nuestra cultura pragmática. Ciertamente para una visión puramente pragmática todo este planteamiento es una estupidez utópica, exactamente igual que el Reino predicado por Jesús de Nazaret y las experiencias místicas de todos los abanderados y pioneros de la conciencia. “Son pocos los sabios que en este mundo han sido” nos dice el gran místico, quizás no suficientemente conocido, Luis de León, por eso la solución sapiencial aparece como utópica a una enorme mayoría. Pero la solución permanente a los problemas humanos causados por nuestra falta de conciencia (normal en todo proceso evolutivo), de sabiduría y compasión, como las crisis de valores, las económicas, las bélicas, las necesidades básicas de toda la humanidad... sólo puede venir de la Utopía (ideal inalcanzable) que la sabiduría y la compasión nos hacen ver que es la verdadera Topía=Realidad (del griego topos:lugar), la única Topía, la Realidad inmanifiesta, el Espíritu en el cual vivimos, nos movemos y existimos (Pablo), del cual somos manifestación y apariencia.


José A. Carmona Brea