martes, 30 de junio de 2009

MI IDENTIDAD CRISTIANA

¿Dónde sitúo la identidad cristiana. Mi propia identidad cristiana?

Este tema no se abarca con unas decenas de páginas, no lo pretendo en modo alguno, y sin embargo, puede ser expresado con unas palabras. Como en todo lo referente a la realidad espiritual profunda, a la Realidad, al Misterio sólo podemos utilizar un lenguaje paradójico, oximorónico.
Quiero simplemente expresar unas vivencias y las reflexiones que las intentan situar en un nivel de comprensión intelectual o mental.

Yo me siento cristiano, me veo cristiano, trato de alimentar mi espíritu con las palabras del evangelio, estudio reiteradamente los textos cristianos, no solo los de la ortodoxia, palabra que se debiera cambiar por ortopraxis, sino también los apócrifos, los nacidos de mentes cristianas, de místicos cristianos... y, por supuesto, todo aquel que pueda alimentar mi espíritu.
Y como centro de mi vida he escogido a Jesús, el llamado de Nazaret, elevado por “Yahveh” a la gloria, a la exaltación, después de su muerte en la cruz.

Este sentirme cristiano no es obstáculo para que me sienta también muy enamorado del budismo, al que conozco poco, pero al que llevo más de cinco años estudiando y del gnosticismo, condenado por la iglesia como herético, en ciertos aspectos a los que me acerca de una manera tangible el Evangelio llamado de Juan (El Logos, la Luz, La vida, el Agua, El Pan y el Vino, el Amor...).

Como cristiano me he hecho muchas veces la pregunta, que a todo cristiano inquieta, y que encabeza este artículo: ¿Dónde sitúo mi identidad cristiana?

Todo el que conozca la historia del cristianismo desde sus orígenes sabe que “el cristianismo ha sufrido un proceso tal de dogmatización que ha desembocado en rigorismo doctrinal y vaciamiento de experiencia religiosa” (Juan José Tamayo) y sabe también que el Evangelio es anterior al dogma y que lo que caracteriza a Jesús es su profundísima experiencia religiosa, su intimidad con su Abba, Yahveh hasta el punto de poner en manos del Padre su Espíritu a la hora de su muerte (Lc 23,46), no los dogmas que nunca estableció, ni la doctrina que nunca predicó, “en esto conocerán que sois mis discípulos, en que os amáis unos a otros - sin exclusiones, porque si no amáis a vuestros enemigos...” (Jn 13,35 y Lc 6,27ss y pp). Por esto entiendo que a la hora de buscar la identidad cristiana me he de aproximar mucho más al Evangelio que a la dogmática.

En la filosofía escolástica recibida en mi adolescencia la identidad se afirmaba constitutivamente determinada por la diferencia específica, así al hombre lo que lo constituía como tal era su racionalidad, pues la animalidad que era el género común no lo determinaba como tal (todo esto sin menoscabo de poner en cuarentena la validez de esta definición, que deja al hombre castrado a la hora de elevarse a la contemplación). Y de hecho la cultura occidental se basa en la comprensión de la identidad personal como la diferencia que nos separa del resto de los humanos, del otro. Por tanto, cuanto más me diferencia del otro, más seré yo. No tenemos más que abrir los ojos para contemplar la superficialidad con que se habla hoy de personalizarlo todo, el coche, la vivienda, la mesa de trabajo, la forma de llevar el pelo... todo se basa en ser diferente, y en ser superficial. Evidentemente que la identidad no está en ello (ni en el DNI que en todo caso se habría de llamar carnet de identificación, nunca de identidad). Nuestro pensamiento occidental identifica más a las cosas por lo que no son que por lo que constitutivamente son. ¡Cuánto más diferente, mejor! Exacerbado individualismo.

En cambio, en la filosofía oriental la identidad no es aquello que me separa de los otros, sino lo que me relaciona constitutivamente con ellos. Por estos caminos de relación (la red global) camina buena parte del pensamiento actual.

Por descontado que esta visión integradora que relaciona constitutivamente toda la Realidad es verdaderamente mística. En cambio la visión, que separa y divide y define lo que es por lo que no es, es puramente mental. En un sentido místico, de pura contemplación (imposible de entender solo con la mente) se podría afirmar que el occidental busca la certeza más que la verdad, o la certeza como fundamento de la verdad, el oriental busca la Verdad, aunque se instale en la duda.

Esto nos lleva a reflexionar sobre un principio, totalmente incorporado a la teología católica, que elaboró Cipriano de Cartago a quien la historia de la institución católica ha hecho santo, y que puede aparecer como dintel de la reflexión para buscar la identidad cristiana (soy cristiano porque pertenezco a una religión cristiana, a la iglesia). Me refiero al “Extra Ecclesiam nulla salus”, “Fuera de la Iglesia no hay salvación posible”. No me voy a entretener en explicar el posible origen histórico de dicha afirmación, sino que voy al significado.

En el pensamiento occidental, no así los Padres griegos (como ejemplo de éstos podemos recordar lo que afirmaba Clemente de Alejandría de que todo lo bueno y verdadero es cristiano), este principio tiene una connotación negativa, excluyente. Pone como centro del mismo de la humanidad a la iglesia católica (antes de los llamados por la iglesia católica “cismas”: cristiana) y fuera del centro todo lo demás, por lo que su significado sería: “Solo en la iglesia católica (cristiana antes en el sentido ya dicho) se encuentra la salvación”. Con lo cual se erige a la misma en verdadera “mediadora” entre Cristo y la Humanidad (en contra de lo que nos dice el Nuevo Testamento de que no hay otro “mediador” que Jesucristo) y se olvida del misterio kósmico de la Iglesia. (Me gusta escribir Kosmos y kósmico con K, cuando me refiero a la Realidad total, no solo al cosmos que ven nuestros ojos y telescopios).

En cambio en el pensamiento incluyente del hindú o indio (claramente no me estoy refiriendo a los muchísimos occidentalizados) el centro de la expresión es “salvación”, por lo que el principio significaría, “Todo lo que es salvación es Iglesia (evidentemente no sólo católica) kósmica”. La Iglesia es el lugar en donde se da la salvación y puede ser una religión, una casa, una familia, una lectura..., siempre un seguimiento fiel de la propia conciencia.

El problema es cultural, pero muy importante. En occidente hemos olvidado el sentido místico de la Iglesia y la hemos reducido a diferentes grupos (ortodoxos, protestantes, católicos...) seguidores de determinados ritos y doctrinas, con exclusión (¿y desprecio?) de todo aquel que no pertenezca a dicho grupo. Estamos cansados de llamar al catolicismo la religión verdadera (¿porque hemos olvidado en nuestras vida la metánoia?).

En el sentido incluyente es claro que todos los hombres de buena voluntad forman parte de la Iglesia de Cristo.
Por descontado que esta visión puede llevar a una colonización mundial de la iglesia institucional cristiana (o católica), lo cual exige que se sea crítico con lo que entendemos por Iglesia cristiana, que nuestra percepción de la misma se fundamente en el Evangelio (Amor y Verdad) y no en el dogma, y en esta actitud crítica no podemos olvidar nunca lo que afirma Tomás de Aquino: La verdad no se posee (no es patrimonio de nadie): al contrario, es ella quien nos posee a nosotros.

Pertenecer a la Iglesia kósmica no es pertenecer a un club de futbol, a un partido político, a una sociedad mercantil... de los que puedo salir porque he entrado. Es simplemente ser un miembro de la Humanidad que se consagra a un ideal real en pro de los otros (que en la profundidad no son tales otros sino yo mismo). No importa tanto pertenecer a tal o cual partido político, a tal o cual institución religiosa que dicta sus normas y sus dogmas, sino fundamentarse en el Evangelio, en el Espíritu. Por esto, es el mismo Evangelio el que me impulsa a ser cristiano, a la vez que no me impide ser budista, taoísta o agnóstico, etc... Y todo ello sin confundir los distintos caminos. No es lo mismo ser cristiano que ser budista, como no es lo mismo hablar español que hablar chino, pero tanto un idioma como otro cumplen la misma función dentro de su sistema (equivalentes homeomórficos, los llama Panikkar). Dicha función es en el cristianismo y en el budismo establecer el camino de profundidad en la comunión con la Realidad, con la Vida (o con el Absoluto, con la Trinidad, con el Vacío. Cada grupo humano histórico le pone un nombre que da una connotación especial a ese Misterio, Misterio que lo abarca todo, tanto lo que es como lo que no es, como afirma Nagaryuna): en el español y el chino ser instrumento de comunicación entre los hombres.

Por lo dicho anteriormente no puedo decir que la identidad cristiana esté en la pertenencia a ninguna institución, ni tan siquiera a la Humanidad. Si analizamos con entera libertad, sin juicios predeterminados, los textos del Nuevo Testamento nos encontramos con iglesias o comunidades muy dispares, tan dispares que los textos, que lo que hacen es reflejar y refrendar (en buena medida) la fe de aquellas comunidades, caen en verdaderas contradicciones, hasta el punto de que parece que los redactores de los evangelios (sobre todo) parezcan mucho más interesados en trasmitir la fe de su comunidad que en articularse con los otros textos ya escritos. Hay muchas diferencias entre la iglesia de Jerusalén y la que propugna el cuarto evangelio, por ejemplo. (Si alguien estuviera interesado en este tema, que no es el de este artículo, puede leer las distintas versiones del evangelio de la infancia en Mateo y Lucas, las grandes diferencias en el relato de la pasión y muerte de Jesús entre los cuatro evangelios, las contradicciones en el relato de la resurrección también en los cuatro, las interpolaciones que inundan los relatos neotestamentarios, la fecha del día en que Jesús celebró la Última Cena... por nombrar sólo los más relevantes. Y tener en cuenta cuanto dicen los teólogos y exegetas actuales de lo que van descubriendo de su cada vez mayor conocimiento de los textos. Cito a algunos como ejemplo: J. Arias, L. Boff, M. Boismard, R. E. Brown, L. Busquets, R. Cassidy J. D. Crossan, J. M. Castillo, J.I. Gonzáles Faus, R. Panikkar, G. Gutiérrez, H. Küng, J. Lois, A. Piñero, J.M. Rovira Belloso, K. Rahner, E. Schillebeeckx, J. L. Segundo, J. J. Tamayo, J. Sobrino, A. Torres Queiruga, G. Vermes...). Y sin embargo, todos los miembros de las distintas iglesias apostólicas son cristianos. El pluralismo es una riqueza de los hombres y cabe totalmente dentro de la identidad cristiana. Lo que es un empobrecimiento es el “pensamiento único”. Esto sería tema de otra reflexión larga.

La identidad cristiana, como digo, está en otra cosa, en algo que ha de ser común a todas las iglesias apostólicas, y a todos cuantos a lo largo de la historia han seguido los pasos de Jesús, el Cristo.
Las palabras que Jesús dice a los discípulos del Bautista que le preguntan: “¿Dónde vives?” (Jn 1,38) son muy iluminadoras para descubrir qué es la identidad cristiana. Jesús les contesta “Venid y lo veréis”. No les dice el lugar, sino que los invita a que le sigan y experimenten donde vive.
Lo mismo se puede decir de la descripción que hacen los sinópticos del llamamiento de los discípulos: “Seguidme” (Mt 4, 18... Mc 1,17... Lc 5,1...) La llamada de Jesús es a un seguimiento, a una experiencia de vida, no llama a acatar un determinado tipo de doctrina, ni un sometimiento a una moral concreta (lo cual no es óbice para que en el seguimiento haya una actitud de fe, que suele comenzar por una creencia razonable, y de amor: es más el seguimiento los exige).

Y el seguimiento no es imitarlo, sino vivir la misma vida que vivió él, tener la misma experiencia que él tuvo, no es desde luego simplemente seguir sus pasos, sino pisar en sus mismas pisadas, y para ello es fundamental hace realidad aquel pareado que cantaban los transhumantes por las tierras de Extremadura y de Castilla-León: “Me gusta llegar tardando/ y dejar mi alma en cada trozo de tierra que voy pisando”. Vivir el ahora, conociendo la historia pero HACIÉNDOLA HOY.

La identidad cristiana no está tanto en un consenso doctrinal, o en una forma jurídica, sino en una realidad experiencial, repasemos el Evangelio de Juan, el Sermón de la Montaña, las Parábolas, el Sermón de la Última Cena...

No basta, a mi entender, para ser cristiano “creer” que Jesús resucitó después de muerto, “creer” que Jesús es el Cristo, aunque ésta haya sido la exigencia de la institución durante los veinte siglos de historia del cristianismo, esta “creencia” bastará (con la recepción del bautismo) para ser miembro de la iglesia católica.

La “creencia” en la resurrección de sus ídolos es algo que abunda en la larga historia de la humanidad, es una forma de exaltación, de elevación a la transcendencia que todos los fans han proyectado con sus mitos después de muertos. En este sentido hemos de reconocer que aún hoy día hay muchas personas en EE.UU. que afirman que Elvis Presley ha resucitado y que lo han visto por las calles de Memphis, y sin tener que remontarnos a las mitologías primitivas (Osiris), nos puede bastar ver en nuestros días las conmociones sociales provocadas por el asesinato de John Lenon, la muerte ¿en tan dudosas circunstancias? de Michael Jackson, la institucionalización de la iglesia maradoniana en Argentina, la idolatrización que supuso la muerte de Lady Di,... Estamos en un mundo que muchas veces eleva a la categoría de mitos sagrados a hombres y mujeres que en su vida privada algunos, no todos, fueron ejemplo de abyección e inmoralidad, pero ninguno con el carácter de sacralidad o heroicidad. ¿Por qué? (¿No estará este mundo enloqueciendo poco a poco? ¿O simplemente estamos en un proceso de autoconocimiento que nos ha de llevar a un nivel colectivo de conciencia más elevado que la mera razón?)

No basta la creencia, el decir que sí simplemente porque otros lo hayan dicho. Esto puede inducir al fanatismo. Es necesaria la FE, es decir, la experiencia del Misterio que es Jesucristo (experiencia subjetiva, personal pero contrastada con otras experiencias similares, las de los que han puesto en práctica los mismos métodos, y por tanto no arbitraria) de que Jesús “vive” y “vive” también en mí. Es necesaria la experiencia, no el capricho, ni la alucinación paranoide (éste es otro tema que necesita un largo desarrollo), que me haga cambiar el sentido de mi existencia y me ponga sobre las huellas que el Maestro pone en la Realidad.

Si Jesucristo es para nosotros simplemente un personaje histórico, no nos sirve más que cualquier otra personaje de la Historia. Jesucristo es hoy, vive hoy, vive en los que han/hemos asumido su experiencia del Misterio, en los que han/hemos aprendido a ser de otra manera, a tener las Bienaventuranzas no sólo como valores, sino siendo la propia carne, vive en los que han/hemos aprendido a rasgar los velos y a lanzarse/nos al vacío que no es vacío sino plenitud. Mas hemos de saber que todo esto es aún en nosotros un fieri, pero estamos en el camino (por decirlo de alguna manera). La Fe es una opción personal pero con implicaciones comunitarias y sociales, supone una integración en una comunidad, no necesariamente en una institución.

Podemos traer aquí las hermosas estrofas de un poema de Santa Teresa, una mística cristiana, no una histérica paranoica como han pretendido algunos ¿eruditos? seguidores de Freud, quien nunca pudo entender que la conciencia humana pudiera llegar a niveles que no pasaran del segundo escalón evolutivo, en el que los apetitos sensibles son la razón de toda actividad. Existen muchos más escalones en la evolución de la conciencia, como estudió Jung y siguen estudiando los psicólogos humanistas, transpersonalistas..., por ejemplo: Maslow, Wilber, Wats, Almendro, Grof... Y como demuestran con sus vidas los grandes místicos del pasado y los actuales (entre éstos: Aurobindo, Ramana Maharsi, Krishnamurti, Tagore, el propio Wilber, Mons. Romero, Teresa de Calcuta, Alce Negro, Mons Desmond Tutu...y miles de místicos ignorados que viven los niveles más altos de la conciencia).
Dice así nuestra admirada Teresa de Ávila

Alma, buscarte has en Mí,
y a Mí buscarte has en ti.

De tal suerte pudo amor,
alma, en mí te retratar,
que ningún sabio pintor
supiera con tal primor
tal imagen estampar.

Fuiste por amor criada
hermosa, bella, y así
en mis entrañas pintada,
si te perdieres, mi amada,
Alma buscarte has en Mí.

Que yo sé que te hallarás
en mi pecho retratada,
y tan al vivo sacada,
que si te ves te holgarás,
viéndote tan bien pintada.

Y si acaso no supieres
dónde me hallarás a Mí,
no andes de aquí para allí,
sino, si hallarme quisieres,
a Mí buscarme has en ti.

Porque tú eres mi aposento,
eres mi casa y morada,
y así llamo en cualquier tiempo,
si hallo en tu pensamiento
estar la puerta cerrada.

Fuera de ti no hay buscarme,
porque para hallarme a Mí,
bastará solo llamarme,
que a ti iré sin tardarme
y a Mí buscarme has en ti.


Escribe Raimon Panikkar un hermoso párrafo sobre este tema de la identidad cristiana, con el que quiero poner fin a estas vivencias-reflexiones:
“Cuando se experimenta a este Jesús, el Cristo que... ha afirmado que el sábado se había hecho para el hombre y no el hombre para el sábado, sin amedrentarse por todos los peligros de anarquía que semejante actitud podía desencadenar; un hombre tan lleno de confianza en el Espíritu que podía afirmar: “Os conviene que yo me vaya, porque si no me voy no vendrá a vosotros el Consolador”... acto de confianza que nos lleva a una confianza total en el hombre puesto que en él está el Espíritu. El cristianismo es esto, lo experimento en todas partes, independientemente de las etiquetas de católicos o de cristianos que se pueden colocar aquí o allá o donde se quiera...
Es esto lo que los Padres Griegos vislumbraban, cuando hablaban de la divinización del hombre...” (Traducción personal del original, escrito en francés)

Es cristiano aquel en quien encarna Cristo, aquel que bucea en su propia humanidad y encuentra allá el Espíritu del Señor. “Vivo, mas no yo, es Cristo quien vive en mí” afirma San Pablo.
En este asumir en la profundidad de mi vida la misma experiencia contemplativa de Jesús encuentro mi identidad cristiana, que no me cierra, sino que me abre las puertas a la Iglesia kósmica.


José Antonio Carmona

jueves, 25 de junio de 2009

Unos poemas

Para descansar un poco de tanta reflexión como estoy colgando en este blog, coloco hoy estos poemas, que junto con otros muchos parió mi corazón, hecho fuente a la que las palabras le eran insuficientes para comunicar lo que sentía, lo que vivía.
Poesía, dice el enorme poeta José Hierro, no es lo que se dice, sino cómo se dice. Yo así lo vivo, aunque mi manejo de la lengua sea pobre para poder volcar las palabras y hacerlas no decir conceptos, sino comunicar experiencias, sentimientos, emociones, vivencias inefables...
El poeta y el místico son hermanos, y yo estoy lejos de ser ni uno, ni otro, mas no por ello dejo de intentar ser poeta, no por ello no me dejo arrastrar por la experiencia de lo Divino.




Poesía Zen

Medito. En silencio mi alma.
Contemplo. Mi ser en sosiego.
Mi corazón madura.

Beso tu rostro en el tiempo.
Oigo tus palabras sinceras.
Voy abriéndome en mi yo.

El descanso: Flor en la noche.
El sueño: Conciencia hecha luz.
Abro los ojos internos.


Esta mi historia es un cactus,
Llueven espinas por fuera,
Reboza savia en lo hondo.
José Antonio

Poemas “zen” a Paqui

Una sonrisa en tus ojos,
Una caricia de tu alma.
Tú me das el Espíritu

Tus manos pintan colores,
Tu interior vive la Vida.
Yo la encuentro en ti.

Duras palabras pronuncias,
Tu alma oculta ternura.
Buscas mi bien.

Tu cuerpo habla en silencio,
Tus sueños son como el mar.
El Infinito te habita.

El sol penetra en tu cuerpo,
Las olas duermen tu alma.
Eres descanso.

Largos años a tu lado:
Un simple soplo de viento.
Nos queda la eternidad.

Sobran palabras y gestos,
Tu mirada es mi Yo.
Es tu amigo el Silencio.

¿Tú, Conciencia, dónde habitas?
¿Y tú quieres saberlo?
Mírame, mírate.
José Antonio

Memento de una experiencia en comunión

En la luces apagadas
De unos días en la sacralidad creados
Y bajo las aguas sumisos,
Mi espíritu vivió
Una experiencia de luz que, viniendo de mí mismo,
Transcendía todo el universo.

Mi yo se deshizo a borbotones
Engarzado a un Tú
Que se multiplicaba siendo Uno,
Y mostraba muchos rostros, muchos cuerpos,
En un solo Interior, una sola Alma,
Un solo Amor.
Deshecho, como estaba,
Me descubrí siendo un YO
Que, oculto tras José Antonio,
Anidaba en la Vida
Que no conoce finitud.
Anidaba en el Amor
Que no tiene enemigos
Anidaba en la Paz que es fuente
De todo gozo.

Y en el silencio,
Me descubrí en cada corazón
De los reunidos por la llamada del Padre.

Y mi YO fue,
Y dio un nuevo rostro al corazón de José Antonio.
José Antonio