sábado, 27 de diciembre de 2008

Espiritualidad y compromiso social

Espiritualidad y compromiso social

Primero: Ideas generales

Ya en otro escrito de este blog me he planteado el problema del compromiso político en un artículo titulado: “El dualismo en la política”. Ahora, sin olvidarnos de que todo compromiso político es social y viceversa, quiero enfocar el compromiso social, no porque no sea político, sino porque puede ser político no-oficial. Compromiso que entiendo que está en las mismas raíces de la espiritualidad, aunque su apariencia, su realización pueda ser multiforme.

Es cierto que la experiencia mística, o espiritual, puede aparecer como algo muy egoísta, parece que los místicos han estado en la historia muy alejados del compromiso tanto político, como social. Y sin embargo, nada más lejos de la realidad...

“Había una vez un maestro japonés que daba la vuelta a su monasterio de vez en cuando. Un día se encuentra con el cocinero que le dice:
- Maestro, yo soy comunista, por consiguiente pienso en los demás y, cuando cocino, pienso en nuestros monjes y les preparo buenos alimentos... -.
Otro día se arma de valor y le pregunta:
-Maestro, ¿En quién o en qué piensa todo el día?-
-¡Oh!, responde el maestro, sólo pienso en mí mismo...-
El cocinero se quedó asustado. ¿Qué quiere decir -todo el día estoy pensando en mí mismo-?”

Analizaremos esta anécdota, contada por Dürckheim, un poco más adelante, porque está cargada de sentido y a su vez de verdadero compromiso social. Pero antes, quiero recordar dos principios básicos en los que se basan todos los místicos, empezando por Jesús de Nazaret, que fue la epítome (resumen y compendio) de toda mística, hasta ser, creemos los cristianos (lo cual no es óbice para que en toda forma espiritual aparezca la Trinidad), idéntico y distinto a la vez al Padre (no son uno -el Hijo no es el Padre -, ni dos – no son dos dioses -, sino no-dos).

El lema que se planteaban las órdenes mendicantes en el Medievo era: “contemplare et contemplata aliis tradere”.

No podemos dejar sin mencionar los votos del bodhisatva (persona que ha alcanzado la iluminación, la liberación y que queda libre de la obligación de reencarnarse, según el budismo mahayana).

“Sin importar cuán innumerables son los seres vivos, voto por su salvación.
Sin importar cuán inextinguible es la corrupción, voto por su fin.
Sin importar cuán inconmensurables son las tragedias, voto por vencerlas.
Sin importar cuán incomparable es la iluminación, voto por alcanzarla.”

y que pese a ello, opta por reencarnarse de nuevo para a ayudar a “sus hermanos” (a sí mismos), los hombres a alcanzar el estado de plenitud, la salvación que decimos en el lenguaje cristiano. El bodhisatva no se queda en el cielo (que tiene merecido, diríamos rememorando un catecismo de nuestra ya muy lejana infancia), sino que vuelve a la tierra para seguir señalando a los demás el camino de retorno a la Casa del Padre, o sea, para enseñar, señalando, que no hemos salido de ella.

Y por supuesto, todo el mensaje de Jesús, resumido, quizás, en estas palabras del sermón que Juan relata en la última cena:
...”que sean todos unos, como tú, Padre, estás conmigo y yo contigo...”(El descubrimiento de la Unidad Esencial).

O la parábola del Buen Samaritano, que expresa la realidad del verdadero amor a los “enemigos”. En el mensaje del Nazareno no puede haber enemigos “amad a vuestros enemigos...”,porque la exigencia del amor es tal que se ha de amar al otro (sea quien sea) como a uno mismo (que es). Jesús vivió intensamente la unidad esencial de todo cuanto es y sobre todo la de los hombres.

La espiritualidad no es una actitud de cerrazón en sí mismo, en el ego, sino una apertura universal al Yo, no es un aislamiento que corte la comunicación con toda la realidad mundana y humana, sino comunión total y absoluta con el Ser, partiendo de la misma raíz, viviendo de una forma u otra (esencial, desde dar de comer hasta la enseñanza en el Silencio) el Misterio insondable de la Comunión de los Santos, para lo cual es necesaria en muchos momentos un profunda soledad, como canta Juan de la Cruz. Cualquier actitud egoísta, ombliguista rompe toda posibilidad de espiritualidad. El ego es destruido y así no aparece más que el YO_TÚ, TÚ-YO, en identidad, sin posible separación, que no es más que apariencia espacio-temporal.

Segundo: Espiritualidad cristiana y compromiso social

Es frecuente entre las personas de buena fe el que se planteen la siguiente pregunta: “¿No son egoístas las personas que meditan y toman el camino interior, que se pasan todo el día pensando en sí mismos?” Hay un gran malentendido en esto. El místico no se adentra en su yo existencial, sino en el Esencial, lo que busca es anclarse en el Ser (Dios, Cristo...), lo cual exige que se trabaje sobre su inconsciente, sobre sí mismo. No sobre los demás. Y la finalidad de ocuparse de sí mismo no es otra que la de abrirse a la Realidad Total, que es el fondo de nuestro ser y que no es sino Amor Universal. A partir de aquí el compromiso social no es más que consecuencia necesaria del descubrimiento del Ser en uno mismo, que es descubrimiento del Ser en todo cuanto es. El trabajo espiritual sobre sí mismo es lo contrario del ombliguismo.

Quizás el distinguir los distintos niveles del “yo”, pueda ayudarnos a ver esto con más claridad.
Se podría decir que el hombre evoluciona a través de tres clases de “yo”, nos dice Dürckheim,:

- el “pequeño yo”, que no va más allá del poder, la seguridad, el prestigio, el saber, el dinero...
el “yo existencial” que va mucho más allá, es el yo que quiere dedicarse a una causa, a una obra, a una comunidad, a una persona..., sabe superar muy bien el egocentrismo.
Y finalmente, el “yo esencial”, que es el núcleo con el que el hombre participa en la realidad sobrenatural del Espíritu divino universal. Es lo absoluto que hay en el hombre, la fuente de su libertad de persona, en la que expresa lo Divino en su forma individual y particular dentro del mundo espacio-temporal.
Toda esta experiencia mística no es sino la expresada en el Nuevo Testamento.

Pablo nos dice: “No soy yo, sino Cristo quien vive en mí” y esta experiencia de Cristo que vive en nosotros es como la de la “vid y los sarmientos”
Cristo está invitando al hombre a salir de los límites de su yo existencial y a zambullirse en su yo esencial, su verdadero y auténtico yo, que le llevará a encontrarse con el mismo Cristo, con el Padre, con el prójimo en su sentido más pleno y su extensión más total.

El pobre cocinero del convento no podía comprender la actitud del monje. No se trata de ombliguismo, sino de un camino de autenticidad sin reservas, el que recorre el místico o espiritual. No abandona al prójimo a su suerte, sino que lo asume en el Amor y lo integra en la recapitulación de todo el Kosmos en Cristo Jesús (expresado en la cultura propia del místico o espiritual). Y se comienza por dar de comer al que no tiene, o enseñar al que no sabe, o escuchar al que necesita ser oído...

Cristo es la Realidad en la que nos sentimos vivos y seguros, en la que descubrimos el Amor. Evidentemente, esto no quita nada a lo que cree el que “no tiene aún oídos para oír”. Sin el oído interior estamos limitados a creer en nuestro desarrollo espiritual (hay muchas personas dedicadas al prójimo en estas condiciones, y son de alabar. Por supuesto, entre estar viviendo en el yo existencial o en el pequeño yo, el abismo es inmenso), hasta el día en que se atraviesa ese límite y nos encontramos de pronto en otro plano, el de la transcendencia, en el que todo es Amor y sólo Amor, y la dedicación al prójimo es sólo eso: el Amor esencial (el yo esencial) realizado

En estos momentos de mi escrito no puedo olvidarme de la magnífica reflexión de Teresa de Calcuta:

Fruto del silencio es la oración.
Fruto de la oración es la fe.
Fruto de la fe es el amor.
Fruto del amor es el servicio.
Fruto del servicio es la paz.

El místico (sea quien sea) no sólo da de comer, de beber, enseña, acompaña, viste, escucha... sino que en todo ello va regalando la Paz, esa que Jesús vino a darnos. “Mi paz os dejo, mi paz os doy.” Va regalando en su actitud la Comunión con la esencia, pues no sólo de pan vive el hombre. Paz y Comunión que los grandes místicos axiales de la humanidad igualmente nos legaron.

La comunidad humana, y como parte de ella la comunidad cristiana y el creyente dentro de ella, no sólo celebran la vida que viven con múltiples formas ritos, fiestas y liturgias, sino que la aportan a la sociedad humana, a la historia. Tienen la misión de luchar por la transformación de la sociedad, por la superación de todo aquello que aliene al hombre a fin de que el Reino sea un hecho en la historia. En la doble dimensión de celebración y compromiso se realiza la comunidad cristiana y toda comunidad desde el comienzo. En realidad, pienso que la comunidad cristiana no es sino la misma comunidad humana que busca (una forma de hablar muy inexacta) sus raíces y las encuentra en el Misterio del Cristo, que siendo Jesús, no se agota en él.

Hablar de ética cristiana no puede ser más que hablar del compromiso creyente, de la lucha por la realización de los valores del Reino. Los otros valores éticos, los fundamentalmente humanos, expresados en el decálogo y en otras leyes primordiales de la misma conciencia del hombre, son presupuestos morales básicos y necesarios sobre los que hay que construir los valores del Reino. Quedarse en una moralidad del decálogo es necesario para la salvación, pero es no llegar a lo humano-cristiano. Mateo nos cuenta que el joven rico cumplía la ley, cosa que le bastaba para salvarse, Jesús reconoce la suficiencia de este cumplimiento ético-religioso para conseguir la salvación, "si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos" 19,17, pero le propone:

"Si quieres ser un hombre logrado, vete a vender
lo que tienes y dalo a los pobres, que Dios será
tu riqueza, y anda, sígueme a mí." (Mt 19,21)

Para ser “hombre logrado (auténtico, pleno)” no basta con el mínimo ético-religioso, sino que se ha de realizar lo humano (individual y social; corporal, mental y espiritual) hasta sus últimas consecuencias, que es lo propio del seguimiento de Jesús, el Amor esencial. “Amaos unos a otros como yo os he amado” insiste Jesús en su despedida, esto es, sed uno entre vosotros como yo lo soy con todos.

Una breve reflexión sobre la espiritualidad o el espíritu contemplativo

La contemplación no pospone los valores de la vida para otra vida, sino que los vive ya en esta. Y en esto precisamente radica el espíritu contemplativo. Espiritual es el que vive una antropología integral, en la que el cuerpo no es inferior ni a la mente, ni al espíritu, sino que es la triple realidad corporal, mental o intelectual y espiritual o contemplativa la que constituye el hombre. Nunca una sin la otra. Por desgracia, el cristianismo en los siglos pasados pecó de proyección hacia otra vida tras la muerte, en ella el hombre no sería tal, no sería cuerpo. Y lo curioso es que el misterio radical del cristianismo es la resurrección, en la que el cuerpo sin dejan de ser tal cuerpo alcanza la plenitud de Vida. Resucitar no es posponer los valores de la vida para la ¿otra vida?, sino la transformación radical del todo el Hombre en el Amor, la transformación en Eternidad, lo que muchas veces ha sido llamado salvación (el alma que se salva), cuando realmente se habría debido llamar Salvación (la Eternidad vivida ya en el tiempo y en la triple dimensión del Hombre). Esto comporta en su misma esencia una actitud de entrega total e incondicionada al otro, a los otros y al Todo, sea cual sea la forma de manifestación en el tiempo de dicha entrega.

No traslada nada para el futuro temporal, la realidad que está ya entre nosotros. Por ello, lo realmente válido para el contemplativo o espiritual es el Presente, que es lo Eterno vivido en el tiempo. Vive la efusión de Vida ya ahora para todos y para todo, pues todo es puro presente, pura eternidad. Y precisamente porque vive ese Presente, es consciente de que los hombres somos el Hombre, de que toda la creación no es sino Kosmos, una sola Realidad a la que las distintas culturas y religiones han puesto muchos nombres y a la que los humanos nos hemos acercado desde muy diversas posturas, por muy variados caminos (desde el teísmo hasta el ateísmo, pasando por las muy diversas formas de religión, de ciencias, creencias o actitudes). Todo no es sino Conciencia manifestada en múltiples formas y variedades. El místico sabe que, como él mismo, todo es Conciencia o Espíritu manifestándose en el tiempo, que todo ha de ser servido, ha de ser amado.

No acepta el trabajo para ganar dinero. Puede parecer imposible que en esta sociedad, en la que el dinero es la razón última de la vida para muchísimas personas, no se trabaje para ganar dinero, pero, aquel que es consciente de quién es, no tiene otra preocupación que la de Ser, y la de que todos y todo sean, tanto en la material, como en lo intelectual, como en lo contemplativo. Buscad, nos dice Jesús, el Reino de Dios y su justicia y todo lo demás se os dará por añadidura. El espiritual encuentra su seguridad en el Amor, en el Servicio.

La dimensión mística se aboca a una antropología que no está basada en el triunfo personal, en el triunfo de un hombre sobre el otro, de modo que las víctimas sean necesarias, para el triunfo de algunos pocos, sino en la unidad radical de todo cuanto existe. Y por tanto, la dedicación especial para con aquellos (personas, animales, cosas) que han sido víctimas de esa terrible antropología basada en el triunfo (material, económico, militar, intelectual...) de un hombre sobre otro o sobre los animales o cosas. Es una antropología, esta la del triunfo, que hunde sus raíces en la visión de la selección natural de la evolución de las especies. (No niego en modo alguna las raíces científicas que tiene la evolución, ni la niego. Simplemente no estoy de acuerdo con la visión de la selección del más fuerte. Algo que niegan con mucha razón, a mi parecer, muchos evolucionistas). El místico sabe que el triunfo no es el premio al más fuerte, que deja en la cuneta a todos los demás, sino que es la meta a la que estamos llamados todos. Triunfo que se llama salvación, resurrección, iluminación, satori...

Y que aquí en el tiempo, o mejor, en la tempiternidad el servicio es el camino (por decirlo de alguna manera) que hace que el tiempo deje de ser para todos y sea Eternidad.
Algo que en cierto modo intenta comunicar el presente poema.



TEMPITERNO
(Palabra creada por R. Panikkar para expresar la eternidad vivida en el tiempo)


Enquistadas las conciencias,
deshilachada la red,
rotas muchas fibras de comunión con la Vida...,
vivimos desolados buscando puntos de apoyo.
Vivimos en la ignorancia, que rompe la sangre...
Enredados en el tiempo, perdemos la PAZ.

La Alegría, allende el tiempo, se multiplica,
y una permanece
en la red de comunión, que los espacios rompe.

Entre tanto, los hombres buscan,
buscan fuera y no encuentran,
buscan dentro y no oyen el Silencio,
buscan en la ciencia y no entienden,
se apoyan en creencias y no ven.

Y la Bondad, allende el tiempo, se multiplica,
y una permanece
en la red de comunión, que los espacios rompe.

Fuera del tiempo estando en el tiempo,
en un espacio que no es lugar,
la Verdad se hace cuerpo de carne que penetra el alma
anidando, eterna, en el corazón del Hombre,
de todo hombre, de todo ser.

Para que los hombres dejemos de buscar
y descansemos en la PAZ,
que es Alegría,
que es Bondad,
que es Verdad
que es Servicio
que es el Eterno Don que nos sostiene,
nos asume y nos transforma,
recreando nuestros orígenes.

martes, 9 de diciembre de 2008

Mística y lenguaje cristiano

Mística y lenguaje cristiano

Nota: mi cultura es cristiana, fui educado en colegios católicos, estudié en un seminario católico en mi juventud, mis títulos en filosofía y teología son de universidades católicas. Mis años de enseñanza discurrieron por diversos caminos, enseñé materias totalmente asépticas y otras filosóficas y teológicas (¡cuando yo aún pensaba que no eran lo mismo una que otra, y pensaba que una era la sirvienta de la otra!)de carácter religioso desde el punto de vista de una rebelión contra el catolicismo y una fidelidad al Nuevo Testamento. En los últimos años, ya jubilado de la enseñanza, me he dedicado a profundizar en el conocimiento de la mística no cristiana, de la budista, taoísta, sufista... y empiezo a vislumbrar la maravilla de su tremenda riqueza. Pero, lo que voy a exponer en este artículo estará lleno de una visión cristiana más que de ninguna otra.

MÍSTICA

Hubo un tiempo, en el que se consideró que la mística era una parte de los estudios de la teología cristiana, por no decir de la teología oficial de la iglesia católica, época en la que se integró también dentro del campo de la teología, la apologética y en la que se pretendió, para no ser menos, equiparar la teología con las ciencias empíricas materiales. Todo esto ha pasado al cúmulo de desaciertos cometidos a lo largo de más de veinte siglos de historia.

Ni la mística nace con el cristianismo, ni mucho menos con el catolicismo, ni es una parte de una teología parcial, que parte de una cosmovisión particular y que está enraizada en la cultura abrahámica.

Ha habido excelentes místicos en todas las cosmovisiones, en todas las culturas, en todas las sociedades y religiones (o no religiones) humanas. Por citar sólo algunos de los más conocidos; de la época axial: Lao Tzu, Buda, Sócrates, Platón, Anaxímenes, Parménides, Jesús de Nazaret (elevado a la identidad con lo Divino por los que nos confesamos cristianos), Pablo de Tarso, Juan, Plotino, Pitágoras... ;en la época actual; Teresa de Calcuta, Krishnamurti, Wilber, Aurobindo, Gandhi, Pere Casaldáliga...quizás también Raimon Panikkar, Mandela...; sin olvidar a Teresa de Ávila, Juan de la Cruz, Mester Eckhart, Rumi... Es interesante anotar cómo nuestra cultura patriarcal nos hace recordar muchos más varones que mujeres... Habría que añadir a los citados, Catalina de Siena, Isabel de la Trinidad, Juliana de Norwich, Teresa de Lisieux, Hildegarda,...y María la madre de Jesús.

Y ¿Qué tienen en común estas personas que los une más allá de sus propias cosmovisiones y sus propias convicciones íntimas? La experiencia integral de la Vida. De ahí que la mística no sea el privilegio de unos cuantos escogidos, sino la característica humana por excelencia. El hombre es por esencia un místico. El hombre es ante todo un espíritu encarnado, mucho antes que un animal racional, como se pretende desde Aristóteles. El hombre es cuerpo, anima y espíritu (pneuma), y en nuestra cultura occidental lo hemos castrado dejándolo sin espíritu. La diferencia específica del hombre no es la racionalidad, como nos han hecho ver durante siglos, sino la capacidad de lo Absoluto, es conciencia consciente de sí misma (Theilard) y como tal abierta a toda conciencia, a la Conciencia, abierta a Dios (con todo lo que pueda caber en esta palabra, que a su vez es inapropiada). La mística es una dimensión antropológica, como lo es la vida.

Por descontado que hay muchísimos autores que no opinan lo mismo que digo en este escrito, que la mística en modo alguno se puede entender como la experiencia integral de la vida, que la mística conlleva una absorción del hombre (ya sabemos que la palabra hombre abarca a todo el género humano) por lo Divino llegando a la unión total, según unos, o a la identidad, según otros.
Pero, ¿Acaso la Vida, no nuestra vida, menos aún, mi vida temporal y contingente, no es eso, lo Divino? “Yo he venido, dice Jesús, para que tengan Vida (eterna)” “Yo soy la Vid y vosotros los sarmientos”. La identidad con lo Divino se da por la comunión (no participación o emanación) en la Vida Eterna. Esta experiencia de la comunión de Vida con Dios es la que hace exclamar a Teresa: “Quien a Dios tiene nada le falta”.

Pues bien, hemos tratado de describir (con una inexactitud enorme, pues lo apofático no puede ser explicado, ni tampoco descrito, salvo en un lenguaje oximorónico en el que se afirma a la vez que se niega) la mística como “Una experiencia integral de la Vida”. Esta experiencia no es algo especial, que vaya aparte de lo normal, sino que es tan natural como el propio ser humano. La mística no es una especialización, sino una verdadera dimensión antropológica, como he dicho antes. La vida humana es una invariante del género humano, vida humana: zoê, no bíos. Por ello la mística es la meta de toda la especie. Todos estamos abocados a vivir nuestras vidas y a descubrir en ella la Vida de la que son manifestaciones particulares, y sin la cual son nada.
En el pasado siglo, el XX, brilló una mente extraordinaria (entre otras muchas, algunas menos conocidas), Sigmund Freud. Este gran pensador no vio en la mística más que un fenómeno psicológico de evasión, y asimiló, junto con otros psiquiatras contemporáneos, la mística a lo primitivo y ajeno a lo mundano. Grandes pensadores posteriores deshicieron por completo esta visión de Freud, reivindicando la verdadera función de la mística en la vida humana y en la evolución de la conciencia. Permítanme un pequeño excursus sobre el padre del psicoanálisis: él, como he dicho, fue una mente prodigiosa, pero se quedó en eso, en una mente. Eliminó totalmente de sí mismo el ojo contemplativo, el oculus fidei del que hablan ya los victorinos, San Buenaventura y que propugna el mismo Tomás de Aquino al afirmar: “Crede tu intelligas”, el tercer ojo del que hablan muchas tradiciones orientales, y que últimamente está siendo reivindicado por una enorme cantidad de grandes pensadores actuales, encabezados por Ken Wilber, quien ha escrito: “Los tres ojos del conocimiento”. A éste podríamos añadir otros muchos nombres, tales como: R. Panikkar, A.Huxley, E. Underhill, H. Berson, M. Eliade, M. Blondel, L.Lévy Bruhl y todos los pensadores actuales budistas e hinduistas desde Aurobindo hasta Krishnamurti. Como dice Wilber, que sigue en parte a Gebser, los estadios de la conciencia son muchos, comienzan por el sensorio-físico y terminan en el no-dual, y Freud se quedó en el segundo escalón de la evolución, en el estadio urobórico o todo lo más el tifónico, negándose a reconocer niveles superiores de conciencia como el sutil, el causal o no-dual (niveles místicos), a los que reducía a los estadios inferiores de la infancia. Y en occidente muchísimos trabajadores de la mente han seguido acríticamente los postulados freudianos como dogmas absolutos, también se autocastraron, negándose a abrir el tercer ojo. Se sustituyeron los dogmas de la iglesia católica por los marxistas y freudianos y ¡todos tan contentos! Sólo nos habíamos lavado la cara no habíamos cambiado el corazón, ni habíamos abierto nuestra dimensión interior, la superación de cualquier dogma es un paso adelante en la evolución de la conciencia, es acercarnos a un estadio superior. Mas, es de justicia reconocer el bien tan enorme que Freud hizo a la humanidad descubriendo el inconsciente, lo malo es que ese bien lo compensó con un mal enorme, negar que existieran estadios superiores de conciencia, negar que existiera el tercer ojo. Ya su discípulo Jung, otra gran mente y más abierta, se apartó radicalmente de él y para siempre.

Experiencia integral de la Vida.
La experiencia es previa a cualquier conceptualización, a cualquier interpretación, a cualquier intervención de la mente. La experiencia no es más que la aprensión directa e inmediata de la Realidad, o de la Vida (Realidad, Vida, Misterio, Divino en lo más profundo de su Ser son realmente sinónimos) y en la aprehensión inmediata y directa no hay intermediario que nos pueda inducir a error. Aquello que se ve en el microscopio, lo que se oye en el concierto, lo que saboreamos al catar... antes de cualquier interpretación no pueden ser errores, es meramente la comunión con la Totalidad, y lo mismo sucede con nuestra experiencia interior. Experimentamos la Vida, no nuestra vida, no mi vida ni biológica, ni humana, ni intelectual, ni sensitiva, sino la Vida de la cual mi vida no es sino una manifestación parcial y contingente, esparcida en el espacio y en el tiempo, que tiene duración y a través de ella experimento la Vida, que no está en el espacio ni en el tiempo, que no tiene duración, porque es eterna y ser eterna es no-durar, es no ser tiempo. ¡Qué error tan mayúsculo nos hacían confesar, cada vez que profesábamos el Credo, cuando decíamos: ...la vida perdurable...! la vida perdurable no es eterna, sino temporal, posteriormente se corrigió este inmenso disparate. Mas, es aquí en el tiempo cuando tenemos que perforar esa cáscara de temporalidad de nuestra vida y experimentar la almendra que está dentro, la Vida que no dura, sino que es. A esto R. Panikkar lo llama tempiternidad.

Esta experiencia, como toda verdadera experiencia es totalmente apofática. Entre los místicos cristianos destaco a dos por su gran apofatismo: El PseudoDionisio y el M. Eckhart (condenado como hereje por Juan XXII, ¡muy curioso! Uno de los papas más corruptos del Medievo condenando a uno de los más grandes místicos del cristianismo, si no el más grande. Me recuerda algo a lo que pasó con Jesús de Nazaret, el más grande místico de la Historia y para los cristianos: Dios, condenado como blasfemo por la legítimas autoridades religiosas de su pueblo). Es una experiencia inenarrable. Si no es imposible expresar con palabras la experiencia de un sabor sin recurrir a comparaciones, a semejanzas, a similitudes, a contrates, pero, siempre sin poder dar una nítida explicación de la experiencia misma... cómo vamos a poder explicar la experiencia de la Totalidad, del Misterio, experiencia que ni es sensible, ni intelectual, sino contemplativa. Y más en esta sociedad cuya cultura del racionalismo ha eliminado por decreto la existencia de la misma acción contemplativa, reduciéndola a evasiones hacia el mundo infantil, o a sentimiento oceánico. No se puede hacer otra cosa que lo que dicen los budistas, señalar a la luna con el dedo, o sea, utilizar palabras que puedan señalar a la misma experiencia, no para que el que quiere aprender se fije en las palabras (en nuestro dedo, pues no vería la luna) sino en la luna. O sea, que ponga en práctica aquello que se señala para poder experimentar por sí mismo esa Plenitud.

El gran maestro de nuestra mística, Juan de la Cruz, tiene un poema maravilloso, como todos sus poemas (todos los poetas son místicos, al menos cuando escriben verdadera poesía), sobre el apofatismo de la experiencia mística, no me resisto a no escribir algunas de sus estrofas.


Coplas hechas ante un éxtasis de harta contemplación

Entréme donde no supe,
Quedéme no sabiendo
Toda sciencia trascendiendo
Yo no supe dónde entraba,
Pero, cuando allí me vi,
Sin saber dónde me estaba,
Grandes cosas entendí;
No diré lo que sentí,
Que me quedé no sabiendo,
Toda ciencia transcendiendo
...

Estaba tan embebido,
Tan absorto y ajenado,
Que se quedó mi sentido
De todo sentir privado,
Y el espíritu dotado
De un entender no entendiendo,
Toda sciencia trascendiendo.

El que allí llega de vero,
De sí mismo desfallece;
Cuanto sabía primero,
Mucho baxo le paresce;
Y su sciencia tanto cresce,
Que se queda no sabiendo,
Toda sciencia trascendiendo.


Integral, experiencia integral de la Vida. Esta experiencia integral es la experiencia del Misterio, es la conciencia de que se está experimentado algo que va más allá del pensamiento y por tanto no se puede pensar. Es una experiencia del cuerpo, de la mente y del espíritu. Los tres perciben el Misterio, y no se trata de una triple percepción, sino de una percepción, que siendo una, no es una, ni dos, ni tres, sino Trinitaria, esto es, relacional. Una experiencia de la contingencia humana que toca todas las dimensiones antropológicas, de que somos sostenidos por... la Vida, de que la vida que tenemos no es nuestra y por tanto, también es experiencia de la misma muerte, no de su angustia, de su realidad de manifestación de la contingencia de nuestra vida. Confundir la muerte con la no-vida es algo totalmente normal en nuestro racionalismo (no para la razón) que se ha hecho necesariamente bidimensional, pero en la intuición mística que es tempiterna, que se realiza en el tiempo, pero entra en lo eterno, en la no-duración, en la no-dualidad, vemos que la muerte se opone a la vida, ciertamente, pero no es su contrario, no es no-vida, más bien es no-tiempo, por eso en la misma experiencia de la Vida se incluye de alguna manera la experiencia de la muerte, de la muerte del ego, de los apetitos... (la noche obscura de Juan de la Cruz), incluso del no-tiempo en el que queda prendido el místico.

Es la vivencia completa, tanto del cuerpo que se siente vivir, que siente placer y dolor...del alma con sus intuiciones, sus verdades y errores... y del espíritu que vibra con el amor y el rechazo. La experiencia integral es la armonía de estas tres, la conjunción armónica (ritmo y proporción) de esas tres en un solo ser, antes de cualquier conceptualización. Y como la condición humana nos acompaña siempre la experiencia de la Vida es a la vez corporal, anímica y espiritual. No son tres vivencias sino una sola experiencia que lo abarca todo, lo corporal, lo intelectual y lo espiritual.

Y es de la Vida, no de mi vida, ni de nuestras vidas, ni de mi temporalidad, ni mi pasado, ni mi futuro, sino de esa Vida que ES. Y ES antes de que yo, como sujeto separado, fuera, y ES cuando yo, como sujeto separado, deje de ser en el tiempo. Y solamente ES. No dura, no será, no nos espera al final de esta vida, porque ya Es en esta vida. No está en el tiempo, pero se manifiesta en él. Esa Vida que es Misterio, algo no sólo incomprensible para la mente y la inteligencia racional, porque la trasciende, sino algo en lo que, quizás sin saberlo, nos está sosteniendo, algo en la que vivimos y somos. “En Cristo, pues, vivimos, nos movemos y somos” nos dice Pablo. Es experiencia de esa Realidad, del Ser, de Cristo que nos inunda de tal modo que Agustín puede afirmar de este Misterio que es “intimior intimo meo” (es mi centro mucho más que mi propio centro personal). Esta experiencia de la Vida es experiencia del dador de la Vida, pues la vida que tenemos no es sino don y gracia del Dador de esa Vida, nos dice Justino en el siglo II

LENGUAJE CRISTIANO

Ya hemos apuntado anteriormente que esta experiencia todo y ser apofática y transracional tiene un lenguaje, un lenguaje oximorónico, en el que se afirma y niega a la vez, un lenguaje que da instrucciones, que simplemente señala, no explica. Un lenguaje que no habla, ni puede hablar de la misma experiencia mística Y todo lenguaje tiene un centro, está focalizado hacia un punto, ese centro en el hinduismo es lo divino; en el budismo, el hombre; en la secularidad, el mundo; en el cristianismo, Jesucristo.

El lenguaje místico parte esencialmente del silencio que responde a una pregunta, sea interior o exterior (como en el budismo), y de ese silencio nace una palabra que es fundamentalmente simbólica, o sea, que es y no es la cosa que se simboliza (antes se ha dicho que simplemente señala). Podríamos decir que es la vestimenta de la cosa, pero la vestimenta no es el cuerpo, no es la cosa. Ésta se reviste de palabra, porque de otra manera sería totalmente invisible. La palabra viene de un silencio, que es la experiencia, y crea un silencio (entre símbolo, simbolizante y simbolizado) en el que la cosa puede manifestarse, pero la vestidura, la palabra simbólica, aunque nos acercan a la experiencia, no es la experiencia. Ésta se ha de realizar en nosotros.

La mística usa el lenguaje como símbolo que apunta simbólicamente lo que sólo el iniciado capta, de ahí que los no iniciados racionalistas nieguen la existencia válida de tales experiencias, e incluso de forma siempre indirecta, pues se trata de lo inefable. “El místico sabe que lo único que no se puede decir es lo único que vale la pena balbucear para entrar y salir de la terra incógnita de la Realidad.” dice Panikkar.

El místico para expresar su propia experiencia ha de utilizar el lenguaje. Éste es una invariante primordial del hombre, y el lenguaje como perfectamente desarrolla la posmodernidad es contextual, está inmerso en una cultura. A toda experiencia humana hay un cultura que le sirve de marco, y esa cultura tiene un vehículo primordial para expresarse, la lengua. De ahí que dependiendo de la cultura la experiencia mística haya sido expresada con distintas lenguas. En el cristianismo se expresa con el lenguaje cristiano.

Mas, el lenguaje cristiano tiene la pretensión de exclusividad, en otras palabras, afirma que la mística cristiana es la verdadera, excluyendo al resto. Hay una sola mística verdadera: la cristiana. Esta pretensión de posesión exclusiva de lo verdadero muestra, como dicen los estudiosos del tema, la dependencia de la cultura de la que surge. Se identifica la diferencia específica (definición es la unión del género con la diferencia específica) de la mística cristiana con la esencia de la mística, con lo verdaderamente místico, identificación específica que pasa a ser verdad genérica, y como no puede haber dos verdades, tendríamos que mística cristiana = única mística, o verdadera mística. Este a priori de la visión cristiana no puede ser válido, puesto que no es reconocido como tal por las otras culturas. Sin embargo, no podemos olvidar que el cristianismo se autocomprende como “católico” (universal). Es el gran mito del cristianismo, pese que hasta un autor, nada sospechoso de heterodoxia, como Tomás de Aquino llegara a afirmar: “Omne verum a quocumque dicatur. A Spiritu Sancto est”. Y más aún, Jesús contestó con el silencio a la pregunta de Pilatos sobre la verdad (Jn.18,38).

Esta pretensión de universalidad se la empieza a plantear el mismo cristianismo de forma más crítica, pero se ve sustituido (el cristianismo como cultura) por la pretensión de universalidad de la cultura tecno-científica-occidental. ¿No se consideran valores universales (verdaderos mitos) el Desarrollo (tecnológico), la Democracia, la Ciencia? ¿Y como tales son también aceptados por diversos pueblos?No se malinterprete lo que se dice aquí. Esto valores son eso, valores, pero también tienen muchas cosas negativas y destructivas y no tiene por qué sustituir los de otras culturas.

Cada uno responderá de forma personal (más crítica, o menos crítica) a la pretensión de exclusividad de la mística cristiana, unos afirmativa, otros negativamente. Mi intención es plantear el problema existente aún.

El lenguaje de la mística cristiana podría recapitularse en una sola palabra, que es una persona, pero se plantea ahora como símbolo: Jesucristo. Ni sólo Jesús, ni tampoco sólo Cristo. Se trata de la experiencia de esta figura histórica y transhistórica, Dios y Hombre en unidad a-dual.

Mas, de Jesucristo podemos tomar también tres hechos básicos en su historia y transhistoria, que la mística toma no tanto como hechos sino como símbolos. La
Encarnación, la Cruz y la Resurrección. Ellos constituyen el verdadero lenguaje cristiano.

ENCARNACIÓN

Sobre este primer símbolo del lenguaje cristiano dice el polifacético R, Panikkar: “La fons et origo totius divinitatis, la fuente y origen de toda la realidad (como podría interpretarse la expresión de varios concilios toledanos), en el mismo acto de engendrar a su icono (que unos llaman logos y otros Hijo, a la par que con otros nombres en otras tradiciones) el cosmos, se manifiesta en la historia y se encarna en un hombre que la tradición llama el segundo Adán (el Hombre primordial que era antes de Abraham), cuya función es la obra divina (opus creacionis) en el tiempo y en el espacio para la culminación de la aventura de la realidad (opus restaurationis) -que algunos llaman redención y otros prefieren llamar divinización, glorificación, o con otros muchos nombres.”

Nosotros los occidentales, desde que nuestra cultura quedó bajo la influencia (benéfica en muchas cosas) de la Ilustración con el pensamiento discursivo y posteriores corrientes racionales y racionalistas, hemos perdido totalmente el lenguaje simbólico (que es lenguaje de la realidad, no meramente figurativo como se pretende) y las grandes posibilidades que ofrece para el mayor conocimiento de la realidad. Por desgracia, nos hemos limitado al discurso racionalista con pretensiones de exclusividad. Nuestro pensar analítico (que es muy bueno) individualizado que ha impuesto el pensar conceptual nos ha atrofiado el pensar simbólico. No así sucede en otras culturas como la budista, hindú, taoísta...

En este pensar simbólico el hombre ve la realidad total en ese logos encarnado en el seno de María. “Yo soy la vid y vosotros los sarmientos...”, la comunión con el Hijo es comunión con la realidad. La Encarnación de Dios en el seno de María es “la revelación del misterio silente desde los tiempos eónicos” nos dice Pablo. Algo imposible de ver en el pensar conceptual.

La experiencia de Jesucristo en cada uno de nosotros nos hace imposible ser dualistas, como podemos constatar conociendo a los místicos, “Dios está en los pucheros”, pero, nuestra mente lo es, e incluso toda esa teología que en gran medida se difunde como doctrina cristiana por todas partes también lo es. Tan sólo la intuición contemplativa supera todo dualismo y todo monismo a la vez y se percata de que la realidad no es una, ni dos, sino no-dos. La contemplación de la Encarnación, no la mera reflexión sobre la misma (meditar no es reflexionar, sino dejarse llevar al centro de uno mismo, que no es sino el centro de la realidad, que es trinitaria: origen, originado, unión en el amor. Son no tres, ni dos, ni uno, sino relación. No uno, ni muchos, son no-dos).

La experiencia de la realidad de Jesucristo es la experiencia de que Dios es humano y el Hombre es divino, aunque en el tiempo el Hombre sea simul iustus et peccator, y haya de consumar su divinización por koinonía (comunión).

“Felipe, quien me ve a mí ve al Padre” (Jn.14,9) Hay comunicación total entre el Hijo y el Padre, el Padre no sería sin el Hijo y a la inversa. Y del mismo modo quien ve al Padre (lo Divino) ve al Hijo que es Hombre (lo humano).en el Hijo-Hombre vemos la Padre, y quien no puede ver lo Divino tampoco puede ver lo humano. Hay una perichorêsis, una relación total entre Padre, Hijo y Espíritu, entre Dios, Hombre, Mundo. Y así, en la consumación de los tiempos Cristo será Todo en todos. En la eternidad la perichorêsis es total. Osea, sólo es la perichoresis, la comunión.


CRUZ

La palabra Cruz es fundamental en el lenguaje cristiano, hablar de la Cruz es hablar de la experiencia del Bien y del Mal, de la alegría y de la tristeza... Y la experiencia de la Cruz es una experiencia de Muerte y de Resurrección. En una visión, mantenida en la iglesia católica durante muchos siglos, la Cruz ha sido vista no más como inmolación, pero esta visión no abarca toda la dimensión mistérica de la Cruz, puesto que es inmolación para la Resurrección, esto es: Cruz = Transformación o Evolución, que en el lenguaje teológico cristiano llamaríamos Salvación. La Cruz no es por sí misma, sería puro masoquismo, sino como camino para la Salvación, la Resurrección.

En la Cruz vivimos la doble dimensión de la realidad humana: la Muerte y la Vida. Y no olvidemos que Muerte es ante todo, como acabo de decir, Transformación, pues en el cristianismo es ininteligible una Muerte sin Resurrección, son las dos caras de la misma moneda, son una sola y única realidad mistérica. La Cruz nos hace vivir la crudeza humana en toda su crudeza (Muerte) y en toda su gloria (Resurrección).

En la Cruz vivo la experiencia del cuerpo, fuente de dolor, de la psique fuente del sufrimiento psicológico y la experiencia de la propia debilidad, de la contingencia, no dependo de mí mismo, no me sostengo a mí mismo, soy una manifestación de lo Infinito, mejor, soy es Espíritu pero sólo en cuanto manifestado en este cuerpo y esta mente, en este tiempo y espacio. Y en esta experiencia de finitud me doy cuenta de que no estoy solo, que tanto en la alegría, como en el dolor abro mis brazos a los demás, y sobre todo los abro al Espíritu.

Jesús en la cruz se sintió abandonado de Yhwh, “Dios mío, Dios mío, ¿por que me has abandonado?” (Mt 27,46) Su dios judío lo abandona, y entonces en el último momento Jesús también se desprende de él, y entrega su espíritu al Padre, al Dios de su tremenda experiencia mística personal, “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” (Lc 23,46), ya no clama a Yhwh, sino al Padre, a la Fuente y Origen primordial que es el Padre. Y el velo del templo de la Antigua Alianza se rasgó. Muere Jesús y se descubre a sí mismo Jesucristo. No sólo los cristianos descubren a Jesucristo. El descubrimiento de la Exaltación es una invariante de toda transformación.

Por descontado que el lenguaje de la Cruz es un lenguaje de trastrueque de valores, que conlleva de forma radical la asunción de la condición humana a la vez contingente y capax Dei, pero la Cruz no como símbolo del dolor, ni de la derrota, sino como el lenguaje de la superación de las categorías con las que Occidente (la mal llamada Cultura Cristiana, Occidente tiene otras muchas influencias culturales y no sólo la cristiana, la musulmana, por ejemplo, que duró muchos siglos, la griega, la romana, y anteriores, la historia no tiene sus raíces sólo en los dos mil últimos años) enjuicia la condición humana.

RESURRECCIÓN

La muerte es también camino de resurrección, lo canta incluso la liturgia de la iglesia católica: “mortem muriendo destruxit” “et vitam resugerndo reparavit”. Tansformó la vida biológica en una vida más plenamente humana, en una palabra, divina. Hizo en la Creación-Resurrección esta manifestación de la Vida, como mera expresión de sí mismo, como forma de expansión de la comunidad Trinitaria. En la Creación-Resurrección toda vida, toda conciencia (incluso la materia) queda integrada en la relación radical trinitaria: Origen, Originado y Unión. Las vidas son Vida, las conciencias, Conciencia. La Trinidad lo es todo, lo abarca todo.

La liturgia también nos dice: “Surrexi et adhuc tecum”. No lo encontraré fuera, está en mi interior, lo dicen también la totalidad de los místicos. Su resurrección me lleva a mi resurrección, no son dos, ni una, sino no-dos, y en la liturgia reactualizamos el Misterio, no se trata de un mero recuerdo de la memoria, ni de una mera ceremonia, sino de una presencia allende el tiempo. Es necesario ese tercer ojo, el de la contemplación o de la fe, para descubrir su presencia transformada y transformadora. Este tercer ojo nos hace comprender que es posible la experiencia de la resurrección, aunque no de la muerte(entendida como el final del tiempo lineal). Tengo experiencias de la muerte de mis allegados, pero mientras yo viva no la tendré, en cambio la tengo de muchas formas de muerte y sobre todo puedo tener la del ego, hasta llegar a lo que dice Juan de la Cruz: “y en el monte nada, nada, nada...”. La experiencia de la resurrección no es la del bios, experiencia a la que nos aboca en buena medida nuestra cultura cientista, ni tampoco la de mi vida, toda ella fundada en mi personalidad apoyada en todos los recuerdos del pasado, en mis criterios, mis pensamientos, mi cosmovisión, mis principios... Se trata de la experiencia de la Vida, que no es mía, de aquella Vida que es desde el Principio, desde el Silencio original y fundante, esa Vida que palpita en toda realidad y en la que entro en comunión por convivir esta Vida (zoê no bios).

Esto exige haber muerto al ego y todo lo que comporta, exige morir a sí-mismo, pues este sí-mismo no es yo-mismo. Mi Yo-yo, dice Ramana Maharsi es lo que queda después de haber muerto al yo-mismo. Esta es la muerte que antecede (por decirlo de una manera) a la resurrección. Esta es la experiencia de la Vida, es la Vida eterna de la que nos habla siempre Jesucristo. No se trata de una vida para luego, ni una ilusión de inmortalidad, creada por nuestra psique, sino de la Vida eterna (sin duración) ahora, y ahora, y ahora... No es una vida más allá (después) del tiempo y fuera del espacio, se trata de la Vida que trasciende totalmente estas coordenadas a las que están sometidos nuestros sentidos mientras estemos en el bios, en el tiempo y en el espacio. Y esta Vida se vive en este tiempo y en este espacio, pero como digo, transcendiéndolos, esta Vida no fenece, no tiene principio, ni fin, no está en el tiempo.
La experiencia de esta Vida no nos hace perfectos. La lucha contra el ego continúa. Yo experimento la Vida divina, pero sigo siendo hombre con todos sus defectos y debilidades. La Vida de resucitado no es una segunda vida, un aditamento a la vida humana, es la vida que no sigue ni al cuerpo, ni al alma, sino al espíritu, al pneuma.

El (hombre) resucitado vive la novedad de la Vida en cada momento, no se aburre y hace “nuevas todas las cosas”. Es la experiencia de la Creación y de la Encarnación continua. La Vida eterna, la del (hombre) resucitado no puede ser definida, gracias a Dios, sólo experimentada, pero podríamos decir que es clavar el diente en la almendra de la Vida; el tiempo, el espacio, el bios, la muerte, la psique... no son más que la cáscara. La Vida es el núcleo, el fruto, sin tiempo, ni bios, ni espacio, ni muerte... En el núcleo, en el fruto no hay más que fruto, Vida, ni tiempo, ni muerte, ni espacio, ni bios, ni psique.

En la Resurrección sólo hay Vida, Dios, Trinidad, Ser. No hay tiempo, espacio, muerte, ego,....

Vivir la Resurrección y en ella la Creación, la Encarnación y la Cruz (continuas) es la Mística, y expresarla con este lenguaje es expresarla con un lenguaje cristiano.

José A. Carmona

El Servicio en las comunidades de los Hechos

El servicio en las comunidades de los Hechos
PENSAMIENTO





REFLEXIONES EN TORNO

AL SERVICIO EN LAS COMUNIDADES DE LOS HECHOS

JOSÉ A. CARMONA BREA



Pese a todos los conatos innovadores, es patente hoy en Occidente la existencia de una clase clerical claramente diferenciada de los seglares e integrada por sacerdotes, obispos y altas jerarquías.

En los siglos XVIII y XIX se pretendió incluso que tal clase sacerdotal-clerical tenía sus raíces en el sacerdocio de Cristo, del que participaban a un nivel ontológico-exclusivo los sacerdotes, los «consagrados», siendo, por tanto, la existencia de la «clase sacerdotal» consecuencia del sacerdocio de Cristo. Esta idea teológica fue la raíz de una espiritualidad sacerdotal muy difundida, incluso en los años de nuestra formación en los seminarios y de la que hemos recibido el último aguijonazo al «ser reducidos al estado laical».

En la Edad Media el pueblo estaba obsesionado con la idea de la consagración en la eucaristía, y la teología terminó por interpretar el sacerdocio como una «potestas consagrandi», un poder reservado a un grupo de elegidos: los sacerdotes, mientras que a los obispos y al Papa se les reservaba otra •potestas», la de jurisdicción. Así se interpretaba el sacerdocio en términos de poder, y el carácter sacerdotal como la impronta del poder en el sujeto, que recibía el sacerdocio.

En cambio, en la era patrística, aunque se va judaizando el concepto del sacerdocio cristiano, se mantiene la idea de que el sacerdocio está vinculado a la acción del Espíritu, para mantener la salvación en; la Iglesia. El sacerdote es interpretado, pese a la incipiente jerarquización, como «neumático», como hombre del Espíritu, como el carismático servidor de la comunidad.

Mas veamos ALGO DE LO QUE SE NOS DICE EN EL NUEVO TESTAMENTO SOBRE EL" SACERDOCIO CRISTIANO.

Tengamos presente que la palabra de Dios no es instrumento para demostrar nuestras ideologías preconcebidas, para refrendar los dogmas que hayamos elaborado, sino que es fin en sí misma y objeto de contemplación. (Non uti sed frui.)

Vamos a intentar una serena lectura, una reflexión sobre irs vivencias de fe de las comunidades que convivieron con los apóstoles, intentando hacerlo con el menor bagaje ideológico posible.

1. ALGUNAS REFLEXIONES SOBE LA CARTA A LOS HEBREOS

Es esta carta el único libro del Nuevo Testamento que utiliza el término griego "hiereus" aplicado a Cristo. Dicho término se utilizaba para designar a los sacerdotes del Antiguo Testamento y a los de las culturas no judías, arrastrando en su significación los conceptos de poder y de separación entre lo sagrado y lo: profano.

El autor de la carta utiliza la idea del sacerdocio levítico para mostrar que tal sacerdocio ya no tienen razón alguna de ser, pues Cristo muerto en la cruz y resucitado por el Padre, que acepta la entrega del Hijo, es el único y definitivo sacerdote para toda la humanidad, no sólo para los judíos.

Cristo es el •hiereus (sacerdote) para siempre, según el orden de Melquisedec• (5,6), no según el orden de Aarón. El es el «sumo sacerdote (archiereus), tomado de entre los hombres, puesto para representar a los hombres en las relaciones con Dios- (5,1), quien por su obediencia -se convirtió en causa de salvación eterna para todos los que le obedecen a El, pues Dios lo proclamó sacerdote en la línea de Melquisedec• (5,9-10). Por ello Jesús es el garante de una alianza más valiosa, la nueva alianza en su sangre, y así «puede salvar a los que se acercan a Dios por El. -pues está siempre vivo para interceder por ellos» (7, 22-25).

Por tanto, el culto antiguo (el sacerdocio levítico) es insuficiente y se ha de sustituir por el nuevo, basado en el Misterio de Cristo muerto/resucitado.

Ahora bien, el sacerdocio levítico era un sacerdocio tribal, de casta (personal sacro), dedicado al servicio y al cuidado del templo (lugar sacro), para ofrecer sacrificios durante las fiestas religiosas judías (tiempo sacro). Jesús viene a abolir esta forma de sacerdocio, viene a establecer la fraternidad universal, a eliminar toda separación en las personas, en el tiempo y en el espacio; viene a destruir la línea que separa lo sagrado de lo profano, porque el hombre es el templo vivo (no hay espacio sagrado), para ofrecer el sacrificio de su vida (toda persona es sagrada), en ofrenda constante al Padre (no hay tiempos sagrados).

Cristo resucitado es el nuevo sacerdote que abre la esfera de lo divino a todo hombre y a toda la creación, destruyendo los límites que los hombres constantemente nos hacemos para separar lo exclusivo de Dios, lo consagrado y lo meramente histórico, lo profano. Todo es crístico, como nos dice Teilhard; todo es cristocéntrico y cristotélico.

En el Apocalipsis se emplea el término hiereus aplicándolo no a los ministros del Nuevo Testamento, sino a toda la comunidad de creyentes en Cristo, a todos los bautizados. Su significación, pues, es totalmente diversa a la que tiene en el sacerdocio levítico.

Cristo, sumo sacerdote, supera la estrechez y limitación del culto antiguo y se manifiesta a sí mismo como único sacramento de una salvación, que abarca todos los rincones del espacio y del tiempo, de una salvación realmente universal y cósmica. Y el sacerdocio de Cristo es su propia realidad sacramental, su propia realidad divino-humana, que se nos manifiesta en la llamada que nos convoca para la, celebración, y en la palabra que nos comunica la misión de evangelizar a todo hombre, de anunciar que somos hijos del Padre.

2 EL SACERDOCIO-SERVICIO EN LAS COMUNIDADES DE LOS PRIMEROS DÍAS

Jesús no instituyó nada prácticamente; en todo caso, el apostolado, nos dice Schillebeeckx («El ministerio eclesial», pág. 7, Cristiandad, Madrid).

Jesús vive el Amor, el Agape, y nos lega el misterio de su vida y muerte, su mensaje, su proyecto de amor universal. Mas nos ha dejado e! Reino sólo comenzado, .abandonando. en nuestras manos su realización y la libertad para seguir construyéndolo en la historia.

Por eso ?instituyó. el apostolado, para que los hombres proclamáramos los valores del Reino, para que comunicáramos a los hermanos reunidos en la comunidad la gracia sacramental de la salvación. El apostolado es, pues, un servicio humano-divino (sacramental).

¿Se vive como tal en las comunidades de los primeros días?

Los inicios de la Iglesia son de gran creatividad, debido a las necesidades del momento. Se intentan muchos caminos. pero en gran parte se abandonan.

- Los apóstoles intentan mantener el grupo de los doce, eligiendo a Matías (Hec. 1,21-26); pero pronto dejan de mantener el grupo. Pablo se añade como miembro, después de la muerte de Santiago; no se elige a nadie en su lugar. El número doce tiene un significado simbólico (profundo), no aritmético (cuantitativo).

- Las funciones que ejercen los apóstoles están claramente expresadas en los Hechos: la predicación de la palabra, el convocar a los fieles a la asamblea en el nombre del señor Jesús, el ser emisarios de la reconciliación, la celebración de la fracción del pan y el orar manteniendo la unidad de los creyentes. (Hech. 6, 1-4; 2. 38; 2, 42, y passim.)

- Los bautizados forman una comunidad de laicos, incluso los sacerdotes de la ana tigua alianza, que se convierten, pasan a ser laicos. (Hech. 6, 7).

- Por necesidades de la Iglesia, que crece, se crea un nuevo grupo, «los siete-, para atender al servicio de las mesas. En aquellos primeros tiempos ya empieza a hacer tensiones entre judíos y griegos conversos. Mas en los acontecimientos está la acción del Espíritu. (Heb. 6, 1-7.)

- Los diáconos son elegidos para el servicio de las mesas, pero su acción va mucho más allá, pues predican la palabra con gran coraje y realizan grandes prodigios. Realizan funciones que parecen propias de los apóstoles.

- En la designación aparece ya la Imposición de manos (rito para significar) y la oración (palabra).

- Esteban es símbolo de la universalidad de la salvación en Cristo, frente a la estrechez de los doce (que permanecen cerrados en la casa de Israel), y por lo mismo fue la primera presa de la Ira de ¡os judíos. El continúa la línea de Jesús al negar que Dios -habite en edificios construidos por manos de hombres. (Hech. 7, 48.) Con lo que rompe con la sacralidad de la visión religiosa judía (aún respetada por los doce, que acudían al templo), y es condenado porque «la Ley es más importante que el hombre».

- Esteban ha entendido el sacerdocio de Cristo, el sacerdocio cristiano: servir al hombre en la proclamación de la Palabra.

ES CLARO:

• Que el ministerio de los -doce» y el de los -siete» no se realizan más que como servicio a la comunidad, nunca en beneficio propio_

• Que los diáconos se dedican al servicio de la Palabra para la conversión (Esteban, Felipe), sobrepasando el servicio de las mesas y, por tanto, la evangelización no es exclusiva de los doce.

• Que los fieles participan en la fracción del pan, sin que haya distinciones entra ellos.

• Que los testigos de la resurrección son los garantes de la unidad en la fe.

• Que hay un protagonismo de Pedro, aunque parece algo personal, pues no hay un solo dato que indique que dicho protagonismo haya de pasar a sus sucesores.

LA IGLESIA Y LOS SERVICIOS FUERA DE PALESTINA (Hech. 11. 19-22; 13, 1-3)

En los primeros capítulos de los Hechos aparece muy profundo el sentimiento hondo que tienen Pedro y quienes le codeaban de que la salvación pasaba por el judaísmo, pese a todo; pero ¿podremos decir lo mismo de todos los apóstoles y discípulos de Jesús?

Sobre la mayor parte de ellos hay un profundo y escalofriante silencio, una ausencia total de testimonios, que han de dar que pensar. ¿Podremos afirmar que ninguno de ellos había entendido el sentido universal del mensaje cristiano de salvación? ¿Qué podemos decir de Natanael, Tomás, Felipe, Andrés, los Alfeo...? ¿Por qué no escribieron nada? ¿Es que no tenían nada que decir, o que lo dijeron escribiendo en el corazón de la historia, en el corazón de los hombres?

Mas la comunidad de Jerusalén, con Pedro al frente, estaba cerrada a los paganos; por eso fue necesaria una intervención especial del Espíritu, una más, para que Pedro saliera de su estrechez, y se abriera a la universalidad del -Misterio de Cristo. Hech. 10. La puerta que abre el Misterio a todo hombre es el arrepentimiento (la conversión- reconciliación). Hech. 11. Y esto es posible en cualquier ser humano.

Frente a esta actitud cerrada de la iglesia Palestina empiezan a florecer otras comunidades en la diáspora.

La iglesia de Antioquia

La primera expansión de comunidades fuera de Palestina es provocada por la persecución. Hech. 11, 19. Y aun así el mensaje de salvación no se predica en principio más que a los judíos. Hech. 11, 19. Tan sólo con la llegada de los helenistas a Antioquía se comienza a predicar a los griegos, quienes atienden en gran número a la llamada de la fe. Hech. 11, 20-21.

Posiblemente no hayamos reflexionado suficientemente sobre la estrechez de miras de aquellos primeros cristianos a la hora de entender el mensaje salvador, y sobre la fuerza -de la acción del Espíritu que hace llegar la Palabra a todos, pese a la oposición de los propios portadores de la misma.

Mas ¿cómo nos presentan los Hechos a aquella comunidad de Antioquía? Como una comunidad:

• Compuesta en su mayor parte por hedenistas conversos; 11, 21.

• Solidaria con las otras comunidades; 11, 29-30 (envía ayuda a la de Jerusalén,

que pasa necesidad, en parte debida a la falta de previsión de dos primeros

años).

• Fraternal, sin jerarquías de poder; 11, 29 (son los discípulos los que deciden enviar la ayuda).

• Con variedad de servicios (Bernabé y Saulo son enviados a llevar la ayuda, 11, 30; Agabo es profeta, otros doctores, 13, 1; Pablo, en su carta primera a los de Corinto, recuerda esta estructura antioquena. (Cor. 12, 28).

• En la que los profetas y maestros mantienen la palabra y la oración, ejerciendo la liturgia ~(el servicio): 13, 1-4.

• Misionera, 13, 3. y centro de las nuevas comunidades.

• Que ora y ayuna en el servicio-liturgia, 13, 2-3.

• Que en la oración y ayuno comunica con el Espíritu y reconoce su voz, aunque

llame a algo desconocido; 13, 2.

• Que entiende la oración y el ayuno como condición inicial, a fin de poder enviar en el nombre del Espíritu a los nuevos misioneros, apóstoles itinerantes; 13, 3. Pablo especificará más tarde que la misión del apóstol es evangelizar, 1 Cor. 1,17; y colocará a los apóstoles a la cabeza de los servidores de la comunidad, 1 Cor. 12, 28.

Así nos presentan los Hechos a la comunidad, a la iglesia antioquena, humana en sus grandes tensiones internas, en sus divisiones superadas por la fe; mínima en su organización, la necesaria para mantener e! servicio de la fe y del amor mutuo (profetas y doctores); lúcida en su misión de salvación.

4 ° LA IGLESIA DE JERUSALÉN

En la iglesia de Jerusalén aparecen junto a los apóstoles y a la comunidad los ancianos o responsables (15, 4); a continuación, en el v. 6, se suprime la mención de la comunidad, pero no la de los responsables o ancianos. Estos, junto con los apóstoles (Pedro, Santiago), tienen una misión de control, han de examinar si procede o no la circuncisión de los conversos no judíos.

La comunidad está presente en la recepción de Pablo y Bernabé y también en la decisión final (v. 22). pero no en el consejo de deliberación ni en el encabezamiento de la carta, que tiene la resolución (v. 23).

En Jerusalén la iglesia se estructura en torno a Santiago y a los presbíteros y más tarde, al desaparecer los primeros, quedarán !os presbíteros o ancianos al frente con su misión de pastores, vigilantes para que se conserve la doctrina. No aparece jerarquía de poder, sino diversidad de funciones entre los «hermanos» apóstoles y los «hermanos» responsables o ancianos.

Sin embargo, aunque la iglesia de Jerusalén es el punto convergente de todas las comunidades de la diáspora, su modelo de organización no se copia en muchos lugares.

Nunca olvidan los primeros creyentes que la acción dei Espíritu es la primordial, sea cual sea el medio humano que se emplee en la organización (v. 28).

Es de destacar el papel tutelar de la iglesia de Jerusalén con respecto a las otras iglesias.

Y pese a todos los esfuerzos de los apóstoles y responsables continuarán muchos de los discípulos, provenientes del judaísmo, siendo fanáticos de la Ley de Moisés y exigiéndola a los no judíos. Hech. 21, 20.

Conclusión:

La comunidad de Jerusalén está cercana al judaísmo.

Es variopinta y con fuertes tensiones internas.

Es muy numerosa, por eso las deliberaciones las hacen los responsables; de lo contrario no sería viable la deliberación.

Los responsables son servidores de la buena doctrina.

La conservación de la sana doctrina no se opone a las innovaciones, frente a las férreas exigencias de los fariseos conversos.

La sana doctrina supone fidelidad a Jesús de Nazaret, aunque haya que superar tradiciones de honda raíz judía.

5 LOS PRESBÍTEROS DE LA IGLESIA DE ÉFESO (Hech. 20, 17-38)

Lo que se narra en este capítulo hay que encuadrarlo en torno al año 60 posterior a Cristo, pero la redacción lucana es posterior, en torno al año 80 posterior a Cristo, fecha en la que la estructura presbiteral se había impuesto en gran parte de las comunidades.

La organización de la iglesia de ÉFESO que se presenta en este texto es muy distinta a la de las primeras comunidades apostólicas. Se trata de una iglesia presbiteral.

En el discurso que Pablo dirige a los ancianos aparece que al frente de la comunidad de creyentes no hay ni apóstoles, ni profetas, ni doctores, sino sólo los ancianos responsables (20, 17).

Pablo afirma que su misión como apóstol es la de evangelizar, la de comunicar la buena noticia, y hacerlo por entero, en su integridad, sin mutilaciones (20, 24-27; confrontar 1 Cor. 1,17).

El apóstol recomienda a los responsables que actúen en la comunidad, como pastores responsables de su rebaño, pues para eso fueron colocados por el Espíritu en su cargo servicio (20, 28).

También pone de relieve el peligro que ya acecha a la iglesia y que procede incluso de los propios creyentes: el peligro de los falsos pastores (20, 30).

En esta época, prácticamente post-apostólica, es incesante la presencia de falsos pastores. Ya ha acabado la era de las grandes misiones. Las comunidades se organizan en torno a los responsables, o responsables-pastores que han de cuidar de mantener la unidad en torno a la sana doctrina (v. 30). Los apóstoles, testigos directos de los Misterios de la vida de Jesús, van desapareciendo. La expectación escatológica se va enfriando. La unidad peligra y se busca la unicidad para protegerla, unicidad que se realiza imponiéndose poco a poco la estructura presbiteral de las comunidades, según el modelo de la iglesia de Jerusalén; ya en el siglo 11, con Ignacio de Antioquía y Policarpo de Esmirna, dicha estructura se hará monárquica.

Ese miedo al riesgo de que las comunidades sean dirigidas por falsos pastores es el que motiva las tres cartas pastorales, atribuidas tiempo atrás a Pablo y cuya ¡redacción es posterior a la del libro de los Hechos.

Las pastorales van dirigidas a personas concretas, no a comunidades {ha cambiado la estructura), personas que ejercen un cargo relevante dentro de esas comunidades, a las que apenas si conocemos más que su falta de relieve, de importancia frente a los pastores (Timoteo, Tito).

Hemos de notar que el cargo de pastor conlleva la gracia del Espíritu, 1 Tim. 4, 14; 2 Tim. 1, 6; que se trata de un cargo duradero y deseable, que comporta una serie de obligaciones a fin de que el servicio a la comunidad se asegure. 1 Tim. 5, 1-16.

Esta preocupación por los falsos pastores, que muestra Pablo en su discurso a los responsables de Efeso, es una constante en las cartas pastorales y en la carta a los efesios, que no es de Pablo, aunque sí de clara influencia paulina, al parecer.

En dicha carta, dirigida, como el discurso que nos ocupa, a la comunidad de Efeso, se afirma que los cristianos, los creyentes de aquella comunidad son verdadera familia de Dios, «porque fueron edificados sobre el cimiento de los apóstoles y profetas, con el Mesías Jesús como piedra angular». Ef. 2, 20.

El criterio de discernimiento entre los buenos y malos pastores ha de ser éste: el evangelio predicado, sobre el que se mantiene la fe. 1 Cor. 3, 5-7. Pensamiento que Pablo va predicando a lo largo de su vida apostólica.

Los apóstoles recibieron la misión de predicar el Misterio escatológico, el mensaje de Jesús y no otro. -Id y haced discípulos de todas las naciones... y enseñadles a guardar todo lo que os he mandado; mirad que yo estoy con vosotros cada día, hasta el fin del mundo.» Mt. 28, 20. Es ésta la misión del apóstol, anunciar la salvación a todos los pueblos, no sólo a los judíos '(no sólo a los cristianos), porque para todos se realiza el Misterio de Jesús en la historia; pero el hombre ha de abrirse a la salvación, convirtiéndose y guardando en su vida todo lo que Jesús había enseñado durante su vida histórica en la carne, asumiendo los valores del Reino, que Jesús predicó y vivió.

Este y no otro es el criterio para discernir al falso pastor del verdadero, que ha de guiar al rebaño con los criterios de Jesús, fundamentando a la comunidad en la misma persona de Jesús, 1 Cor. 3. 5-7; cualquier otro evangelio que se predicare se basaría en saber humano, no en la gracia de Dios, 1 Cor. 2. 5. Y no sería genuino.

La comunidad no puede mirarse a sí misma, no puede mirar a los pastores, que no son más que ministros, servidores en el servicio que nos trajo Jesús, sino al Jesús histórico y al mensaje de salvación que difundió entre los hombres, pues •a fin de cuentas ¿qué es Apolo y qué es Pablo? Auxiliares que os llevaron a la fe, cada uno con lo que le dio el Señor». Los apóstoles cuentan tan sólo en cuanto que son los que predicaron el «verdadero evangelio», los que presentaron al auténtico Jesús histórico, los que transmitieron los genuinos valores del Reino que la comunidad ha de vivir y transmitir de corazón en corazón hasta que El vuelva.

Valores que han quedado plasmados en el Sermón del Monte. Mt. 5... Y que son la antítesis de los valores sociales, admitidos como tales en nuestro mundo. Bienaventurados los pobres, los marginados, los no violentos, los perseguidos, los no instalados, los que tienen hambre y sed de justicia.- Estos valores suenan a verdadera mofa en nuestra sociedad (también la eclesiástica) y, sin embargo, son los valores que Jesús nos trajo, haciéndolos suyos hasta la cruz. Estos son los valores del Reino, baremo de discernimiento de los buenos/malos pastores, de los buenos/malos discípulos.

Este es el criterio que Pablo propone a los responsables-ancianos de Efeso para que examinen su servicio pastoral.

Así, pues, la comunidad de Efeso no está jerarquizada por el poder, sino distribuida en los servicios, aunque aparece sólo el de responsable.

Los responsables han de ser servidores en la línea del servicio de Cristo, marcando el camino de la cruz, de los valores del Reino.

La comunidad puede (y debe) juzgar a sus pastores-servidores para discernir al buen pastor del que no lo es.



6 ° CONCLUSIÓN

Es evidente que tenemos que partir de las fuentes de la revelación a la hora de entender nuestro pretendido sacerdocio y de llevarlo a la vida de los hombres.

Es claro también que no podemos perder de vista toda la historia de la Iglesia, ni la evolución que el sacerdocio ha sufrido a lo largo de los tiempos. En la historia habla el Espíritu.

Pero no es menos cierto que las soluciones históricas no son universalmente válidas y, por tanto, no imitables sin más. El Espíritu habla a través de los hombres. Toda la historia se ha de conocer, mas no toda se ha de imitar.

Lo que sí se ha de imitar siempre es el Evangelio del Reino, y en ello hemos de empeñar nuestro afán de cristianos-servidores de los hombres.

En las fuentes del Nuevo Testamento EL MINISTRO (¿sacerdote?) APARECE COMO UN MIEMBRO MAS de la comunidad, no separado, no sacro, sino integrado.

En los Hechos se ve que la Iglesia tiene libertad para crear nuevas formas de misterios y servicios (liturgias) con el fin de mantener la unidad de la fe, y la misión de predicar el verdadero evangelio.

El ministro aparece (pastor, apóstol...) como símbolo de Jesús en la predicación de los misterios de salvación, en la proclamación de los valores del Reino, del mensaje de amor fraternal universal, y como símbolo de la gratuidad de la convocatoria a la fe y a la mesa.

Se deduce de las mismas fuentes que toda estructura que pueda darse en la Iglesia ha de ser necesariamente símbolo significativo de los valores del Reino en cada cultura.

Es claro que en los Hechos de los Apóstoles el ministerio es algo funcional, nunca ontológico; es un cargo, nunca una entidad.

Que las comunidades primeras son fraternales, no existe entre ellos la jerarquía.

Que la imposición del modelo presbiteral en las comunidades se da como fenómeno histórico-humano para solucionar el problema de crisis de unidad, y para ello se intenta la unicidad, aunque siempre se mantiene el sentido carismático (de servicio a) del cargo pastoral.

Por todo ello creo, HEMOS DE ABUNDAR EN NUESTRO «RETORNO AL LAICADO., abandonando por antievangélica la conciencia de clase clerical, la conciencia de elegidos por ser sacerdotes, cambiándola por la de elegidos por ser humanos.